Muchos esperaban que se cumpliese lo que se había dicho, que Joey
recuperaría la vista el día del milagro y entre ellos están los que ahora dudan
o podrían incluso dejar de creer en la veracidad de lo acontecido en Garabandal[1],
y se equivocan.
Dejarán de creer sobre todo aquellos que estaban pendientes de cálculos
sobre el Aviso y el Milagro anunciados.
Seguirán creyendo, en cambio e incluso con más fuerza, quienes juzgan
auténticas las apariciones en virtud de los mensajes. Puesto que aunque ningún
fenómeno extraordinario hubiera ocurrido en aquella aldea cántabra (cosa que no
fue así ya que hubo profusión de hechos sobrenaturales) bastan esos dos
mensajes puestos al inicio y al final de las apariciones, hace 50 años atrás,
para creer que no podían ser inventados. Inventados ni siquiera por sacerdotes,
cuánto menos por aquellas niñas que todo ignoraban sobre lo que se estaba
gestando en el seno de la Iglesia y que ahora se está ya viendo.
Lo importante no es adivinar fechas sino vivir los mensajes. Y esto es
lo que a Joey Lomangino le importaba. Él no especulaba con fechas ni nunca
preguntó a Conchita acerca del milagro que, se decía, debería beneficiarlo. No
le preocupaba eso, no. Lo que casi nadie sabe es que Joey había ofrecido sus
ojos a Dios por Garabandal. Su mayor anhelo era vivir los mensajes y difundirlos
para que todos lo viviesen y más nada.
Hay algo que en estos momentos deberíamos todos tener muy en cuenta: el
mensaje que Conchita da a Lomangino era privado y no para hacerse público ni
mucho menos para que la gente lo tomase como referencia para sus cálculos, como
de hecho se hizo, sobre cuánto faltaba para que los acontecimientos anunciados
se verificasen. La prueba que el mensaje de la Virgen a Joey sobre los “nuevos
ojos” no debería afectar a nadie es que no afectó a su destinatario, porque
Joey Lomangino siguió con su apostolado mientras las fuerzas le asistieron.
Sólo él pudo entender aquello de los “nuevos ojos”, ojos nuevos de la mirada de
fe, de alegría (siempre mantuvo su óptimo humor), de esa mirada que supera la
cruz y no sólo la hace soportable sino querible porque en ella se descubre el
poder de salvación cuando es unida a la cruz de Cristo[2].
Esa mirada de fe que hizo en su caso del sufrimiento oblación, oferta a Dios
por lo que más amaba: que la Virgen Santísima fuese escuchada y seguida en todo
lo que dijo en Garabandal.
Además, se había dicho que al final muchos dejarían de creer en
Garabandal. Algo habría de ocurrir que provocaría ese descreimiento. Más de una
pueden ser las causantes: el transcurso del tiempo que hace perder la tensión
original y el entusiasmo y, para los que esperan ansiosamente el Aviso, el que
tarde tanto en venir; durísimas pruebas en el porvenir; desconcierto y
confusión y también algo que se haya asegurado iría a ocurrir y luego no se
cumple. En esta última categoría caería para algunos el fallecimiento de
Lomangino, que muere ciego. Sin embargo, paradojalmente, esta muerte para otros
que ahonden en los signos justamente sería indicio de la cercanía del final,
porque se dijo “al final muchos dejarían de creer”[3].
Signos los hay y ahora más que nunca, para quienes quieran verlos. Signo
es la misma muerte del apóstol de Garabandal que ha originado este artículo,
porque ¿qué mayor signo puede ahora el Cielo mostrarnos en relación a Joey
Lomangino que el de la fecha de su partida? ¡Nada menos que el 18 de junio,
aniversario de la primera aparición del Arcángel San Miguel en San Sebastián de
Garabandal y del segundo mensaje del 65!
Resulta claro, de una claridad meridiana, que hay que dejar de pensar en
cuándo será el Aviso, que ciertamente vendrá como acto de la misericordia
divina, o cuál la fecha del Milagro, que también vendrá porque la Santísima
Virgen lo dijo. Démonos en cambio por avisados y permanezcamos alerta que lo
urgente es convertirse el día de hoy -porque de este hoy, de lo que hagamos o
dejemos de hacer, depende nuestra eternidad- y no imaginar cómo será el mañana.
“Así que no os preocupéis del mañana, el mañana se preocupará de sí mismo. A
cada día le basta su pena” (Mt 6,34).
En definitiva, esta es una prueba de fe más acerca de Garabandal, una
suerte de divisora de aguas. De ella debemos sacar la conclusión correcta, que
es – como se ha dicho- la de hacer caso omiso a cálculos, dimes y diretes de
supuestos expertos y sólo ocuparnos seriamente en vivir los mensajes. Mensajes
sencillos y directos de una Madre que no quiere ver a sus hijos condenados.
¿Has seguido a Garabandal? ¿Te preocupa que Joey Lomangino haya muerto
ciego? Haz todo lo que la Madre de Dios vino a pedirnos: o sea hacer una buena
vida según el criterio de Dios no el nuestro; visitar frecuentemente el
Santísimo Sacramento; hacer sacrificios y penitencias. ¿Lo hacemos? ¿Nos
preocupamos de nuestra conversión de cada día? ¿Visitamos, adoramos al
Santísimo con frecuencia, quizás semanalmente o diariamente? ¿Ayunamos, nos
privamos de algo por Dios?
En el núcleo de los mensajes y hechos de Garabandal está la Eucaristía.
Es la Eucaristía a la que debemos honrar y guardar la máxima devoción y respeto
porque es la misma Persona de Cristo. Darle la importancia a la que nos llama
la Virgen significa que debe estar en el centro de nuestra vida espiritual y
ser celebrada y participada con dignidad y unción.
Los mensajes son una unidad en la que todo tiene que ver con todo. Así,
la devoción y el respeto a la Eucaristía exige también la purificación del
corazón, la reconciliación con Dios que supone también la reconciliación con el
hermano, a quien se le ha perdonado las ofensas o reparado el mal contra él
cometido. Es de un corazón así que la oración es escuchada y que es posible
meditar con frutos la Pasión del Señor, a la que nos exhorta al final la
Santísima Virgen. Meditarla también nos llevará a abandonarnos en Él, sin temor
ni especulación alguna.
P.
Justo Antonio Lofeudo
En la festividad solemne del Corpus Christi
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