Seguimos profundizando en los
carismas al hilo del texto del profeta Joel citado por San Pedro en el discurso
de Pentecostés: “vuestros ancianos soñarán sueños”. Hay que decir al respecto,
que cuando Joel dice que los jóvenes verán visiones y los ancianos soñarán
sueños no reduce a estas edades los carismas; Joel hace un discurso explicativo
en que va incluyendo progresivamente a todos los géneros, edades y estatus
sociales: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros
hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos
soñarán sueños. Yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu”
(Hch 2, 17 – 18). Ahí el profeta señala hijos e hijas, jóvenes, ancianos, siervos
y siervas; es decir, que todos sin excepción recibirán el Espíritu Santo, al
margen de su sexo, de su edad o de su situación social. Por eso comenzaba
diciendo que el Señor derramaría el Espíritu sobre toda carne. Por ello podemos
decir que los carismas señalados por este texto (profecía, visiones y sueños)
el Espíritu los puede dar a cualquier bautizado, de cualquier edad y condición.
Dicho estos, entramos en el carisma de sueños.
El tema de los sueños ha
adquirido en la actualidad mucho interés desde dos perspectivas distintas: la
psicológica y la esotérica. S. Freud escribió sobre la interpretación de los
sueños como una manifestación de las pulsiones del inconsciente que pueden
revelar información sobre nosotros que nuestro yo consciente ha reprimido.
Siguiéndole, muchos psicólogos se adentran en el pantanoso terreno de la
interpretación psicológica de los sueños. Ni que decir tiene que esta no es una
ciencia exacta. Ciertamente los sueños contienen expresiones del inconsciente
que pueden ayudar en un proceso terapéutico para alcanzar salud psíquica o
equilibrio emocional; sin embargo, el carisma de sueños no se refiere a esta
disciplina psicológica, por otra parte inexacta y aproximativa.
Por otro lado, y en relación con
la psicología, también la Nueva Era y otras corrientes “““espirituales””” dan
importancia a los sueños, como momentos de revelación de espíritus superiores
que dan a conocer cosas, como manifestación de viajes astrales del espíritu de
la persona, o como reminiscencias de vidas vividas en reencarnaciones pasadas.
Evidentemente, esta orientación, además de ser falsa y de abrir puertas a
influencias demoníacas, nada tiene que ver con el carisma de sueños.
Aclarados estos escollos,
entremos a ver el carisma de sueños en la Sagrada Escritura. En el simbolismo
bíblico, la noche es signo del reino de las tinieblas y también de la muerte;
la palabra que usa la Escritura cuando dice que Dios hizo caer un letargo sobre
Adán expresa una sinonimia con la muerte. Por eso canta la Liturgia de las Horas
que el sueño es “hermano de la muerte”. Pero la noche es también el tiempo de
la revelación de Dios, como se ve por ejemplo en Abrahán, quien vio en las
estrellas una revelación de su futura descendencia, o en Samuel, que recibió la
vocación profética de noche; por eso canta también la Liturgia que “la noche es
tiempo de salvación”. Dios es capaz de hacer de la noche el punto de encuentro
con Él, porque ni el reino de las tinieblas ni la muerte pueden competir con su
designio de amor, que vence siempre. Por eso dice el salmo: “Aunque diga: «¡Que
me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor!»; ni la
misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día” (Sal
138, 11 – 12). El sueño es propio de la noche, y por tanto también el sueño se
convierte en medio de salvación.
Los sueños carismáticos pueden
ser de tres tipos: de revelación, proféticos o de conocimiento.
a) De revelación. Nos dice la
Escritura: “Llegando Jacob a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí,
porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso
por cabezal, y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño; soñó con una escalera
apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de
Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Yahveh estaba sobre ella, y que le
dijo: «Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra
en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia. Tu descendencia será
como el polvo de la tierra y te extenderás al poniente y al oriente, al norte y
al mediodía; y por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra; y por tu
descendencia. Mira que yo estoy contigo; te guardaré por doquiera que vayas y
te devolveré a este suelo. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te
he dicho.»” (Gn 28, 11 – 15). Aquí vemos un testimonio de estos sueños a través
de los cuales Dios se da a conocer, en este caso a Jacob, que aún no conocía al
Señor; Él se le revela precisamente a través de este sueño. Ahora mismo sabemos
que la Revelación está completada, y que no se debe esperar una nueva
revelación de Dios hasta que llegue el fin de los tiempo, y en ese sentido, no
puede darse ahora un sueño que revele o añada contenidos nuevos a la Revelación
cristiana; pero sí podría suceder que una persona sueñe con el Señor o con su
Madre, y que así suceda su conversión. Es decir, que una persona puede tener un
encuentro con el Señor en sueños, como Jacob. La pregunta inmediata que surge
es: ¿cómo saber si se trata simplemente de un sueño del inconsciente (una
proyección o imaginación), o de un sueño de revelación? Sólo la persona que lo
vive puede distinguirlo. Cuando uno sueña algo que es simplemente psíquico, lo
sabe, y lo reconoce al despertar; como esos sueños que los vives y parecen
absolutamente reales, y al despertarte tienes que pensar diez minutos si lo que
has soñado era sueño o realidad… Pero cuando Dios pasa por el alma, deja una
huella imborrable que deja su impronta en toda la persona, cuerpo, alma y
espíritu, razón, afecto y voluntad. Jacob se despierta de su sueño, y la
impresión que ha dejado el Señor en su alma es tan honda que dice la Escritura
que: “despertó Jacob de su sueño y dijo: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar
y yo no lo sabía!» Y asustado dijo: «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es
otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!»” (Gn 28, 16 – 17).
Digamos simplemente que los que han recibido una visita de Dios en sueños saben
distinguirlos de los simples sueños.
b) Proféticos. El Señor en la
Sagrada Escritura desvela acontecimientos futuros a través de los sueños, que
se convierten así en premonitorios, de un modo más claro o más velado. Famosos
son los sueños del patriarca José, hijo de Jacob, que profetizaban su
superioridad respecto de sus hermanos y de su padre: “José tuvo un sueño y lo
manifestó a sus hermanos, quienes le odiaron más aún. Les dijo: «Oíd el sueño
que he tenido. Me parecía que nosotros estábamos atando gavillas en el campo, y
he aquí que mi gavilla se levantaba y se tenía derecha, mientras que vuestras
gavillas le hacían rueda y se inclinaban hacia la mía.» Sus hermanos le
dijeron: «¿Será que vas a reinar sobre nosotros o que vas a tenernos
domeñados?» Y acumularon todavía más odio contra él por causa de sus sueños y de
sus palabras. Volvió a tener otro sueño, y se lo contó a sus hermanos. Díjoles:
«He tenido otro sueño: Resulta que el sol, la luna y once estrellas se
inclinaban ante mí.» Se lo contó a su padre y a sus hermanos, y su padre le
reprendió y le dijo: «¿Qué sueño es ése que has tenido? ¿Es que yo, tu madre y
tus hermanos vamos a venir a inclinarnos ante ti hasta el suelo?» Sus hermanos
le tenían envidia, mientras que su padre reflexionaba” (Gn 37, 5 – 11). Estos
sueños eran proféticos, ya que preanunciaban que sus hermanos y su padre
acudirían a Egipto, siendo él gobernador, y se postrarían ante él: “Al entrar
José en casa, le presentaron el regalo que llevaban consigo y se inclinaron
hasta el suelo” (Gn 43, 26). En la Sagrada Escritura encontramos varios sueños
proféticos, en los que Dios anuncia algo que va a hacer. Un bautizado puede
recibir también un carisma de sueño profético, en algo que pueda afectar a él o
a sus seres queridos. Son sumamente famosos los sueños proféticos de San Juan Bosco, en los
que previó cosas que sucederían en la historia de la Iglesia, o recibió avisos
para amonestar a algunos de sus jóvenes. Evidentemente, hace falta mucho
discernimiento y prudencia, para determinar si un sueño puede ser profético o
no…
c) De conocimiento. Llamo sueños
de conocimiento a los sueños en que Dios puede dar a conocer algo a una persona
sobre la propia historia, en orden a su sanación o conversión, o da a conocer
algo que la persona debe hacer. Lo diferencio de los de revelación, pues en
ellos no tiene por qué mostrarse Dios para que la persona le conozca, y también
de los proféticos, puesto que en ello el Señor no tiene por qué mostrar algo
que va a suceder; o si lo muestra, en para que el que recibe el sueño haga algo
al respecto. Como testimonio tenemos los sueños de San José, esposo de la
Virgen: “El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de
David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es
del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). “El Ángel del Señor se apareció en sueños a
José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto;
y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para
matarle»” (Mt 2, 13). También en sueños recibe el aviso de volver a Israel, y
también el de que fuese a Galilea. En estos sueños el Señor le muestra cosas de
su historia o de la de sus seres queridos (que María ha concebido por obra del
Espíritu Santo) o avisos sobre lo que va a suceder y lo que debe hacer (huir a
Egipto para escapar de la persecución). También un creyente puede recibir un
sueño que ilumine su historia, o la de otros, o recibir avisos sobre algo que
debe hacer, o sobre algo en lo que amonestar a otros. Por lo que nos cuenta la
Sagrada Escritura de José, también él supo diferenciar muy bien entre los
sueños normales y estos sueños carismáticos, en los que Dios dejaba una honda
huella en su alma, de modo que él sabía que esos sueños provenían de Dios. Aún
así, siempre se requiere discernimiento a la hora de acoger como verdaderos
estos sueños.
Otro carisma que puede ir de la
mano del de los sueños es el de la interpretación de los sueños. Aquí no me
refiero, evidentemente, a la interpretación psicológica, sino a una capacidad
del Espíritu de Dios que permite interpretar el mensaje profético o revelador
que puede haber en el sueño. Así, el patriarca José interpreta los sueños de
los encarcelados (Gn 40), o el sueño del Faraón: “José dijo a Faraón: «El sueño
de Faraón es uno solo: Dios anuncia a Faraón lo que va a hacer. He aquí que
vienen siete años de gran hartura en todo Egipto. Pero después sobrevendrán
otros siete años de hambre y se olvidará toda la hartura en Egipto, pues el
hambre asolará el país, y no se conocerá hartura en el país, de tanta hambre
como habrá.Y el que se haya repetido el sueño de Faraón dos veces, es porque la
cosa es firme de parte de Dios, y Dios se apresura a realizarla» (Gn 41, 25. 29
– 32). También del profeta Daniel se dice: “Particularmente Daniel poseía el
discernimiento de visiones y sueños” (Dn 1, 17). Y, efectivamente, interpreta
los sueños del Rey Nabucodonosor (Dn 2. 4). Dios podría conceder también este don
a alguno de sus siervos.
Sin
embargo, el terreno de los sueños, como hemos señalado, es bien pantanoso, y es
necesaria mucha prudencia para poder discernir un sueño carismático de un sueño
normal. Por eso mismo el carisma de sueños no es el más abundante, si bien no
podemos cerrar al Espíritu Santo la posibilidad de darnos un sueño carismático
con alguna finalidad edificadora para nosotros mismos o para la comunidad.
Jesús María Silva
Castignani
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