domingo, 8 de junio de 2014

PENTECOSTÉS


Ocurrieron los hechos…, el 28 de mayo del año 30, en el Cenáculo en Jerusalén, en el cenáculo, en la misma estancia donde celebraron con el Señor, la cena de Pascua del aquel año y donde también, se les apareció el Señor por dos veces: una estando ausente Santo Tomás y la otra estando presente este apóstol que no creyó en la aparición que le contaron los demás: "26 Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos, y Tomas con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas, y, puesto en medio de ellos dijo: La paz sea con vosotros. 27 Luego dijo a Tomas: Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel. 28 Respondió Tomas y dijo: ¡Señor mío y Dios mío! 29 Jesús le dijo: Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron. ”. (Jn 20,26-29).

El anuncio de la partida del Señor y la posterior llegada del Espíritu Santo a los apóstoles y a todo el que crea en el Señor, como Cristo, dejó tristes a los apóstoles: 6 Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. 7 Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. 8 Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. 9 El pecado está en no haber creído en mí”. (Jn 16,6-9). Y el paráclito llegó, primero Para los apóstoles y después para todos los que hemos creído en el Señor, como el Ungido, el Mesías el Hijo de Dios.

Y el Señor les continua explicando a los apóstoles: 13 Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. 14 El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. 15 Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”. (Jn 16,13.14). La labor esencial del Espíritu Santo es reproducir en nuestras vidas la Vida de Cristo, su sufrimiento, muerte y resurrección, y en todos y cada uno de nosotros. Si descuidamos al Espíritu Santo, descuidamos a Cristo también. Nuestra gloria la alcanzaremos imitando a Cristo, viviendo con Él, porque si vivimos, morimos con Cristo con Él y como Él resucitaremos a nuestra futura vida eterna.

Y el Espíritu Santo, llegó en Pentecostés que es una palabra griega, que quiere decir: fiesta del día cincuenta ya que se celebraba como una importante fiesta judía de origen agrícola. Los judíos la llamaban también fiesta de las semanas y también la fiesta de las primicias (Ex 23,16; 34,22), pues en ella, siete semanas después de haberse iniciado la siega, se presentaban al Señor las primicias de los frutos cosechados en acción de gracias por las bendiciones recibidas. Con el tiempo esta fiesta agrícola se convirtió en una fiesta que conmemoraba la promulgación de la Ley en el Sinaí. La fiesta del Sinaí, celebrada cincuenta días después de la Pascua, era la fiesta del Pacto. San Lucas señala que fue en esta fiesta, cuando el Espíritu prometido por el Señor Jesús fue enviado sobre los Apóstoles. Desde entonces los cristianos llamamos también Pentecostés a esta fiesta porque el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo en torno a Santa María tuvo lugar cincuenta días después de la Resurrección del Señor Jesús. Pentecostés se presenta entonces como un nuevo Sinaí, como la fiesta del nuevo Pacto, en el que la alianza de Dios con Israel se extiende ahora a todos los pueblos de la tierra.

En la narración de los Hechos de los Apóstoles, se puede leer, como fue Pentecostés: "1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. 2 De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. 3 Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4 quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. 5 Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. 6 Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. (…) 11 judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios. 12 Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: ¿Qué significa esto? 13 Otros en cambio decían riéndose: ¡Están llenos de mosto! 14 Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: 15 No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora tercia del día, 16 sino que es lo que dijo el profeta: 17 Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. 18 Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu. 19 Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra. 20 El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que llegue el Día grande del Señor. 21 Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará”. (Hech 2,1-21).

La irrupción del Espíritu Santo en forma de viento y fuego remiten al Sinaí, donde Dios se había revelado al pueblo de Israel, le concedió su Ley y selló su alianza (Ex 19, 3). Pentecostés se presenta entonces como un nuevo Sinaí, como la fiesta del nuevo Pacto, en el que la alianza de Dios con Israel se extiende ahora a todos los pueblos de la tierra. De este modo el Espíritu Santo se presenta como el gran protagonista de la evangelización. El Espíritu Santo es la Persona divina que reconcilia, que une en una misma comunión y en un mismo Cuerpo a quienes son tan diversos entre sí.

Lo que más le llama a atención a muchos en Pentecostés, es “El fenómeno de hablar en lenguas o “glosolalia”, designado de muchas maneras en los textos de Nuevo Testamento, quizás ello sea por el puro deseo de poder uno de la noche a la mañana todas las leguas que se utilizan en el mundo. Según nos dice el dominico Vicente Borragan, Solo por aproximación podemos hacernos una idea de ese fenómeno, No se trata, seguramente, de hablar en otras lenguas, ni de hacerse entender por otros en una lengua extraña al que habla. Tampoco debe de tratarse como suponen algunos, de un chorro de sonidos inarticulados y carentes de sentido, que salían de la boca de alguien que se hallaba en trance de exaltación psíquica. El cristianismo primitivo vio en ese modo de hablar un lenguaje por encima de todo lo humano que se dirigía por entero a Dios”.

            Pentecostés es la transformación que el Espíritu Santo hace de los apóstoles y que hará en nosotros también si somos dóciles a las mociones e inspiraciones de Él. Porque ese es el gran secreto, de la vida espiritual, no tratar de hacer las cosas por nuestra cuenta, sino entregarnos y dejarnos llevar humildemente, por ya nos lo dejó dicho el Señor: "Sin mí no podéis hacer nada”. (Jn 15,5).

Es en Pentecostés, donde se hace visible la plenitud del misterio de Cristo. Cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y habita en ellos, sus vidas se transforman y se hacen como la de Cristo, moldeadas por el mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. Todo cristiano, nos dice Jean Lafrance, que vuelve a vivir el acontecimiento interior de Pentecostés, puede decir con San Pablo: “Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mi” (Ga. 2,20). Aunque se nos concediese ver a Cristo resucitado, no estaríamos dispensados de vivir en fe, la presencia del Espíritu Santo que obra en nosotros. Por eso, tenemos que orar, pues no tenemos otra cosa que pedir más que Pentecostés, es decir, la invasión de nuestro corazón por el Espíritu Santo”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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