Ocurrieron los hechos…, el 28 de mayo del año
30, en el Cenáculo en Jerusalén, en el cenáculo, en la misma estancia donde
celebraron con el Señor, la cena de Pascua del aquel año y donde también, se
les apareció el Señor por dos veces: una estando ausente Santo Tomás y la otra
estando presente este apóstol que no creyó en la aparición que le contaron los
demás: "26 Pasados ocho días,
otra vez estaban dentro los discípulos, y Tomas con ellos. Vino Jesús, cerradas
las puertas, y, puesto en medio de ellos dijo: La paz sea con vosotros. 27
Luego dijo a Tomas: Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y
métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel. 28 Respondió Tomas y dijo:
¡Señor mío y Dios mío! 29 Jesús le dijo: Porque me has visto has creído;
dichosos los que sin ver creyeron. ”. (Jn
20,26-29).
El anuncio de la partida del Señor y la posterior llegada del Espíritu
Santo a los apóstoles y a todo el que crea en el Señor, como Cristo, dejó
tristes a los apóstoles: “6 Pero al
decirles esto, ustedes se han entristecido. 7 Sin embargo, les digo la verdad:
les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a
ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. 8 Y cuando él venga, probará al mundo
dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. 9 El pecado
está en no haber creído en mí”. (Jn 16,6-9). Y el
paráclito llegó, primero Para los apóstoles y después para todos los que hemos
creído en el Señor, como el Ungido, el Mesías el Hijo de Dios.
Y el Señor les continua explicando a los apóstoles: “13 Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los
introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo
que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. 14 El me glorificará, porque
recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. 15 Todo lo que es del Padre es
mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”. (Jn 16,13.14). La labor esencial del Espíritu Santo es reproducir
en nuestras vidas la Vida de Cristo, su sufrimiento, muerte y resurrección, y
en todos y cada uno de nosotros. Si descuidamos al Espíritu Santo, descuidamos
a Cristo también. Nuestra gloria la alcanzaremos imitando a Cristo, viviendo
con Él, porque si vivimos, morimos con Cristo con Él y como Él resucitaremos a
nuestra futura vida eterna.
Y el Espíritu Santo, llegó en Pentecostés que es una palabra griega,
que quiere decir: fiesta del día
cincuenta ya que se celebraba como una importante fiesta judía de origen
agrícola. Los judíos la llamaban también fiesta
de las semanas y también la fiesta de
las primicias (Ex 23,16; 34,22), pues en ella, siete semanas después de
haberse iniciado la siega, se presentaban al Señor las primicias de los frutos
cosechados en acción de gracias por las bendiciones recibidas. Con el tiempo
esta fiesta agrícola se convirtió en una fiesta que conmemoraba la promulgación
de la Ley en el Sinaí. La fiesta del Sinaí, celebrada cincuenta días después de
la Pascua, era la fiesta del Pacto. San Lucas señala que fue en esta fiesta,
cuando el Espíritu prometido por el Señor Jesús fue enviado sobre los
Apóstoles. Desde entonces los cristianos llamamos también Pentecostés a esta
fiesta porque el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el
Cenáculo en torno a Santa María tuvo lugar cincuenta días después de la
Resurrección del Señor Jesús. Pentecostés se presenta entonces como un nuevo
Sinaí, como la fiesta del nuevo Pacto, en el que la alianza de Dios con Israel
se extiende ahora a todos los pueblos de la tierra.
En la narración de los Hechos de los Apóstoles, se puede leer, como fue
Pentecostés: "1
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. 2 De
repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que
llenó toda la casa en la que se encontraban. 3 Se les aparecieron unas lenguas
como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4
quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. 5 Había en Jerusalén
hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo
el cielo. 6 Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de
estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. (…) 11 judíos y
prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las
maravillas de Dios. 12 Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos
a otros: ¿Qué significa esto? 13 Otros en cambio decían riéndose: ¡Están llenos
de mosto! 14 Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les
dijo: Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y
prestad atención a mis palabras: 15 No están éstos borrachos, como vosotros suponéis,
pues es la hora tercia del día, 16 sino que es lo que dijo el profeta: 17
Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda
carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán
visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. 18 Y yo sobre mis siervos y sobre
mis siervas derramaré mi Espíritu. 19 Haré prodigios arriba en el cielo y
señales abajo en la tierra. 20 El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en
sangre, antes de que llegue el Día grande del Señor. 21 Y todo el que invoque
el nombre del Señor se salvará”. (Hech 2,1-21).
La irrupción del Espíritu Santo en forma de viento y fuego remiten al
Sinaí, donde Dios se había revelado al pueblo de Israel, le concedió su Ley y
selló su alianza (Ex 19, 3). Pentecostés se presenta entonces como un nuevo
Sinaí, como la fiesta del nuevo Pacto, en el que la alianza de Dios con Israel
se extiende ahora a todos los pueblos de la tierra. De este modo el Espíritu
Santo se presenta como el gran protagonista de la evangelización. El Espíritu
Santo es la Persona divina que reconcilia, que une en una misma comunión y en
un mismo Cuerpo a quienes son tan diversos entre sí.
Lo que más le llama a atención a muchos en Pentecostés, es “El
fenómeno de hablar en lenguas o “glosolalia”,
designado de muchas maneras en los textos de Nuevo Testamento, quizás ello sea
por el puro deseo de poder uno de la noche a la mañana todas las leguas que se
utilizan en el mundo. Según nos dice el dominico Vicente Borragan, Solo por
aproximación podemos hacernos una idea de ese fenómeno, No se trata,
seguramente, de hablar en otras lenguas, ni de hacerse entender por otros en
una lengua extraña al que habla. Tampoco debe de tratarse como suponen algunos,
de un chorro de sonidos inarticulados y carentes de sentido, que salían de la
boca de alguien que se hallaba en trance de exaltación psíquica. El
cristianismo primitivo vio en ese modo de hablar un lenguaje por encima de todo
lo humano que se dirigía por entero a Dios”.
Pentecostés es la
transformación que el Espíritu Santo hace de los apóstoles y que hará en
nosotros también si somos dóciles a las mociones e inspiraciones de Él. Porque
ese es el gran secreto, de la vida espiritual, no tratar de hacer las cosas por
nuestra cuenta, sino entregarnos y dejarnos llevar humildemente, por ya nos lo
dejó dicho el Señor: "Sin mí no podéis hacer nada”. (Jn 15,5).
Es en Pentecostés, donde se hace visible la plenitud del misterio de
Cristo. Cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y habita en
ellos, sus vidas se transforman y se hacen como la de Cristo, moldeadas por el
mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. Todo cristiano, nos dice Jean
Lafrance, que vuelve a vivir el acontecimiento interior de Pentecostés, puede
decir con San Pablo: “Y no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en
la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mi” (Ga. 2,20). Aunque se nos concediese ver a Cristo
resucitado, no estaríamos dispensados de vivir en fe, la presencia del Espíritu
Santo que obra en nosotros. Por eso, tenemos que orar, pues no tenemos otra
cosa que pedir más que Pentecostés, es decir, la invasión de nuestro corazón
por el Espíritu Santo”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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