Llevamos ya varios artículos
comentando el tema de los carismas, una realidad siempre presente en la vida de
los fieles cristianos, pero que quizá ahora está tomando más fuerza y más
consciencia en la Iglesia Católica. Estos carismas más
"extraordinarios" siempre han estado presentes en la vida de la
Iglesia, a lo largo de cuyos siglos podemos encontrar innumerables testimonios
de sanaciones, descansos en el espíritu, sueños proféticos, visiones... De
hecho, en la teología clásica se probaba la divinidad de Cristo en base a sus
milagros, y la veracidad de la Iglesia Católica en base a la pervivencia de
estos carismas en su seno. Ciertamente estamos viviendo una renovación de los
carismas en la Iglesia, que se va abriendo a su presencia y eficacia; pero no
podemos olvidar de dónde venimos. Los últimos siglos de la Iglesia han estado
marcados por el racionalismo, que ha tenido la ocasión de expulsar fuera de la
fe lo que no cabía dentro de la razón, olvidando el adagio agustiniano:
"si comprehendisti no est Deus" (si lo has alcanzado a comprender, no
es Dios). Este racionalismo se ha plasmado históricamente en el modernismo, el
progresismo y finalmente en el escepticismo sobre el poder de Dios y su
actuación real en el curso de la historia, reducido muchas veces al "gran
relojero" masónico que se desentendía del curso de la historia, cuyo
destino quedaría sólo en manos de los hombres. El hombre racional del siglo XXI
no puede creer en cuestiones que se consideran míticas e infantiles, como el
pensar en un Dios que se dedica a multiplicar panes, o a curar a una persona,
ilusa, que tiene fe. Por supuesto, la Virgen no se puede aparecer a nadie, y se
acusa de histerismo por principio a todo lo extraordinario y sobrenatural, a lo
cual se mira con recelo, si no con abierta hostilidad o con burlesca indiferencia.
Y todo esto, dentro de la Iglesia. La homilía propuesta por el propio ritual de
la Confirmación, afirma categóricamente que "en la actualidad, el Espíritu
Santo ya no se manifiesta mediante el don de lenguas".
Un testimonio reciente de este enfrentamiento entre la mentalidad racionalista y la mentalidad católica, dentro de la misma Iglesia, nos lo ofrece el caso del San Pío de Pietrelcina. Aquél pobre fraile vivía numerosos carismas, que se le daban sin que los pidiera, como el don de los estigmas. Pero la reacción de muchos, incluso de la jerarquía, fue de sospecha, incredulidad, desprecio, rechazo; acusaciones de falsedad, impostura, histeria, autoglorificación; censuras, prohibiciones, enclaustramientos, incomunicación. Clamoroso resultó el caso de Gemelli, que no sólo ocupaba un "alto cargo" en la Iglesia vaticana, sino que además era hermano franciscano del Padre Pío, y que, obnubilado por el racionalismo, negaba la evidencia, tratando de quitarla de en medio, sin más. Pero los carismas se manifestaban en el Padre Pío, sin que el racionalismo pudiera acabar con ellos, ni frenar la difusión de la fe en todos aquellos que veían al fraile, o que oían hablar de él. También hoy sucede lo mismo. Los carismas se renuevan, y todo el racionalismo intra y extra eclesial no consigue extinguir el Espíritu (1 Tes 5, 19), que abre paso al Reino a la fuerza, mientras sufre violencia y los violentos tratan de arrebatarlo (Mt 11, 12). Y así, mientras en el mundo crece el racionalismo, en la Iglesia crecen los carismas, y la Iglesia se va convirtiendo en un auténtico desafío para tantos hombres y mujeres, a cuya aparente seguridad desafía la fuerza de un Dios que, si bien se manifiesta como brisa suave (1 Re 19, 12), lo hace también con estruendo y fuego (Hch 2, 2).
Pero el enemigo lo sabe. Ha visto
cómo muchos han caído en el escepticismo respecto de la ciencia, y se han
vuelto al emocionalismo supersticioso. La ciencia se presentó como la nueva
religión, y sin embargo, se han mostrado sus límites, y muchos han dejado de
creer ciegamente en ella, como antes se hacía. Esto se ve en un campo tan
concreto como es el de la medicina. Hubo un tiempo en que se creyó que la
ciencia conseguiría curarlo todo, que podría prologar la vida de lo hombres
tanto como quisieran, y crear un ejército de hombres arios genéticamente
perfectos… Y sin embargo, la medicina nunca ha sido tan consciente de sus
incapacidades como hoy. Enfermedades como el cáncer, el SIDA, u otras llamadas
“enfermedades raras” desafían la omnipotencia cientificista. Las depresiones
campan a sus anchas en nuestro mundo, cuyos farmacéuticos llaman con urgencia
la atención sobre que el producto más vendido en las farmacias son los
antidepresivos (seguidos de los anticonceptivos. ¿Casualidad…?). Esto ha hecho
que muchos se vuelvan a las “terapias alternativas”, “terapias energéticas”, y
otras pseudociencias y pseudoterapias, con sus propios pseudofármacos y sus
pseudorituales. Flores de Bach, Reiki, Meditación Transcendental, Control
Mental, viajes astrales, Ninjitsu (de cuyo carácter satánico he tenido
conocimiento hace poco), terapias regresivas, implantación de recuerdos… Cada
vez hay más horóscopos, quiromantes, péndulos, hechizos, “trabajos”, tiendas de
magia, brujería, hechicería, curanderos… La gran sociedad racionalista se
vuelca poco a poco en la superstición. Y el enemigo se aprovecha de ello.
Burlándose de las oraciones de sanación cristianas, ha ideado las nuevas
terapias energéticas donde un Maestro invoca a las “energías del universo” a
las que canaliza a través de su cuerpo, y con la imposición de sus manos
transmite esa energía al cuerpo del enfermo, sanando su enfermedad. Y todo
revestido de pseudocientificismo. Mientras esperaba para unas pruebas de
alergia en un hospital tan prestigioso como el Puerta de Hierro, entraron dos
personas ofreciendo terapias de Reiki y de meditación transcendental,
dignamente acreditados por el hospital que les había dado permiso para ofrecer
estas falsas terapias pseudocientíficas a los incautos pacientes que podrían
caer así, bajo capa de seriedad médica, en las garras de Satán. Él ha urdido
esta burla, esta falsificación de la oración de sanación, para confundir al
mundo, de modo que no acuda a la Iglesia; para confundir a los católicos, que
piensan que los que hace oraciones de sanación hacen lo mismo que los Maestros
Reiki; y para estimular aún más a los escépticos, que miran a los sanadores y a
los carismáticos con el mismo gesto burlón y condescendiente de quien adora a
la diosa Razón.
Pero Dios es más grande, más
fuerte, más listo. Y sigue obrando con sencillez. Es más, hace que toda esta
nueva superstición contribuya a su plan de amor, ya que muchos que caen en las
garras del enemigo a través de estas trampas, acaban volviéndose al Dios
Liberador, que rompe las cadenas con que los hijos de Dios son entrampados, y
da la libertad a sus hijos muy amados, que ven el poder de Dios y aclaman sus
victorias. Y por eso sigue derramando sus carismas. Y seguirá haciéndolo. Digan
lo que digan, piensen lo que piensen, Dios seguirá actuando. Y lo hará con
poder. Porque está Vivo, y actúa. Vivo en su Iglesia por la fuerza de su
Espíritu, que reparte sus dones a cada uno según quiere. Los carismas son un
desafío para todos, pero ante todo son un signo del poder de Dios y una
verificación de su presencia y de su victoria; un signo que Él mismo quiso que
acompañara a la evangelización para dar eficacia a las palabras de los
anunciadores, de quienes se dijo que han de evangelizar con “obras y palabras intrínsecamente
unidas”. No sólo palabras, sino también obras. Muchos piensan que esas obras se
refieren a las obras de caridad… Quizá no han leído bien el Evangelio, en el
que Jesucristo envía a sus discípulos con poder de sanar, liberar e incluso
resucitar (Mt 10), y que asevera que las señales que acompañarán a los
apóstoles serán justamente las carismáticas, señalando a propósito que “ellos
salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y
confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 20). Esas
señales (que son los carismas que ha señalado justo antes: Mc 16, 17 – 18) son
las que confirman la palabra de los testigos.
Muchos
preguntan: ¿Por qué hoy ya no hay carismas? ¿Por qué Dios no cura hoy como
hacía antes? Leemos en el libro de los Hechos que Dios obraba múltiples
prodigios a través de los discípulos; los Padres de la Iglesia cogen el
testigo, dándonos numerosos testimonios de sanaciones, liberaciones y prodigios
en los primeros siglos. ¿Por qué se extinguió esta gracia carismática? La
respuesta requeriría un nuevo artículo, que quizá un día llegue. Pero me
aventuro a responder a la cuestión de por qué hoy los carismas escasean. Porque
nos falta fe. Pero no fe en Dios. Sabemos y creemos que Dios es Todopoderoso, que
lo puede todo. Nos falta fe para creer que Dios puede hacer sus signos a través
de nosotros y en nosotros. Por un lado, nos creemos indignos de sus dones, como
si Dios escogiese a los que son dignos o capaces… Dios no elige a los capaces,
capacita a los que elige, dejando que llevemos el tesoro de su gracia en
vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria proviene de
Dios, y no viene de los hombres (2 Cor 4, 7). Y también nos falta fe en que
Dios nos pueda escuchar a nosotros, nos pueda curar a nosotros. Porque no nos
creemos que nos quiera tanto. Pedimos pero presuponiendo que Dios no nos va a
escuchar, y entonces la ausencia de eficacia de nuestra oración fortalece
nuestra falta de fe. Dios es un Padre bueno, y concede sus dones a quien le
pide con fe. Y ha querido concederlos a través de nosotros. Dios no abrió el
mar Rojo sino cuando Moisés, fiado en la Palabra de Dios, extendió su mano
hacia el mar. También hoy Dios quiere sólo que hagamos un acto de fe, que
extendamos nuestra mano, simplemente, confiadamente, para que podamos ver cómo
Él obra sus maravillas, precisamente en nosotros y a través de nosotros.
Por eso Dios nos llama a orar con fe, sin condiciones, creyendo sin más que Él puede actuar y va a actuar, porque así lo ha prometido: "Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: "Quítate y arrójate al mar" y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis" (Mc 11, 22 - 24). Así hemos de orar.
Termino con una pequeña lista de cosas que han sido ideadas por Satanás para entrar en las personas que se acercan a la superstición buscando sanación, y que suponen una exposición directa a su influencia: Reiki, terapias energéticas, magia, hechicería, curandería, hechizos, maleficios, terapias regresivas, viajes astrales, Nueva Era, piedras energéticas, amuletos, ídolos, invocaciones a dioses antiguos o energías de la naturaleza, santería, vudú, adivinación, médiums, ouija, espiritismo, tarot, quiromancia, péndulo, etc.
Dos realidades dudosas, de las que no tengo certeza de que causen una influencia, pero conozco personas con experiencias que hacen pensar que sí pueden suponer un acceso, son las flores de Bach y el Yoga.
Por eso Dios nos llama a orar con fe, sin condiciones, creyendo sin más que Él puede actuar y va a actuar, porque así lo ha prometido: "Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: "Quítate y arrójate al mar" y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis" (Mc 11, 22 - 24). Así hemos de orar.
Termino con una pequeña lista de cosas que han sido ideadas por Satanás para entrar en las personas que se acercan a la superstición buscando sanación, y que suponen una exposición directa a su influencia: Reiki, terapias energéticas, magia, hechicería, curandería, hechizos, maleficios, terapias regresivas, viajes astrales, Nueva Era, piedras energéticas, amuletos, ídolos, invocaciones a dioses antiguos o energías de la naturaleza, santería, vudú, adivinación, médiums, ouija, espiritismo, tarot, quiromancia, péndulo, etc.
Dos realidades dudosas, de las que no tengo certeza de que causen una influencia, pero conozco personas con experiencias que hacen pensar que sí pueden suponer un acceso, son las flores de Bach y el Yoga.
Jesús María Silva
Castignani
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