Si lo pudiéramos entender…, caeríamos rendidos a sus pies, como han
caído, miles de personas que nos han precedido, ahora ya, santos todos unos
canonizados y otros sin canonizar, pero con la particularidad de que entre
los no canonizados, habrá muchos en el cielo con mayor gloria de otras que
aquí abajo la Iglesia los ha canonizados . El que una persona sea santo
canonizado, no quiere decir otra cosa, que su nombre está recogido el en
Canon, que es una lista de personas, ya fenecidas que previo un expediente de
comprobación, han sido declaradas personas dignas, de figurar en el Canon. La
declaración necesaria de santidad de esa persona, tiene el carácter de dogma
de la Iglesia.
Ni las personas
declaradas beatos o beatas, que es un paso anterior a la canonización de
santidad, ni las declaradas venerables, que es un paso anterior a la
declaración de beato, tiene estas dos declaraciones el carácter de dogma y si
una persona piensa de buena fe, por las razones que sea, que un determinado
beato o venerable no está en el cielo, no peca contra el dogma, aunque, si
hay que reconocer que comete una seria temeridad.
Pero ateniéndonos a
lo aquí es importante, es que tomemos consciencia de lo que es el amor del
Señor a nosotros, pero distingamos algo muy importante. Él nos ama
absolutamente a todos, aunque nosotros no le correspondamos a su amor y lo
que es peor, que continuamente le estemos ofendiendo con nuestras faltas y
pecados. Mientras estemos viviendo en este mundo estamos pasando nuestra
prueba de amor a Él, y Él espera pacientemente que vayamos hacia amor, y
esperará hasta el último momento. Pero acabada la prueba y si esta no ha sido
superada, él suspendido abandonará el ámbito de amor al Señor y nunca más
eternamente podrá volver a entrar en este ámbito de amor en el que ahora Dios
nos tiene recogidos mientras estemos aquí abajo.
¿Y qué quiere decir esto?
Pues muy sencillo, para comprenderlo hay que saber que Dios es amor y solo
amor (1Jn 4,16) y como consecuencia de ello. La única fuente de amor que
existe es Él mismo. Nosotros mientras estemos dentro del ámbito de amor del
Señor, somos capaces de amar. Nuestro amor humano, no es otra cosa que un
reflejo en nosotros del amor que Dios nos tiene. Cuando una persona
voluntariamente y en el último momento de su vida, toma la decisión de no
amar a Dios, pierde automáticamente su capacidad de amar, y ese vacío que
deja en su alma el amor, inmediatamente lo rellena la antítesis del amor que
es, el odio, lo cual es un tragedia inmensa, si tenemos en cuenta que todos
somos criatura creadas por Dios para amar y ser amados, y un reprobado, nunca
jamás podrá amar ni ser amado.
Pero fijémonos ahora,
en algo muy importante y es ver la forma, en que el Señor nos ama. Para
comprenderlo no olvidemos que el Señor, como segunda persona de la Santísima
Trinidad, es Dios mismo y como tal es un Ser absolutamente ilimitado en todo
y concretamente en su amor hacia uno solo de nosotros, es plenamente omnisciente,
con lo cual nos conoce a cada uno de nosotros mucho mejor de lo que somos
capaces de conocernos a nosotros mismos y nos ama de una forma totalmente
individualizada, con una especial singularidad como si cada uno de nosotros
fuésemos, la única persona creada por Él y la única persona a la que Él ama
porque todos y cada uno de nosotros somos hijos únicos de Él.
El amor de Dios a ti,
es inimaginable para ti. Salvo violentar tu libre albedrío, Él está dispuesto
a realizar locuras inimaginables para que tú le ames. Él desea tu amor porque
te ama como jamás nunca nadie te ha amado. Su amor es mucho mayor el de
cualquier ser humano, incluso el de tu padre o tu madre o una esposa o un
esposo entregado a ti, que te ama con pasión. Porque el amor humano emana del
divino y siempre este es superior la humano. Él es un amor constante y
tendente a aumentar en la medida que por amor a Él, tú te vayas asemejando a
Él, porque Dios ama más, al que más se le semeja. La asemejanza es una fuerte
característica del amor divino y por ende del humano cuando media la otra
característica de la mutua reciprocidad.
El sufrió y padeció
por amor a ti, exclusivamente por el amor apasionado que te tiene y que para
que tú le correspondieses a su loco amor, este le llevó al Calvario, para
poderte redimirte y tenerte siempre dentro de su ámbito de amor, pues bien
sabe Él, que tú necesitas amar y ser amado y nadie en este mundo ni en
ninguna otra parte te puede dar, el amor que Él quiere donarte. Su amor es un
fuego que abrasa, es un fuego, que como el de la zarza ardiendo en Horeb,
nunca se extingue es eteno y tú aunque no seas consciente de ello, ni sepas
lo que es la eternidad, estás creado para vivir en ella y Él lo sabe qué
fuera de su amor nadie puede ser feliz, porque Él es solo amor y felicidad
para ti.
En el calor de su fuego de
amor al Señor, escribe Henry Nouwen, también estas bellas palabras
poniéndolas en la boca del Señor: “Desde el principio te he llamado por tu
nombre. Eres mío y yo soy tuyo. Eres mi amado y en Ti me complazco. Te he
formado en las entrañas de la tierra y entretejido en el vientre de tu
madre.…. Me conoces como propiedad tuya, y te conozco como propiedad mía. Me
perteneces. Yo soy tu padre, tu hermano, tu hermana, tu amante y tu esposo.
Hasta tu hijo. Seré todo lo que seas tú. Nada nos separará, somos uno.”
Y el profeta Isaías,
bastante antes del Nacimiento, Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor
Jesucristo, nos da testimonio del amor que Dios nos tiene a uno y a cada uno
de nosotros. Escribía Isaías así: “1 Ahora, así dice Yahveh tu creador,
Jacob, tu plasmador, Israel. No Temas, que yo te he rescatado, te he llamado
por tu nombre. Tú eres mío. 2 Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si
por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la
llama prenderá en ti. 3 Porque yo soy Yahvé tu Dios, el Santo de Israel, tu
salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar 4
dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. Pondré la
humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida. 5 No Temas, que yo
estoy contigo; desde Oriente haré volver tu raza, y desde Poniente te
reuniré”. (Is 43,1-5).
Él te ha creado semejante
a Él, para que aumentases en esa asemejanza y así fuese su orgullo su gloria
porque tú eres la gloria de Dios. Tú has sido creado con el aliento de Dios,
compartes su aliento con el que te ha dado la vida. Tú tienes una vida que es
la gloria de Dios y debes de tomar conciencia de ello, repetirte a cada
momento: ¡¡Yo soy la gloria de Dios!! “Haz de este pensamiento nos
dice Henry Nouwen, el centro de tu meditación, para que lentamente se
convierta no solo en idea sino, en la realidad viva que es, porque ella lo
es. Tú eres el lugar en que Dios eligió habitar... y la vida espiritual no es
otra cosa que permitir que exista el espacio en que Dios pueda morar en mí,
crear el espacio en que su gloria pueda manifestarse”.
Tú eres el templo de
Dios, el lugar que Dios ha escogido en tu propia alma para vivir en ella,
mientras te mantengas en la amistad y gracia de Dios. Porque si tú vives en
gracia de Dios, no puedes ni imaginarte la belleza de tu alma donde se
encuentre el Señor. Los ángeles te envidia y un día oirás el canto: Santo,
santo, es el Señor de los ejércitos, llenos está el cielo y la tierra de su
gloria, tal como está en tu alma que es templo vivo de Dios.
Mi más cordial saludo
lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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Juan
del Carmelo
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