Si queremos luchar contra el mal y desterrarlo del mundo, debemos comenzar por nosotros mismos.
Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net
¿Quisiéramos que no existiese el mal?
Esto puede ser posible, sí, pero no depende de Dios. Dios es bueno, y perfecto,
y hace todo así. Estas son las palabras del Génesis: “Y
vio Dios que todo era bueno”. Dios creo al hombre libre, es decir, con
el poder de decidir lo que hacemos, con el poder de hacer el bien o hacer el
mal. Porque nos creó con una alma, nos da la libertad de hacer el bien o el
mal. Tan grande es su amor que no interrumpe nuestra libertad. Quiere que
nuestras buenas acciones y nuestro amor sean puros, auténticos y reales, y que
vengan de nosotros mismos libremente.
Hay que distinguir entre el mal físico y el mal moral. El primero se origina
cuando se cruzan y "chocan" fuerzas
físicas y químicas que existen independientemente de nuestro querer. Si
conociésemos todas esas leyes se podrían evitar muchas catástrofes, pero es
claro que no siempre controlamos todo lo que va a ocurrir (el rayo que caerá
cerca de casa, la bacteria que se difunde por todos lados, el mosquito que
transmite la malaria, el terremoto que derrumba cientos de casas).
Existe otro mal que depende de cada uno: el mal moral. Este mal nace cuando
usamos nuestra libertad no para hacer el bien, sino para buscar un fin egoísta
que implica dañar a otros. Este mal es la fuente de muchos dolores y angustias
de la humanidad. Dios, sin embargo, no puede impedirlo, pues, de lo contrario,
tendría que quitarnos la libertad.
Desde luego, es muy alto el riesgo que nace de esa libertad, pues permite que
puedan existir hombres como Hitler, Stalin o Mao. Pero no hemos de olvidar que
esa misma libertad es la que hace que puedan existir también un Francisco de
Asís, una Madre Teresa de Calcuta, un Papa Juan Pablo II. A cada uno le toca
decidir de qué lado se va a colocar en la historia de la lucha entre el bien y
el mal. Desde que Cristo vino al mundo, la opción por el bien es posible para
todos: basta con dejarnos tocar por su amor redentor.
Pero... ¿Por qué un Dios bueno permite el
sufrimiento de los niños y de los inocentes?
Un niño, un inocente, sufre como consecuencia del pecado original. Antes del
pecado original, el mal no existía en el mundo. Todo era perfecto y armonioso,
pero Adán rompió esta armonía con su desobediencia en el Jardín. Somos el
culmen de la creación. Cuando pecamos, la creación perdió su orden. Por ello el
mal y el sufrimiento entraron el mundo y existen hasta hoy. Cuando pecamos nos
elegimos a nosotros mismos sobre Dios, con un amor egoísta.
Si queremos luchar contra el mal y desterrarlo del mundo, debemos comenzar por
nosotros mismos. Somos los responsables de quitarlo del mundo, y lo haremos
contraponiéndole el bien. Cristo, con su amor a nosotros hasta la muerte a la
cruz, nos muestra que el sufrimiento es inevitable en esta vida, pero que puede
ser una cosa buena, y hasta causa de redención eterna. Si queremos el bien,
tenemos que hacerlo libremente. Dios no nos fuerza a hacerlo. Quiere nuestro
amor libre. ¿De qué le sirve un amor obligado?
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