BUSCANDO LLENAR EL VACÍO, «HABLABA CON UN ESPÍRITU A TODAS HORAS», PERO «SOLO DIOS PODÍA HACERLO»
Raquel buscó llenar su vacío en lo que consideraba
inocentes prácticas de la nueva era: pronto supo que solo en Dios podría hallas
la paz.
Si alguien tiene claro que la
conversión es algo "de todos los días", es Raquel Romero. En su caso, fueron años los que tardó en
conocer la fe, lo que recuerda como una auténtica "tortura" por espíritus malignos. "Ayer por la noche
volvieron a aparecer, pero ya no tengo
miedo", afirma en el canal de Mater Mundi.
Hoy residente en Valencia, Raquel
se crio como tantos otros, en una familia católica "de
tradición" más que con una sólida vivencia de la fe propiamente dicha.
Desde muy temprano recuerda
sufrir multitud de inseguridades, vacíos y
carencias, lo que contribuyó a que también con tan solo seis años
descubriese "el pecado de la carne".
Se convirtió en una precoz adicción,
agravada por fuertes depresiones que le llevaban a
"desear irse del mundo", convencida
de que "no tenía sentido vivir".
Educada en un colegio religioso de salesianas, sus dolencias no le
impidieron desarrollar una vida de oración y devoción. Pero cuando una
religiosa le invitó a meditar su vocación, la respuesta negativa de su padre le
terminó llevando a alejarse todo lo que tuviese que ver con las religiosas.
LEJOS
DE LA IGLESIA Y VÍCTIMA DE LA ADICCIÓN
Conforme crecía empezó a
contemplar lo relativo a los sacramentos
como "una parafernalia", frecuentándolos
cada vez menos. Y mientras, el vacío era cada vez más grande.
Recuerda que "nadie lo podía llenar". Tampoco
las drogas, los porros o el alcohol de la adolescencia. "Estaba enamorada del amor, idealizaba todo lo que
era esa palabra y creía que una pareja lo podría llenar", explica.
Porros, alcohol, citas,
adicciones... Aquejada por un vacío desde la infancia, trató de taparlo con
todo sin saber que `solo Dios podía llenarlo´.
Lo intentó en una primera
ocasión, luego durante cinco años con el hombre que sería su marido tras casarse "por la Iglesia" pero sin pensar en el sacramento. Después, tener un hijo se convirtió en algo
parecido a una obsesión. Al no poder, pidió el divorcio, encadenándolo con otra
pareja… y otra separación.
"Lo siguiente
que apareció fueron las páginas de citas. Había de todo, mentiras, lujuria, un mundo
superficial de gimnasio,
citas y quedadas… ¿cómo podía ser que teniendo un
buen trabajo, salud, cayendo bien y ningún problema sintiese un vacío tan
brutal?", se preguntaba.
Incapaz de hallar respuesta,
siguió encadenando parejas, pero esta vez con el consumo de pornografía, erotismo y sus consecuencias, comprendiendo
cada vez mejor que "cuando tienes un vacío tan
grande, da igual lo que hagas, no lo puede cubrir nadie".
TOCADA
POR EMAÚS
A punto de "tocar fondo" y tras renunciar a la
ilusión del amor, un compañero de trabajo le invitó a Emaús.
Recuerda su primera vez como
ajena a todo lo que allí tenía lugar, sentada en un banco escuchando bonitas
canciones, pero "sin sentir nada"
ante la presencia del Santísimo. Sin saber por qué, una canción, Jesús está vivo, hizo que se derrumbase.
"No
podía parar de llorar. Llegué a casa con el corazón tan tocado por las palabras de `Jesús está vivo´ que busqué
esas canciones y empecé a escucharlas una y otra vez, a hablar a Dios de
rodillas cada día, preguntándole por el infierno, por si eran reales los
ángeles, el cielo o lo que decía la Biblia", recuerda.
Sin embargo, admite que aquel
Dios estaba "hecho a su manera", al mismo nivel que la
figura del buda de su terraza. Mientras,
Raquel continuó yendo a Emaús, pero sin comulgar, arrodillarse ante el
Santísimo o confesarse… ni saber "por qué
debía hacerlo, si era buena".
"UNA
ENERGÍA ME SEPARABA LAS MANOS": ENTREGADA A LA NUEVA ERA
Pero si había comenzado el "proceso de fe" de Emaús, también había
iniciado uno con lo que pensaba que eran ángeles.
"La primera
vez que sentí una energía me separó las manos en la oración.
Me desplomé", recuerda.
Restándole importancia, Raquel
dedicó todos sus esfuerzos a buscar a "ese
dios". Fue a hacerlo en un retiro en un monasterio cisterciense,
donde coincidió con un matrimonio que le habló de "los
siete universos" o de que "el
infierno no existía". Pero no encontró nada de lo que ella fue a
buscar.
Admite que en otra circunstancia
no lo habría hecho. Pero tras escuchar aquel mensaje, empezó a ver vídeos de Nueva Era sobre maestros
ascendidos, chacras, budismo y meditación. Pronto se
obsesionó.
"Me centré de
lleno en conocerlo todo. Me daba respuesta a todo. Introduje los chacras,
meditaciones, constelaciones familiares, invocaciones a la luna, me
compré El Libro de los Ángeles y un péndulo y hablaba con un espíritu a todas horas",
recuerda.
Cuando Raquel dedicaba horas al
día a la nueva era y a "hablar" con los "espíritus",
no tenía conciencia de las consecuencias que podría tener.
Al principio, contemplaba los
contactos con el espíritu como algo inocente e incluso
gracioso. Al desmaquillarse, se
quedaban formas de un dragón grabadas en el algodón y se reía con sus amigas
new age mientras les decía "Mira, es
japonés".
LOS
ESPÍRITUS QUE "JUGABAN" EMPEZARON A ATACAR
El demonio era para ella "como un dibujo animado más, algo que se le cuenta a
los niños para que no hagan las cosas mal". Lo que entonces no
sabía es que aquellos mensajes eran un aviso y que ella "le abría
cada vez más las puertas".
Que le ocurriese algo era "impensable". Estaba convencida de que
lo único que estaba haciendo era "contactar
con ángeles" y desconocía por completo que también hubiese "ángeles caídos". Ella "solo rezaba y
hablaba a Dios"… ¿Cómo iba a venir algo malo?, se
preguntaba.
Pero un día el contacto fue
diferente. "Empoderada" como se
recuerda entonces, se fue sola de vacaciones cuando sintió al espíritu "entrar" en su cuerpo.
"Sentí
un desgarro, quemazón y ardor, angustia... Empecé a llorar, a implorar a
Dios que me perdonase. Estuve días sin salir de la habitación y
al tercer día dejé de sentir ese dolor", recuerda.
Estaba convencida de que Dios "había
respondido" a sus súplicas, pero no pasaron 48 horas cuando Raquel
volvió a "invitar" a aquella
presencia.
"Experimenté
lo mismo pero multiplicado por mil. Los espíritus que hacía tres o cuatro días
jugaban conmigo y con quienes yo hablaba con curiosidad
pensando que eran ángeles empezaron a atormentarme y atacarme. Estaba de
rodillas, desplomada, convencida de que me iba, sintiendo que me moría", relata.
MESES
DE LIBERACIÓN CON UN EXORCISTA
Lo peor que recuerda de aquella
experiencia es sentir "la ausencia
de Dios", que se
prolongó en el tiempo. Incapaz de relatar "dónde
estaba", había captado el mensaje de que
"esto no era un juego".
Sucedió un jueves y el viernes,
devuelta a su hogar y desesperada, contactó con un sacerdote, que le puso en
contacto con un exorcista.
Los síntomas de lo que ya sabía que eran ataques diabólicos, como terribles pesadillas aún
estando despierta, apariciones de espectros, imágenes de putrefacción o pensamientos
involuntarios de los que "no podía
escapar" se prolongaron durante meses.
"El
Señor no me liberó tan pronto como esperaba. Y gracias a Dios, porque lo que hizo fue plantar
la semilla que fue germinando. Empecé a leer la Biblia, a confesarme, iba a
misa todos los días y el rosario empezó a formar parte de mi vida. Cuando
rezaba, sentía que los espíritus que me atormentaban se apartaban", recuerda.
Durante aquellos cinco meses de "torturas espantosas" también hubo consuelos. Dedicó todo su
tiempo a la oración, a conocer la vida de los santos, a ir a misa y a adoración
al Santísimo y cada vez que se confesaba "sentía
una liberación".
Precisamente cuando comenzaron
las oraciones de liberación también sentía la cercanía de Dios.
ALABANDO
A DIOS EN LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA: "ES MI FORTALEZA, MI BALUARTE"
Cada vez tomaba mayor conciencia
de que si deseaba ser liberada, leer las escrituras y conocer a Dios era "lo que funcionaba".
La Renovación
Carismática sería para ella
otra "liberación", crucial para "alabar a Dios, su grandeza y cantar que es el rey
de reyes".
Aquel tiempo no estuvo exento de
recaídas. Dos semanas después de volver del viaje, derrumbada, percibió una voz
que le decía: "Durante 46 años has hecho las
cosas a tu manera. Déjame hacerlas ahora a mí".
Su acercamiento a la fe fue un
proceso, lo que sucedió a continuación fue "inmediato".
"El Señor sabía que mi adicción era un problema tan grande para mí que no
permitió que volviese a caer. En menos de 24 horas, el Señor lo sanó".
Hoy, Raquel se muestra convencida
de que la conversión es algo "de todos los
días". En su caso, trata de recorrer un camino cuyo destino "es el Cielo" y dedica su tiempo entero
a Dios. Los ataques continúan, pero los afronta con la
esperanza de que está "junto a Dios, conociéndole, intentando agradarle y
en gracia", viendo como sus carencias y vacíos ha ido
sanando.
"En mi
conversión no se puede decir que ya lo tenga todo hecho por estar
liberada. Ayer por la noche [los demonios] volvieron aparecer. Pero ya no tengo miedo. El Señor es mi fortaleza, mi
baluarte, mi salvador, mi guía y maestro. Estoy enamorada como jamás lo he
estado de nadie", concluye.
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