ES ABSURDO CONSIDERAR LA PORNOGRAFÍA DAÑINA PARA LOS MENORES Y LIBERADORA PARA LOS ADULTOS.
Acaba de anunciar el Gobierno que
está elaborando un proyecto de ley para proteger a los menores de la pornografía que infesta
interné; para lo que se proponen crear "sistemas
de verificación de edad" para visitar webs pornográficas que, por
supuesto, serán un irrisorio coladero y un más que probable atentado contra la
intimidad de las personas. En el anuncio divulgado por el Gobierno se detallan
algunas de las lacras causadas
por la pornografía –riesgo de adicción, distorsión de la percepción de la
sexualidad, desarrollo de comportamientos sexuales inapropiados, impacto en la
forma en la que establecen relaciones afectivo-sexuales, normalización de la
violencia contra las mujeres, etcétera–, que grotescamente se restringen a los menores;
como si bastara cumplir dieciocho añitos para que mágicamente la pornografía se
transforme en una forma de ocio como otra cualquiera, tal vez incluso de 'ocio cultural' (y subvencionable). Como si la
pornografía fuese algo así como las novelas de Faulkner o las
películas de Tarkovsky,
que requieren una cierta 'madurez' y 'formación' para poder ser disfrutadas.
Pero los daños que la pornografía
causa en los adultos son
exactamente los mismos que causa en los menores; en algunos casos, además,
agravados, pues el adulto consumido por la pornografía, además de destrozar su
vida, destroza la de las personas que
lo rodean. Aquí
vuelve a demostrarse que nuestra época es incapaz de hacer un juicio ético sobre la naturaleza de las cosas (que es lo que distinguía, según Aristóteles, al hombre del
resto de los animales); y necesita recurrir a subterfugios tales como este proyecto
de ley de puro postureo y aspaviento.
Pues, si de veras se desease combatir una lacra con efectos tan desintegradores de la vida afectiva y sexual, bastaría
con erradicarla por completo, bloqueando desde los servidores el acceso a la
pornografía de interné. ¿Por qué no se hace tal
cosa? Sería tremendamente liberador para los adictos; y se evitarían
daños emocionales y afectivos a muchos menores y adultos, sin necesidad de
atentar contra la intimidad de las personas ni habilitar complejos certificados
digitales que, a la postre, siempre resultan un coladero. ¿Por qué no cortan por lo sano y se dejan de paripés
grotescos y alambicadísimos de dudosa eficacia? Se trata de algo tan
sencillo como cerrar el grifo del agua envenenada, en lugar de andar poniéndole
filtros absurdos e ineficaces.
Pero tal cosa no se hace porque
el 'consumo de pornografía' es uno de los pilares fundamentales de la llamada 'libertad
sexual'. Y la llamada
'libertad sexual' es el más potente instrumento de dominación de los pueblos,
según nos explica Aldoux Huxley en el prólogo de Un mundo feliz:
"A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad
sexual tiende, en compensación, a aumentar. Y el tirano hará bien en favorecer
esta libertad. […] La libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con
la servidumbre que es su destino". La cruda realidad es que la
pornografía, en las sociedades occidentales, se ha convertido en la droga o
(permítasenos utilizar el término acuñado por el citado Huxley) 'soma' que mantiene a los pueblos pacíficamente
esclavizados mediante el procedimiento que Herbert Marcuse, en su obra Eros
y civilización, llamaba "desublimación
represiva": una "liberación de la sexualidad en modo y bajo formas
que disminuyen y debilitan la energía libidinal" (que en la jerga
marcusiana significa energía genesíaca, creativa y creadora), "una de las más horribles formas de enajenación
impuesta al individuo y espontáneamente reproducida por el individuo como una
necesidad y satisfacción propia".
En efecto, la infestación
pornográfica que padecemos, a la vez que un poderoso
disolvente de la moralidad y la afectividad,
destruye toda forma de vida fecunda, creando rebaños de zombis sometidos a
constantes estímulos sexuales. La pornografía contribuye maravillosamente a
instaurar aquella "religión erótica que, a la
vez que exalta la lujuria, prohíbe la fecundidad" avizorada
por Chesterton,
creando un "sexo sin relaciones",
completamente autorreferencial, que alivia las frustraciones de una vida
mostrenca y bajuna (como es hoy la vida de las sociedades occidentales),
dejando a los adictos sin fuerzas para cambiar las estructuras opresoras (que,
además, ni siquiera perciben como tales), resignados a trabajar a cambio de una
remuneración que apenas les permite malvivir, comiendo pizzas en cuchitriles
inmundos, sin amor y sin prole, en la triste soledad de suburbio, pero con
suministro constante de pornografía. Que no les importará recibir a cambio de
identificarse con ese certificado digital que prepara el Gobierno; porque una
persona que acepta la vida indigna que le han asignado antes ha dimitido de su honra.
El consumo compulsivo de
pornografía está modelando adultos tarados, cada vez más
egoístas y psicopáticos, cada vez más incapacitados para la
expresión de los afectos y la aceptación de los compromisos. Cualquier
psicólogo o psiquiatra con consulta abierta lo sabe; y eso que a sus consultas
sólo acude una porción mínima de adultos adictos, la porción más intrépida y a
la vez humilde, mientras los demás siguen disfrutando como zombis de la
infestación pornográfica que ha agotado su "energía
libidinal" y los ha convertido en personas
infecundas, tal como conviene a quienes los pastorean. Quienes, en
el colmo de la hipocresía y la avilantez, pueden permitirse el lujo de
presentarse ante las masas cretinizadas como protectores de la infancia.
Publicado en ABC.
Por: Juan Manuel de
Prada
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