Jesús envía a sus setenta y dos discípulos a preparar el camino.
Por: Mons. Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, LC |
Fuente: Periódico Sagrada Familia Diócesis Cancún Chetumal
Hoy en nuestra patria corre como un río la sangre derramada por tantos
asesinatos de tanta gente inocente como los sacerdotes jesuitas de Chihuahua,
como los periodistas asesinados por el crimen organizado, destacó.
¡Cuántos muertos en
México!, un río de sangre atraviesa todo
el país a lo largo y a lo ancho. El pueblo de México tiene miedo por la
inseguridad, por el dominio del crimen organizado que está impunemente
ejerciendo su dominio sin límite, sin que nadie le ponga el alto, sin que nadie
le aplique la ley, sin que nadie haga justicia en éste país. La promesa del
Señor es que hará crecer como un río la paz en el País, Jesús cuando resucitó
lo primero que les dijo a sus discípulos fue: “La paz
esté con ustedes”. Dos veces les deseó, les trajo, les contagió su paz,
y sus corazones se llenaron de paz y de alegría. “Mi
paz os dejo, mi paz os doy” no como la da el mundo. Esa es la promesa,
ese es el fruto de la presencia de Dios en nosotros, fue su explicación para la
primera lectura que dice, correrá la paz sobre ella como un río.
Mientras que para la segunda
lectura San Pablo dice que todos los que vivan conforme a esta norma, también
para el verdadero Israel, la paz y la misericordia de Dios, es el encuentro con
su misericordia. Cuando esa misericordia infinita se encuentra con nuestro
arrepentimiento, con nuestra enmienda, con nuestra confesión de nuestros
pecados, entonces brota la paz en nuestros corazones, recuperamos la paz
perdida por nuestros pecados. Dios quiere que recuperemos esa paz para que podamos
ser artesanos de paz, para que podamos irradiar esa paz, para que podamos ser
portadores de paz para nuestros hermanos con nuestra palabra, con nuestras
actitudes, con nuestra presencia. Estamos llamados a contagiar no la paz del
mundo, sino la paz de Dios.
JESÚS ENVÍA A SUS
SETENTA Y DOS DISCÍPULOS A PREPARAR EL CAMINO.
Es un anticipo de la misión
universal de evangelización. Y les dice que lo primero que deben decir es: “La paz reine en esta casa”, ese es el saludo, ese
es el deseo, ese es el mensaje, ese es el don de Dios, esa es nuestra misión,
hacer que la paz de Dios reine en esta casa de México, que no reine la
violencia, que no corra más sangre, que no salpiquen las paredes de la casa
ensangrentadas, sino que reine la paz en nuestra Patria.
La paz es el primer signo del
Reino de Dios, donde hay paz ahí está el Espíritu de Dios. El Reino de Dios es
paz y gozo en el Espíritu Santo, ese es el signo: la
paz y la alegría. Mi paz les dejo, mi paz les doy, no como la da el
mundo. La paz del mundo es una tranquilidad ausencia de conflictos o producto
de acuerdos. No, la paz de Cristo es fruto de la justicia, de la verdad, de la
libertad, de la oración, de la confianza y de la fe en el amor de nuestro Señor
Jesucristo.
La paz es Cristo, es su
presencia misma, salvadora, sanadora, confortadora, iluminadora,
reconciliadora. La paz de Cristo nos hace a
nosotros también artesanos de paz. Dichosos los pacíficos, los obradores de
paz, porque ellos serán hijos de Dios. Jesús hoy nos manda a nosotros como a
los setenta y dos discípulos a anunciar esa paz, a contagiar esa paz, a ser
artesanos de esa paz, ser obreros de la paz de Cristo. Cristo nos necesita
portadores de su paz.
Que nuestra palabra, nuestra
presencia, nuestra actitud, todo nuestro ser irradie la paz de Nuestro Señor
Jesucristo. Que la palabra de Cristo habite en nuestros corazones con toda su
riqueza y que en nuestros corazones habite siempre la paz de Nuestro Señor
Jesucristo, para que verdaderamente podamos ser portadores y artesanos de la
paz que es un don y una tarea, que es un don y una misión, que es un don y una
conquista. Que la paz de Cristo habite en nuestros
corazones en toda su plenitud para poder rebozar de paz e irradiar de paz a
nuestros hermanos.
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