El auténtico Adviento procede del interior del corazón creyente del hombre y, sobre todo, de la hondura del amor de Dios.
Por: Felipe Borau | Fuente: www.mercaba.org
Vivir el Adviento
no es tan fácil. Para muchos apenas adquiere relevancia, ni la palabra en sí y
mucho menos su contenido.
APENAS UNA SUMA PEQUEÑA DE DOMINGOS QUE NOS CONDUCE A LA NAVIDAD.
Es necesario reivindicar el sentido pleno del Adviento como actitud cristiana
fundamental: esperar a Dios y esperarlo en Jesús;
creer en su venida progresiva, misteriosa pero real, a nosotros, al mundo. El
Adviento es ese tiempo concreto que rompe nuestra inconcreción y nuestra monotonía
para ponernos en camino de conversión, para centrar nuestra vida no en una
irrealidad, sino en la realidad maravillosa de Jesús que se acerca a la vida de
los hombres como nuestro Salvador.
CADA DÍA ESPERÁBAMOS, A VECES HASTA ACOMODADOS EN UN
SUEÑO PROFUNDO; OÍAMOS VOCES, ECOS; ALGUIEN QUE VIENE, QUE VENDRÁ...
También nos habíamos cansado de esperar... casi siempre todos los días eran lo
mismo, subía el egoísmo de los hombres y el panorama era un puro desierto de
soledad. Cada día era una continua espera desde los solitarios valores de los
hombres. Parecía que el cielo estaba más lejos de nosotros. Nuestra espera se
había convertido en una actitud inútil. Aunque las fiestas de la Iglesia
recuerdan algo pasado, son también presente, realización viva, pues lo que ha
ocurrido una vez en la historia, debe volver a ocurrir una y otra vez en la
vida de los creyentes. Cada uno de nosotros debe vivir la expectación, la
llegada del Señor desde su propia realización y su propia lucha para obtener
con ello la Salvación. ¿Qué es eso de esperar a
Alguien que viene de otra parte? ¿Qué hay más importante que encontrar en mi
vida al Amigo? Un amigo es algo grande y precioso. Pero, ¿me lo puedo hacer yo
mismo? Ciertamente, no. Puedo estar vigilante y receptivo, para notar
cuando se me acerca una persona que puede ser importante para mí; pero tiene
que venir. Venir, desde ese ámbito, inabarcable con la vista, que es la vida
humana. En cualquier ocasión nos encontramos, entramos en conversación, y
entonces se desarrolla esa cosa fecunda y hermosa que se llama amistad...
Alguien que viene a nosotros desde la amplitud de los cielos, desde la
inmensidad... hemos extendido las manos, hemos abierto las puertas... Alguien
ha penetrado profundamente en nuestra vida.
Nuestra salvación descansa en una venida. Aquel que viene, no lo han podido
inventar ni producir los hombres mismos; ha venido a ellos desde el misterio de
la libertad de Dios. ¡Cuántas veces lo han
intentado! En todos los pueblos y en todas las épocas surgen las figuras
de salvadores y redentores que apenas pueden modificar la realidad humana. Por
haber nacido del mundo, no pudieron llevar el mundo a la libertad; y por estar hechos
de la materia de su tiempo desaparecieron.
El auténtico Redentor, Aquél a quien esperamos, ha procedido de la libertad de
Dios: ha surgido en una pequeña nación, en una época que nadie podría demostrar
que era la apropiada y en figura ante la cual nos invade el asombro: ¿por qué precisamente ésta? La decisión de la fe
consiste en buena medida en prescindir de qué es lo correcto y apropiado, y
recibir al que proviene de la libertad de Dios: "Bendito
el que viene en el nombre del Señor".
ESTE ES EL COMIENZO DE LA BUENA NUEVA, DE LA
BUENA NOTICIA.
ESTAMOS YA EN EL CAMINO DE LA ESPERANZA.
Esto nos dice el Adviento. Todos los años nos exhorta a considerar el prodigio
de esta Venida. Pero nos recuerda también que su sentido sólo puede adquirir su
plenitud si el Redentor no viene sólo para la humanidad en su conjunto, sino
para cada uno de nosotros en particular: en sus
alegrías y miserias, en sus convicciones, perplejidades y tentaciones, en todo
lo que constituye su ser y su vida. Descubrir desde lo hondo de nuestras
conciencias que Cristo es mi Redentor y viene a mi vida, es ponerse en el
camino de Adviento. El auténtico Adviento procede del interior. Del
interior del corazón creyente del hombre y, sobre todo, de la hondura del amor
de Dios. Debemos preparar el camino a su Amor y descubrir formas nuevas que nos
pongan en disposición de recibir "al Salvador
de Dios". De nuevo volverá a tener vigencia y sentido este bello
deseo y oración: "Ven, Señor Jesús".
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