"POR MUCHO QUE QUIERAN ECHAR BARRO SOBRE SU PERSONA O IGNORAR SUS ENSEÑANZAS, SU SANTIDAD ES EVIDENTE Y SU MENSAJE NO SERÁ OLVIDADO, AL MENOS MIENTRAS EXISTA UN RESTO QUE SIGA SIENDO FIEL A LA VERDADERA IGLESIA CATÓLICA".
Cuando escribo estas líneas, el
Papa emérito Benedicto XVI está agonizando. Nadie sabe cuándo entregará su alma
al Dios que tanto ha amado. Su corazón, a pesar de tantos golpes recibidos, aún
sigue latiendo. Contra todo pronóstico, está vivo todavía. Es, como dijo hace
unos meses su secretario, monseñor Gänswein, una
vela que se va apagando lentamente, sin hacer ruido, con
la delicadeza, cortesía y humildad que caracterizó su vida. Esa humildad que,
sin él mismo saberlo, atraía a todos los que se le acercaban y que hace que
hasta sus más groseros y despiadados enemigos tengan que reconocer que es un santo, aunque
luego tengan que añadir algo para manchar su nombre.
Su agonía tiene lugar en plenas
fiestas navideñas, cuando el solsticio de invierno ya ha pasado y
la luz comienza, tímidamente, a derrotar las
tinieblas. Como si
fuera una profecía, su final es un motivo de esperanza. Lo peor, aunque no lo
parezca, puede ser que ya haya pasado. En este gélido invierno que padece la
Iglesia, en esta noche oscura, él ha sido la luz que brilla en las tinieblas. Y
lo ha sido porque se ha empeñado con todas sus fuerzas en servir
al que es la verdadera luz, Cristo, único redentor y salvador
del mundo. Mientras las tinieblas crecían, mientras muchos se empeñaban en
manipular, diluir o simplemente destruir el mensaje cristiano, él trabajaba
incansablemente en hacer lo contrario. Su obra ha sido titánica. Repasando lo que ha hecho este "humilde trabajador de la casa del Señor" -como
él mismo se definió-, no se puede evitar ni el asombro ni el agradecimiento.
Durante su época como prefecto de
Doctrina de la Fe, fueron publicados los dos documentos sobre la Teología de la
Liberación, que hirieron de muerte el intento
del comunismo soviético de
hacerse con el control político de Latinoamérica. El marxismo y el cristianismo
son incompatibles y eso lo dijo cinco años antes
de que cayera el muro de Berlín y
quedaran expuestas ante el mundo las vergüenzas de un régimen inhumano.
A él se debe también, en última
instancia, el Catecismo de la Iglesia
Católica, obra magna que se alza como un dique contra el relativismo
que se empeña en desvirtuar el dogma, la moral y la liturgia católica. Durante
su tiempo como prefecto se publicó la decisiva declaración "Dominus Iesus", que pone luz en las tinieblas promovidas
por aquellos que presentan a Jesús como uno más en la lista de hombres ilustres
de la historia; Jesús, hombre verdadero, no es un igual, o ni siquiera alguien
mejor que otros; Jesús es Dios verdadero y sólo Él es el salvador de la
Humanidad; como consecuencia, sólo en la Iglesia que Él fundó, la
católica, se conserva la plenitud de su mensaje y la plenitud de los instrumentos que Él
dejó para ayudarnos a recorrer el camino de la salvación.
Tras ser elegido Papa, publicó
tres grandes encíclicas, alertando del peligro de convertir a la Iglesia en una
ONG que se ha olvidado de hablar del cielo y de salvar a las almas, para
preocuparse sólo de cuidar de los cuerpos. Para el Papa Benedicto, la caridad
sin anuncio de Cristo no es auténtica caridad. Hay que tener con el hombre la caridad de
anunciarle la verdad y esa verdad es Jesucristo. Él fue el que intentó
conseguir la paz litúrgica, facilitando la celebración de la misa tradicional.
También fue el que renovó la
condena a la masonería. Y, por supuesto, el escritor
brillante de libros como "Informe sobre la
fe" -junto a Vittorio Messori- o los tres tomos sobre la vida de
Cristo.
Por todo eso, porque era la luz
que brillaba en las tinieblas, los enemigos de la luz fueron a
por él desde el primer momento. El
"vatileaks" -la difusión de documentos confidenciales que
ponían de manifiesto las luchas internas en el Vaticano y la corrupción que
existía-, le golpearon donde más daño podían hacerle: en su honestidad. "Has fracasado en la lucha
contra la corrupción -le dijo un importante cardenal pocos meses de su
dimisión- debes irte y dejar paso a otro que lo haga mejor". Y
dimitió. Lo hizo reconociendo que ya no
tenía las fuerzas suficientes para seguir llevando el
timón de la nave de la Iglesia. La historia dirá si fue prematura esa dimisión
o si fue abocado a ella, aunque fuera libremente asumida. Él decidió hacerse a
un lado y dedicar lo que le quedaba de vida a seguir trabajando
por la Iglesia, pero desde el silencio de una clausura, aunque ésta
estuviera en el corazón mismo de la Iglesia.
Ahora está acabando su carrera y,
como dijo San Pablo de sí mismo, ha mantenido la fe y ha luchado para que la
luz de Cristo no sucumbiera ante el
relativismo feroz que, como
una tormenta poderosa, está llenando de agua y haciendo naufragar la barca de
la Iglesia. Cuando Dios quiera, morirá, pero su legado, su obra, quedará para
siempre. Por mucho que quieran echar barro sobre su persona o ignorar sus
enseñanzas, su santidad es evidente y su mensaje no será olvidado, al menos
mientras exista un resto que siga siendo fiel a la verdadera Iglesia católica.
Por: Palabras para
vivir
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