Sí, nosotros somos el mensajero de Jesús de Nazaret resucitado. Debemos llevar Su mensaje a nuestro alrededor.
Por: Salvador I. Reding Vidaña | Fuente:
Catholic.net
Volvamos poco más de dos mil años en la historia, pero a una imagen
alternativa, virtual (hoy tan de moda). Es el primer día después del sábado; un
día tranquilo y de descanso de aquellos miembros del Sanedrín que, tras la
pesadilla del nazareno que tanto les había molestado, comentaban cómo la
crucifixión en manos romanas les había librado, para siempre, de Jesús.
Tres años de predicación, de movilizar multitudes, de predicar cosas nuevas, de
hablar de Yahvé, de (¡horror!) curar enfermos, se acabaron por siempre. Sus
acusaciones, sus señalamientos: ¡sepulcros
blanqueados!, las humillaciones pasadas al tratar ellos de humillarlo,
no volverían. Ese carpintero predicador de Nazaret, Jesús, estaba muerto.
De pronto, en el centro de la reunión, una luz muy blanca los aturde. En medio
de ella, vestido de túnica blanca, aparece "el
muerto", y les dice, porque finalmente es Dios amoroso: "la paz sea con vosotros". El terror más
fuerte se apodera de todos los presentes y caen por tierra: ¡no puede ser, murió en el Calvario, lo vimos morir, el
cielo se cubrió y tembló la tierra! ¿Qué es esto?
Pero "el muerto", resucitado,
vuelto a la vida, con su mismo cuerpo y las heridas visibles de la crucifixión,
les dice: se los advertí: destruid este templo y yo lo reconstruiría en tres
días, y aquí estoy, vivo de nuevo por siempre, hasta el fin de los tiempos y
después de ellos. Seguiré llevando el mensaje de mi Padre a todos los confines
del mundo.
El terror de los presentes, sacerdotes, fariseos y algunos amigos romanos importantes
era mayor. Pero el resucitado, Jesús el carpintero, les dice: yo soy el Hijo
del Padre, el Mesías que no quisieron reconocer, aunque mi vida ha sido el
cumplimiento exacto y fiel de las profecías que el Señor dio a nuestros padres.
Vengo a manifestarles mi perdón, pues sin vuestra maldad, las profecías no se
habrían cumplido en mi muerte y resurrección. Vengo a darles de nuevo el
mensaje de mi Padre, ¡arrepiéntanse y conviértanse!
Yo, Jesús resucitado, saldré a las calles a llevar de nuevo mi mensaje;
haré milagros frente a multitudes de todos los pueblos de la tierra; mi voz,
como un trueno del cielo, pero llena de amor, se escuchará por todos los
hombres de ahora y del futuro.
El terror en el Sanedrín aumentaba… pero Jesús continuó hablando. Sí, están perdonados, porque Yo dí mi vida por todos,
vosotros incluidos. Salgan también a las calles tras de mí y digan a todos
aquellos a quienes embaucaron contra mí para que Poncio Pilatos me crucificara,
que escuchen mi Palabra, que mi sangre era la de un inocente y por eso he
vuelto de la muerte, la he vencido.
Díganles a quienes me condenaron a la cruz por aclamación, que también los
perdono y los amo, que también se conviertan y escuchen todos a mis discípulos,
porque yo caminaré al frente de ellos por el mundo, para que todos crean y se
conviertan.
Finalmente, la fuerza del amor del carpintero resucitado venció a los
asistentes del Sanedrín, y así, postrados de rodillas, creyeron en Él y lo
siguieron.
Pero no, esa escena no sucedió. Tampoco llegó Jesús ante sus apóstoles para
decirles, después de desearles la Paz: amados míos, como estaba escrito, he
resucitado, reconstruí este templo, mi cuerpo, vencí a la muerte. Dejad pues de
temer a los judíos en la calle, y salgan tras de mí, acompáñenme a llevar el
mensaje del Padre, la Buena Nueva, a todo el mundo, pues nadie les hará daño.
No, nada de eso paso ¡tan fácil que hubiera sido
transmitir el mensaje divino, construir entre todos los pueblos del mundo esa
Iglesia que Él había fundado y encomendado a un pequeño grupo de apóstoles!
Como les dijo, Él estaría con ellos hasta el fin de los tiempos ¡como dudarlo si estaba allí, y recorrería caminos y
ciudades, pero ahora con gran poder y majestad! Las trompetas angélicas
anunciarían su llegada.
No, la realidad es diferente. Jesús resucitado visitó a los suyos en privado,
les dio consejos, encargos, poderes, les infundió al Espíritu Santo y un día,
frente a ellos, los dejó solos, humanamente hablando. Nunca se iría, sin
embargo, pues como ofreció, estaría con ellos y Su Iglesia a través de los
siglos, para que el mensaje se transmitiera por boca de las ovejas y los
pastores a quienes encomendó el rebaño.
Sí, el mensajero… somos nosotros, con todas nuestras limitaciones, debilidades,
miedos y pecados. Tan fácil que hubiera sido… pero el Señor quiere, como en el
antiguo testamento, que su mensaje, la profecía, llegue a los hombres por boca
de sus enviados: ve y lleva al rey este mensaje… A
su Iglesia, a nosotros, encomendó: id y predicad por
todas las naciones; ese es nuestro encargo.
Sí, nosotros somos el mensajero de Jesús de Nazaret resucitado. Debemos llevar
Su mensaje a nuestro alrededor. Ni siquiera tenemos que recorrer, en general,
caminos y pueblos nuevos, como los misioneros. Simplemente, entre los nuestros
y por nuestros medios, llevemos el mensaje, con el ejemplo y con la palabra.
Seamos como nos pidió -aprendiendo de Él-, "mansos
y humildes de corazón", y no tengamos miedo de ser sus mensajeros.
Él pondrá en nuestra mente y en nuestra boca para hablar, y en nuestra mano
para escribir, lo que debemos decir y cómo decirlo. Jesús resucitado no nos
pide más de lo que podemos hacer; no tengamos miedo pues, si somos el mensajero
podremos llevar la Buena Nueva. ¡Confiemos en Él!
¡Lo haremos bien! Como recompensa, Él moverá los corazones y nos dará
vida eterna en su reino.
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