La preciosa palabra “Guadalupe” es, en origen, el nombre de un río, cosa que indica la propia palabra, pues como es bien sabido “guad” significa “río” en árabe, y todas las palabras que en español empiezan por “guad”, pueden ser también otra cosa, pero en principio, son siempre el nombre de un río.
En cuanto al nombre del río, es fácil sucumbir a la tentación de explicar que
significa “río del lobo”, de “guad” igual a río en árabe, y “lupe” igual
a lobo en latín. Más bien parece sin embargo que significa “río
escondido”, completamente
árabe y no mixtura del árabe y el latín, de “guad al luben”, que
significaría eso, “río escondido”
El río acabará dando nombre a una población y a una virgen, ¿pero en qué orden? Pues bien, nos hallamos aquí
en un caso clásico de virgen que da nombre a una ciudad, y no de ciudad que da
nombre a una virgen.
Quiere la preciosa tradición –la tradición es una manera de hacer historia- que
la preciosa talla de la virgen de Guadalupe se
habría realizado en tiempos tan remotos como el s. I, en un taller sito en
Palestina abierto nada menos que por el gran evangelista Lucas, el artista por antonomasia
entre los protopatriarcas del cristianismo, al que atribuye la tradición no
sólo haber pintado el rostro del mismísimo Jesucristo, sino también otras
virginales tallas como, notablemente, la de la madrileña Virgen de Atocha.
Sigue la leyenda señalando que “muerto San
Lucas, la imagen fue enterrada junto a él y trasladada junto a sus restos desde
Acaya (Asía Menor) hasta Constantinopla en el siglo IV. Desde allí el cardenal
Gregorio la llevó a Roma (582), siendo
elegido papa en el año 590 con el nombre de Gregorio Magno. Se convierte este
papa en el principal devoto de la imagen y el primer artífice de la expansión
de la misma en Roma. La imagen se trasladó desde Roma a Sevilla, pues el papa
se la regaló al arzobispo de la ciudad hispalense, San Leandro, en cuya iglesia
principal comenzó a venerarse hasta el comienzo de la invasión árabe
(711)” 1.Un San Leandro que es el hermano de San Isidoro y
que es quien consigue la conversión del arriano rey Recaredo, primer rey
católico de la monarquía visigótica.
Al producirse la invasión musulmana de la península en el año 711, los
sevillanos, para impedir su profanación por los sarracenos, la habrían
escondido junto al río Guadalupe, en un lugar de la serranía de las Villuercas.
Así queda la cosa hasta que cinco siglos más tarde, ya en pleno s. XIII,
la Virgen se aparece a un vaquero por nombre Gil Cordero, asegurándole que existe una
talla de su persona junto al río Guadalupe. Al poco, el pastor pierde una vaca
y cuando se la encuentra muerta junto al río Guadalupe, decide desollarla para
aprovechar el cuero.
Como era costumbre, antes de hacerlo bendice al animal, haciéndole una señal de
la cruz en el vientre, momento en el que la vaca vuelve a la vida. Se le ocurre
entonces al pastor que esa debe ser la señal de la Virgen para buscar la imagen
de la que le había hablado, excava y efectivamente, la encuentra, levantándose
al poco una ermita en el lugar. Ermita que dará lugar a una preciosa ciudad,
que recibe por nombre Guadalupe.
Hasta aquí la historia de la Virgen de Guadalupe española. Ahora bien, ¿y la mejicana? ¿Por qué se llama de Guadalupe la
maravillosa y milagrosa virgen que con tanta devoción veneran los mejicanos?
El 9 de diciembre de 1531, en
el Cerro del Tepeyac, cerca de la actual Ciudad de Méjico, sólo diez años
después de la conquista de Méjico por Hernán Cortés para la corona española, la
Virgen se aparece al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Juan
Diego tiene 57 años, por lo que no ha nacido cristiano, sino que está recién
bautizado y es producto de la evangelización de los misioneros españoles en la
región. Es la primera de las hasta cuatro apariciones que Juan Diego recibirá
de la Virgen, la cual le ordena cortar unas rosas que acaban de florecer en lo
alto del cerro en pleno invierno, y llevarlas al obispo Juan Zumárraga, junto
con la petición de que en ese lugar se le edifique un templo.
Cuando Juan Diego muestra al obispo las flores, se aparece milagrosamente
la imagen de la Virgen en el ayate, -tela confeccionada con fibra de maguey- en la que las
portaba. El obispo entonces ordena la construcción de la ermita pedida por la
Virgen, en la que Juan Diego vivirá el resto de sus días. Hoy, la basílica de
Nuestra Señora de Guadalupe recibe la visita de unos 20 millones de fieles al
año.
En cuanto a la advocación por la que es conocida la Virgen, Nuestra Señora de
Guadalupe, aunque controvertida, parece que procedería de una
transcripción por semejanza al árabe españolizado “guadalupe” del término
náhuatl “quatlasupe”, con la que se presenta la Virgen a Juan Diego,
significando “la que aplasta a la
serpiente”, de “coala”, serpiente, y “supe” aplastar. Una imagen que transporta
inmediatamente al pasaje del Génesis que reza así:
“Enemistad pondré entre ti [la serpiente que representa al Diablo] y
la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te aplastará la cabeza” (Gn. 3, 15)
Una mujer que la exégesis cristiana del Libro del Apocalipsis ha identificado
como la Virgen María.
Y esta es la manera en que un río bautizado por los árabes como “río escondido”, acaba dando nombre a la imagen de
una Virgen en España, ésta a una ciudad española, y luego a una segunda talla
de otra virgen a miles de kilómetros de distancia en Méjico por similitud
fonética de lo que en árabe significa “río
escondido” con lo que en náhuatl significa “la
que aplasta a la serpiente”. Impresionante,
¿no les parece?
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
Por: En cuerpo y alma
Luis Antequera
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