Este Sábado Santo, en
la Vigilia Pascual de 2022, el Papa Francisco alentó a redescubrir a Cristo que
está vivo, sin tener “miedo de buscarlo también en el rostro de los hermanos,
en la historia del que espera y del que sueña, en el dolor del que llora y
sufre: ¡Dios está allí!”.
A continuación, el texto completo de la homilía del
Papa Francisco en la Vigilia Pascual en la Noche Santa de Pascua de 2022:
Muchos escritores, muchos poetas, han evocado la belleza de las noches,
iluminadas por las estrellas. Las noches de la guerra, en cambio, están
surcadas por luminosas estelas de muerte. En esta noche, hermanos y hermanas,
dejémonos tomar de la mano por las mujeres del Evangelio, para descubrir con
ellas la manifestación de la luz de Dios que brilla en las tinieblas del mundo.
Esas mujeres, mientras la noche se disipaba y las primeras luces del alba
despuntaban sin clamores, se dirigieron al sepulcro para ungir el cuerpo de
Jesús. Y allí vivieron una experiencia desconcertante: primero descubrieron que
la tumba estaba vacía; después vieron dos figuras con vestiduras
resplandecientes, que les dijeron que Jesús había resucitado; y rápidamente
corrieron a anunciar la noticia a los demás discípulos (cf. Lc 24,1-10). Ven, escuchan, anuncian. Con estas tres
acciones entramos también nosotros en la Pascua del Señor.
Las mujeres ven. El primer anuncio de la
Resurrección no se presenta como una fórmula que hay que comprender, sino como
un signo que hay que contemplar. En un cementerio, junto a un sepulcro, donde
todo debería estar ordenado y tranquilo, las mujeres vieron «que la piedra estaba corrida. Cuando entraron no
hallaron el cuerpo del Señor Jesús» (vv. 2-3). La Pascua, por tanto,
empieza cambiando nuestros esquemas. Llega con el don de una esperanza
sorprendente. Pero no es fácil acogerla. A veces —debemos admitirlo— esta
esperanza no encuentra espacio en nuestro corazón. También en nosotros, como en
las mujeres del Evangelio, prevalecen preguntas e incertidumbres, y la primera
reacción ante el signo imprevisto es el miedo, el “no
levantar la vista del suelo” (cf. vv. 4-5).
Con mucha frecuencia, miramos la vida y la realidad sin levantar los
ojos del suelo; sólo enfocamos el hoy que pasa, sentimos desilusión por el
futuro y nos encerramos en nuestras necesidades, nos acomodamos en la cárcel de
la apatía, mientras seguimos lamentándonos y pensando que las cosas no
cambiarán nunca. Y así permanecemos inmóviles ante la tumba de la resignación y
del fatalismo, y sepultamos la alegría de vivir. Pero, sin embargo, esta noche
el Señor quiere darnos unos ojos diferentes, encendidos por la esperanza de
saber que el miedo, el dolor y la muerte no tendrán la última palabra sobre
nosotros. Gracias a la Pascua de Jesús podemos dar el salto de la nada a la
vida, «y la muerte ya no podrá defraudarnos más de
nuestra existencia» (K. RAHNER, Cosa significa la Pasqua, Brescia
2021, 28), que ha sido abrazada totalmente y para siempre por el amor infinito
de Dios. Es verdad que puede atemorizarnos y paralizarnos, ¡pero el Señor ha resucitado! Levantemos la
mirada, quitemos de nuestros ojos el velo de la amargura y la tristeza, y
abrámonos a la esperanza de Dios.
En segundo lugar, las mujeres escuchan. Después de haber visto el sepulcro vacío, dos hombres con vestiduras
resplandecientes les dijeron: «¿Por qué buscan
entre los muertos al que está vivo? No está aquí: ¡ha resucitado!» (vv.
5-6). Nos hace bien escuchar y repetir estas palabras: ¡no está aquí! Cada
vez que creemos saber todo sobre Dios, que lo podemos encasillar en nuestros
esquemas, repitámonos a nosotros mismos: ¡no está
aquí! Cuando lo buscamos sólo en la emoción pasajera o en el momento de
la necesidad, para después hacerlo a un lado y olvidarnos de Él en las
situaciones y en las decisiones concretas de cada día, repitámonos: ¡no está aquí! Y cuando pensamos que lo hemos
aprisionado en nuestras palabras, fórmulas y costumbres, pero nos olvidamos de
buscarlo en los rincones más oscuros de la vida, donde hay alguien que llora,
lucha, sufre y espera, repitámonos: ¡no está aquí!
Escuchemos también nosotros la pregunta dirigida a las mujeres: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”.
No podemos celebrar la Pascua si seguimos quedándonos en la muerte; si
permanecemos prisioneros del pasado; si en la vida no tenemos la valentía de
dejarnos perdonar por Dios, de cambiar, de terminar con las obras del mal, de
decidirnos por Jesús y por su amor; si reducimos la fe a un amuleto, haciendo
de Dios un hermoso recuerdo de tiempos pasados, en lugar de descubrirlo como el
Dios vivo que hoy quiere transformarnos a nosotros y al mundo. Un cristianismo
que busca al Señor entre los vestigios del pasado y lo encierra en el sepulcro
de la costumbre es un cristianismo sin Pascua. ¡Pero el Señor ha resucitado! ¡No nos detengamos en
torno a los sepulcros, sino vayamos a redescubrirlo a Él, el Viviente! Y
no tengamos miedo de buscarlo también en el rostro de los hermanos, en la
historia del que espera y del que sueña, en el dolor del que llora y sufre: ¡Dios está allí!
Por último, las mujeres anuncian. ¿Qué anuncian? La alegría de la
Resurrección. La Pascua no acontece para consolar íntimamente al que llora la
muerte de Jesús, sino para abrir de par en par los corazones al anuncio
extraordinario de la victoria de Dios sobre el mal y sobre la muerte. Por eso,
la luz de la Resurrección no quiere retener a las mujeres en el éxtasis de un
gozo personal, no tolera actitudes sedentarias, sino que genera discípulos misioneros
que “regresan del sepulcro” (cf. v. 9) y
llevan a todos el Evangelio del Resucitado. Es por eso que, después de haber
visto y escuchado, las mujeres corrieron a anunciar la alegría de la
Resurrección a los discípulos. Sabían que podían pensar que estaban locas,
tanto es así que el Evangelio dice que sus palabras les parecieron «una locura» (v. 11), pero ellas no se preocuparon
de su reputación ni de defender su imagen; no midieron sus sentimientos ni
calcularon sus palabras, se empeñaron en proclamar la noticia de que el Señor
ha resucitado.
¡Qué hermosa es una Iglesia que corre de esta
manera por los caminos del mundo! Sin
miedos, sin estrategias ni oportunismos; sólo con el deseo de llevar a todos la
alegría del Evangelio. A esto somos llamados, a experimentar el encuentro con
el Resucitado y a compartirlo con los demás; a correr la piedra del sepulcro,
donde con frecuencia hemos encerrado al Señor, para difundir su alegría en el
mundo. Resucitemos a Jesús, el Viviente, de los sepulcros donde lo hemos
metido, liberémoslo de las formalidades donde a menudo lo hemos encerrado.
Despertémonos del sueño de la vida tranquila en la que a veces lo hemos
acomodado, para que no moleste ni incomode más. Llevémoslo a la vida cotidiana:
con gestos de paz en este tiempo marcado por los
horrores de la guerra; con obras de reconciliación en las relaciones rotas y de
compasión hacia los necesitados; con acciones de justicia en medio de las
desigualdades y de verdad en medio de las mentiras. Y, sobre todo, con obras de
amor y de fraternidad.
Hermanos y hermanas, nuestra esperanza se llama Jesús. Él entró en el
sepulcro de nuestros pecados, llegó hasta el lugar más profundo en el que nos
habíamos perdido, recorrió los enredos de nuestros miedos, cargó con el peso de
nuestras opresiones y, desde los abismos más oscuros de nuestra muerte, nos
despertó a la vida y transformó nuestro luto en danza. ¡Celebremos la Pascua
con Cristo! Él está vivo y también hoy pasa, transforma y libera. Con Él el mal
no tiene más poder, el fracaso no puede impedir que empecemos de nuevo, la
muerte se convierte en un paso para el inicio de una nueva vida. Porque con
Jesús, el Resucitado, ninguna noche es infinita; y, aun en la oscuridad más
densa, brilla la estrella de la mañana.
En esta oscuridad que están viviendo, señores parlamentarios, señoras
parlamentarias, la oscuridad de la guerra y de la crueldad. Todos nosotros
rezamos por ustedes y con ustedes en esta noche. Rezamos por tantos
sufrimientos. Nosotros solamente les podemos dar nuestra compañía, nuestra
oración, y darles ánimo y acompañarles. Hoy es lo más grande que se puede
celebrar. Cristo ha resucitado.
Redacción ACI Prensa
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