“Oh Virgen y Madre de Dios... soy hijo y misionero vuestro, formado en la fragua de vuestra misericordia y amor”
(San Antonio María
Claret).
Hoy, 24 de octubre, celebramos a San Antonio María Claret, nacido en
Sallent, Barcelona (España), en 1807. En su juventud fue obrero textil, razón
por la que se le considera patrón de los tejedores y de la industria textil de
Cataluña. Desde pequeño se destacó por su amor a la Eucaristía y a la Virgen
María. De hecho, Antonio profesaba un gran amor por la Madre de Dios y la tenía
como protectora. Un día, siendo muy joven, fue de paseo a la playa con unos
amigos. De pronto, mientras caminaba por la orilla, fue arrastrado mar adentro
por una ola muy grande. Como no sabía nadar, empezó a ahogarse. Preso del
pánico, alcanzó a gritar: “Virgen Santa, sálvame”.
De pronto, -no sabía bien explicar cómo- estaba de regreso en la orilla, sano y
salvo. Siempre que Antonio recordaba el episodio, decía que había sido la
Virgen quien lo había salvado.
Años más tarde el joven catalán ingresa al seminario y es ordenado
sacerdote en 1835. Primero asumió un cargo parroquial, pero su deseo más grande
era ser misionero. Una vez que fue dispensado del encargo recibido, empezó a
predicar el Evangelio, primero en las periferias de Cataluña y luego en las
Islas Canarias. En 1849 fundó la Orden de los Misioneros Hijos del Inmaculado
Corazón de María, hoy conocidos como “claretianos”.
También fue fundador de la Congregación de Religiosas de María
Inmaculada (Misioneras Claretianas).
Posteriormente Antonio María fue enviado a Cuba por pedido del Papa,
donde llegó a ser arzobispo de Santiago de Cuba. Allí trabajó en el
reordenamiento de la vida eclesial -la arquidiócesis había estado sin pastor
por más de una década-, mientras combatía las injusticias sociales de su
entorno. El arzobispo Claret se enfrentó a los europeos que maltrataban a los
indios y preparó una edición de las Leyes de Indias para facilitar su
divulgación, ya que estas intentaban suavizar el trato hacia los esclavos.
Claret, odiado por los esclavistas, fue blanco de numerosas amenazas.
Incluso un hombre intentó asesinarlo con un cuchillo. Providencialmente, el
atacante solo logró cortarle parte del rostro y el brazo derecho. Aunque quedó
mal herido por un buen tiempo, una vez que tuvo repuestas las fuerzas, inició
uno más de sus recorridos por la extensa arquidiócesis, hasta que abandonó la
isla rumbo a España.
De regreso a Europa continuó escribiendo textos relacionados a la fe y
la doctrina, así como textos espirituales propicios para la formación de los
sacerdotes y religiosos. En uno de ellos hace explícita su devoción y confianza
en nuestra Madre: “Rezadle el Santo Rosario todos
los días con devoción y fervor, y veréis como María Santísima será vuestra
Madre, vuestra abogada, vuestra medianera, vuestra maestra, vuestro todo después
de Jesús".
San Antonio María Claret se convirtió además en confesor de la reina de
España, Isabel II, por lo que sería desterrado junto a ella cuando fue
destronada en 1868. Por ese motivo, permanece en Francia hasta el final de sus
días. Solo interrumpió dicha estancia cuando fue convocado a Roma por el Papa
Pio IX para participar del Concilio Vaticano I en 1869. Dado que el Concilio no
pudo concluir, regresó a Francia donde murió en el destierro en 1870.
Fue beatificado por Pío XI el 25 de febrero de 1934
y el 7 de mayo de 1950 fue canonizado por Pío XII.
Redacción ACI Prensa
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