A veces cuando escribimos y narramos historias, corremos el riesgo en caer en el ridículo o ser tildados de mitómanos; mas es parte del juego.
Igual les
contaré este suceso. Experiencia de un militar en sus épocas de postulante a
entidad castrense.
José había
venido desde el pueblo de Sihuas, en Ancash,
a postular a la Escuela de oficiales de la guardia civil de los de 1970, Hoy
Policía nacional del Perú, con los ahorros de la familia y con toda la
esperanza de ingresar a la escuela. Eran tiempos en los que ingresaban los
aptos, no los que tenían vara.
Él Estaba
hospedado en una bodega situada en la avenida Arenales, propiedad de familiares
maternos, cerca al centro comercial Risso y al actual “Tic
toc”. Era mediodía y regresaba de una ardua mañana de exámenes. Al
llegar al hospedaje lo encontró cerrado. Aduciendo que habrían salido a
almorzar, se retiró por la zona buscando un sanitario, pues estaba con malestar
estomacal. Tal vez por el estrés de los exámenes o los fuertes ejercicios.
La
situación se tornó desesperante dado que no encontraba conseguir un baño,
pensando en lo peor, -el hacerse los pantalones-, tocó la puerta de una vieja
casona, cerca de un museo, por la avenida Cuba.
Al
abrirse la puerta vio a una rara anciana cuya palidez y el rojo de sus labios
llamó la atención, tanto como lo largo de sus uñas y su fea dentadura. Esta
rara anciana aceptó gustosa el prestarle su sanitario, al cual ingreso José
presuroso y a punto de colapsar.
Luego de
calmar su necesidad se dispuso a retirarse no sin antes agradecer a la amable
anciana, pero grande fue su sorpresa, pues al intentar abrir la puerta del baño
se dio cuenta que estaba trabada y era imposible abrirla. Esta sorpresa se
convirtió en horror al darse cuenta que había sido encerrado adrede, pues escuchaba
al otro lado de la puerta una conversación referente a su edad y su peso en
gancho, cual si fuera una res beneficiada.
Gritó y
golpeó la puerta hasta dañar sus puños, su horror llegó al clímax cuando al
trepar al tragaluz sobre lo alto del baño, logró observar una terrorífica
escena en la que descuartizaban un cuerpo humano, rostizado y cocinado cual
pavo y chancho al horno. Mientras que otro grupo introducía en un horno el
cuerpo de un niño ya sazonado y listo para ser cocinado.
Su grado
de terror era tal que apoyándose en el borde del tragaluz dio un salto
incentivado por la adrenalina, logrando alcanzar un agujero en el centro del
techo que hacía de respiradero y ventana, se fue corriendo despavorido por el
techo. Se descolgó por el frontis de la alta y antigua casa sin reparar de la
altura del techo, para luego correr espantado hasta llegar a su hospedaje
familiar en donde no logró explicar su agitación ni contar lo sucedido por
miedo al ridículo y las burlas.
Luego de
una semana recibió los resultados de los exámenes, dándose con la alegría de
haber ingresado a la escuela. Ya era un cadete, pero esta experiencia no la
pudo olvidar ni contar por miedo a las burlas, tanto que egresado de alférez ya
armado y uniformado regresó a esta casona antigua. Grande fue su sorpresa al
encontrar un anuncio de alquiler, hacía un año que estaba desocupada. Su
curiosidad fue más allá y pidió entrar a verla, comprobó que existía el forado
en la pared en donde él vio un horno empotrado donde se asaban humanos ¿Qué serían? ¿Caníbales? ¿Brujos? Nunca se lo explicó.
Pero cuando escucho de la desaparición de personas me viene la historia narrada
por José, quien hoy es coronel y tiene un alto cargo en la PNP. Pero esa es
otra historia…
De Darío Pimentel Delgado
Alexander Smith Bisso
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