Jesús me enseñó cuánto le agrada la plegaria reparadora; me dijo: "La plegaria de un alma humilde y amante aplaca la ira de Mi Padre y atrae un mar de bendiciones".
Después
de la adoración, a medio camino hacia mi celda, fui cercada por una gran jauría
de perros negros, enormes, que saltaban y aullaban con una intención de
desgarrarme en pedazos. Me di cuenta de que no eran perros sino demonios. Uno
de ellos dijo con rabia:
"Como esta noche nos has llevado muchas almas, nosotros te
desgarraremos en pedazos".
Contesté:
"Si
tal es la voluntad de Dios misericordiosísimo, desgárrenme en pedazos, porque
me lo he merecido justamente, siendo la más miserable entre los pecadores y
Dios es siempre santo, justo e infinitamente misericordioso".
A estas
palabras, los demonios todos juntos contestaron:
"Huyamos porque no está sola, sino que el Todopoderoso está con
ella".
Y
desaparecieron del camino como polvo, como rumor, mientras yo tranquila,
terminando el Te Deum, iba a la celda contemplando la infinita e insondable
misericordia Divina.
(Diario de Santa Faustina +320)
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