POR DONDE SE LA MIRE, LA FIGURA DE SAN JUAN PABLO II SIEMPRE RESULTA EXTRAORDINARIA.
Su amor por el teatro, su
formación como seminarista clandestino en medio de un régimen de ocupación
comunista. Su talento para cautivar al ser humano —ya sea de manera individual
o frente a multitudes—.
Sus más de 200 viajes como
papa en un contexto en el que era inusual que el santo padre abandonara la
Ciudad Eterna, son solo algunos rasgos de su atrayente personalidad.
Un aspecto sin duda
fundamental es el legado que nos ha dejado como pensador, tanto en su paso por
el mundo académico, cuanto el ejercicio de su magisterio como obispo y como
papa.
Difícilmente se podrá hallar
un tema acuciante para el hombre de hoy que no haya sido abordado a profundidad
por san Juan Pablo II. Y el ámbito de la sexualidad no es la excepción.
EL CONTEXTO
Nos situamos en la segunda mitad del siglo XX, en una cultura fuertemente
marcada por la revolución sexual.
Esta proclamaba una libertad
absoluta en el ámbito de la sexualidad, lo cual terminaba traduciéndose en una
vivencia de la sexualidad orientada predominantemente hacia el placer y sin
reglas.
Hasta ese momento, la moral
sexual de la Iglesia era enseñada principalmente a partir de prohibiciones,
teniendo siempre en el horizonte la amenaza
del pecado.
Más que un terreno al cual el
ser humano podía acercarse con seguridad, el mundo de la sexualidad parecía más
bien un campo minado, en el que se tenía que andar con extremo cuidado.
Cualquier paso en falso podía hacerlo a uno caer en pecado.
Este esquema terminó siendo
absolutamente incapaz de ofrecer una respuesta atractiva frente a la propuesta
de la revolución sexual. Y como ocurre cuando uno se queda sin argumentos para
fortalecer su posición, uno centra sus esfuerzos en criticar al oponente.
El problema es que, como todo planteo erróneo, la revolución sexual
albergaba en su seno ciertas verdades. Tal vez la más importante de ellas era que la sexualidad es algo muy
bueno.
Y al oponerse a los excesos de
la revolución sexual, en el fragor de la batalla, la moral sexual de la Iglesia
pareció cuestionar también esta verdad.
EL APORTE DE SAN JUAN PABLO II
Cuando se piensa en el aporte
de san Juan Pablo II al mundo de la sexualidad, lo primero que viene a la mente
son las 129 Catequesis que impartió entre los años 1979 y 1984, que
constituyen el corpus de lo que él mismo denominó la Teología del Cuerpo.
Una obra también clave en este
ámbito es «Amor y Responsabilidad», publicada por primera vez en 1960 en
su Polonia natal. Hay también otras, pero la importancia de las mencionadas es
indiscutible.
El aporte de san Juan Pablo II
al mundo de la sexualidad abarca muchísimos aspectos. Debido a la brevedad de
este artículo, me gustaría centrarme principalmente en dos:
— El rescate de
la bondad de la sexualidad.
— La orientación de la sexualidad hacia el amor.
1. LA BONDAD DE LA SEXUALIDAD
San Juan Pablo II ve la sexualidad principalmente como un don de Dios. Por este motivo, es
esencialmente buena.
Esto ayuda a purificarla del
influjo maniqueo al que se había visto expuesta, acentuado ante la amenaza de
la revolución sexual.
Recordemos que el maniqueísmo reconoce la existencia de una realidad
física y de una realidad espiritual. Sin embargo, considera que únicamente lo espiritual es bueno, mientras
que lo material es esencialmente malo.
Desde una mirada maniquea, el
impulso sexual, el placer, e incluso los sentimientos, se encontraban bajo
sospecha, y tenían que probar su inocencia.
Así, por ejemplo, el placer
podía verse como una suerte de mal necesario que había que padecer en orden a
conseguir el fin de la relaciones sexuales, que sería únicamente la
procreación.
O —también respecto del
placer— se podía plantear que era bueno únicamente cuando era obtenido
lícitamente, y que cuando era consecuencia de un acto pecaminoso, el placer
experimentado sería malo.
Con esto se olvidaba que el
mal moral se encuentra únicamente en las acciones, y no en las cosas. San Juan Pablo II, en cambio, está dispuesto
a abrazar al ser humano completo: unidad de cuerpo
y alma.
Y así, reconoce la bondad, no
solo de los atributos espirituales del varón y la mujer, sino también de
aquellos valores que se siguen de la bondad de sus cuerpos, incluido el placer.
Esto le permite a san Juan
Pablo II hablar, por ejemplo, de una interpretación religiosa del impulso
sexual.
En atención a esta, la bondad
del impulso sexual se ve elevada a un plano sobrenatural, pues constituye un medio a través del cual el ser
humano se inserta en la dinámica creadora de Dios.
2. LA ORIENTACIÓN DE LA SEXUALIDAD HACIA EL AMOR
San Juan Pablo II no solo
viene a recordarnos que el rico mundo
de la sexualidad es algo maravilloso, hermoso, y muy bueno, sino que nos
ayuda a descubrir su razón de ser, que es el amor.
Esta afirmación nos permite
lanzar un mensaje no solo atractivo sino poderoso a los hombres y mujeres de
hoy, que hemos heredado de la revolución sexual una cultura hipersexualizada.
Esta orientación al amor es la base para un giro copernicano en la
enseñanza de la moral sexual de la Iglesia.
Ya no se trata de poner en el
centro las prohibiciones o la noción de pecado, sino una gran afirmación: ama —o si se quiere, citando a san Agustín, ama y haz lo
que quieras—.
Esta enseñanza de la moral se
centra en qué implica verdaderamente amar, entendiendo el amor no ya como un sentimiento o una pulsión, sino como
una decisión.
Hablamos aquí de la decisión
de buscar el bien y lo mejor para la otra persona. Decisión que adquiere su forma definitiva en la donación libre y total de
uno mismo a la persona amada.
Desde esta perspectiva,
aquellos comportamientos que uno está llamado a evitar no se le imponen como un
mandato externo, sino que brotan de las exigencias mismas del amor.
En efecto, si se quiere amar
buscando lo mejor para el otro y entregándose a él, hay ciertos comportamientos
que se deben evitar.
Pero lo esencial es que el
terreno de la sexualidad no se vea más como un río que uno debe cruzar con
extremo cuidado saltando de piedra en piedra para no caer y mojarse, sino como
uno en el que se puede nadar y sumergirse.
Como todo en la vida, el río
tiene sus peligros. Pero mientras se tenga en claro dónde la corriente se hace
más fuerte y peligrosa, uno puede relajarse y disfrutar.
SUS APORTES SON INVALUABLES
Es sin duda mucho más lo que
se puede decir acerca del aporte de san Juan Pablo II al ámbito de la
sexualidad. Me he querido centrar en aspectos que miran más a una perspectiva
natural.
Sin embargo, si bien es grande
la herencia que nos deja este santo en el ámbito natural, es mucho mayor el
aporte que hace a la sexualidad desde una perspectiva sobrenatural. En esto
consiste propiamente la Teología del Cuerpo.
Si estás interesado en
profundizar más en este tema, te recomiendo el curso online: «Anatomía de un amor verdadero». Una oportunidad
hermosa para descubrir la riqueza que hay en la Teología del Cuerpo.
Nuestro autor también tiene un
blog llamado www.amafuerte.com donde puedes encontrar más contenidos
sobre este tema.
Escrito por Daniel Torres Cox
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