Primer Domingo de Cuaresma. La tentación de querer hacer las cosas sin preocuparme si le interesan o no a Dios.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La primera tentación de Cristo, tal cómo nos la
narra el Evangelio es la tentación de los panes. Cristo ha ido a hacer ayuno,
un ayuno que realmente le prepare para su misión. Cristo ha ido a ejercitarse,
por así decir, al desierto, y el demonio le llega con la tentación de los
panes, que no era otra cosa sino decirle: déjate de cosas raras, se más
realista, baja un poquito a la vida cotidiana. Es decir, materialízate, no seas
tan espiritual. Es una tentación, que nosotros podemos tener en nuestra vida
cuando llegamos a perder toda dimensión sobrenatural de nuestro ser cristianos.
Es la tentación del querer hacer las cosas sin preocuparme si le interesan o no
a Dios. Tengo un problema, y me digo: lo arreglo porque lo arreglo, y a veces
olvidamos de la dimensión sobrenatural que tienen las dificultades.
Cristo ayuna y siente hambre como nos dice el Evangelio, y Cristo tiene que
transformar el hambre en una palanca espiritual, en un momento de crecimiento
interior. Ahí Cristo es tentado para decirle: No busques eso, no hace falta ese
tipo de cosas, mejor dedícate a comer, mejor dedícate a trabajar. Es la
tentación de querer arreglar yo todos los problemas.
Hay situaciones en las que no queda otro remedio sino ofrecer al Señor la
propia impotencia por el sacrificio personal; hay situaciones en las que no hay
otra salida más que la de decir: aquí está la
impotencia, podríamos decir la impotencia santificadora. Cuando en
nuestro trabajo personal sentimos una lucha tremenda en el alma, un desgarrón
interior por tratar de vivir con autenticidad la vida cristiana, en esos
momentos en los que a veces el alma no puede hacer otra cosa sino simplemente
sufrir y yo me quiero sacudir eso, y no acepto esa impotencia y no la quiero
ver, y no quiero tener ese "sintió
hambre" en la propia vida, es donde aparece la necesidad de
acordarse de que Cristo dijo: No sólo de pan, no
sólo de los éxitos, no sólo de los triunfos, no sólo de consuelos, no sólo de
ayudas vive el hombre, sobre todo vive de la Palabra que sale de la boca de
Dios.
Tenemos que aprender como lección básica de la vida a iluminar todas nuestras
dificultades con la Palabra de Dios, sobre todo aquellas que no podemos
resolver, porque a veces podríamos olvidar que Dios Nuestro Señor va a permitir
muchas dificultades, muchas piedras en la vida precisamente para que recordemos
que la Palabra de Dios es la fuente de nuestra vida espiritual. No los
consuelos humanos, no los éxitos de los hombres. A veces Dios nos habla en la
oscuridad, a veces en la luz, pero lo importante es la vida del Espíritu Santo
en mi alma. En ocasiones puede venir la tentación de querer suplir con mi
actividad la eficacia de la fe en Dios, y podríamos pensar que lo que hacemos
es lo que Dios quiere, cuando en realidad lo que Dios quiere es que en esos
momentos esta situación no vaya por donde tu estás pensando que debe de ir, Yo
me pregunto: una dificultad, un problema ¿lo
transformamos a base de fe en un reto que verdaderamente se convierta en
eficacia para el reino de Cristo? No pretendamos arreglar los problemas
por nosotros mismos, preguntemos a Dios. ¿Sé yo
vencer con la Palabra de Dios? ¿O caigo en la tentación?
Después, dice el Evangelio, lo llevó a un monte alto donde se veía todos los
reinos de la tierra. Cristo es tentado por segunda vez para que su misión se
vea reconocida por los hombres para que obtenga un éxito humano y todos vean su
poder. Sin embargo el poder que les es ofrecido no es el que tiene Dios sobre
la Creación, sino es el poder que viene de haber vendido la propia conciencia y
la propia vida al enemigo de Dios. "Todo esto
lo tendrás si postrándote me adoras", no es el poder que nace de haber
conquistado el reino de Cristo, es el poder que nace de haberse vendido. A
veces este poder se puede meter sutilmente en el alma cuando pierdes tu
conciencia en aras de un supuesto éxito. Es el poder que viene de haber puesto
la propia vida en adoración a los que desvían de Dios el final total de las
cosas, el uso de las criaturas para la propia gloria y no para la gloria de
Dios. La tentación de querer usar las cosas para nuestra propia gloria y no
para la gloria de Dios es sumamente peligrosa, porque además de que nuestro
comportamiento puede ser incoherente son lo que Dios quiere para nosotros, lo
primero que te desaparece es el sentido crítico ante las situaciones. ¿Por qué?
Porque estas vendido a los criterios de la sensualidad, y quien está vendido no
critica.
Cuando nuestra conciencia se vende, cuando nuestra inteligencia y nuestra
voluntad se vende dejan de criticar y todo lo que les den les parece bueno. ¿A quién me estoy vendiendo? Cada uno recibe su
vida, sus amistades, sus personas, su corazón, su conciencia. ¿Dónde me encuentro sin el suficiente sentido crítico,
para salir de una situación cuando contradices mi identidad cristiana?, porque
ahí me estoy vendiendo, ahí estoy postrándome a Satanás aunque sean cosas pequeñas.
¿Dónde me he encadenado? ¿Hay en mi vida alguna tentación que no sólo me
despoja del necesario sentido crítico ante las situaciones para juzgarlas sólo
y nada más según Dios, sino que acaban sometiendo mis criterios a los criterios
del mundo y por lo tanto, acaba cuestionando los rasgos de mi identidad
cristiana?
Cuántas veces cuando vienen las crisis a la fe son por esta tentación; cuando
nos vienen los problemas de que si estaré bien donde estoy o estaría mejor en
otra parte, es por venderse a una situación más cómoda, aun lugar que no te
exija tanto, un lugar donde puedas adorarte a ti mismo. Es triste cuando uno lo
descubre en su propia alma y es triste cuando uno lo descubre en el alma de los
demás.
Muchas veces es imposible penetrar en el alma porque ha perdido toda brújula,
ha perdido todo el sentido crítico, ha perdido la capacidad de romper con el
dinamismo del egoísmo, de la soberbia, de la sensualidad. Cuántos cambios
podríamos tener de los que pensamos que ya no tenemos vuelta.
Por último, el demonio lleva a Cristo. La tentación del templo es en la que
Cristo desenmascara con la autenticidad de su vida, con la rectitud de
intención, con la claridad de su conciencia la argucia del tentador. Esta
tentación tiene un particular peligro. Los comentaristas que han siempre
enfrentado esta tentación piensan: qué gracia
tendría el de tirarse del pináculo del templo y que los ángeles te agarrasen. La
idea central de esto es una exhibición milagrosa. Un señor se sube a la punta
del templo y lo están viendo abajo, se tira y de pronto unos ángeles le cogen y
lo depositaren el suelo. Todo mundo daría gloria a Dios, todos se convertirían
inmediatamente. Es la tentación que tiene un particular delito porque ofrece la
conciliación entre las pasiones humanas de mi yo con el servicio a Dios, con la
gloria que se debe al Creador.
Esta tentación que podríamos llamar de orgullo militantes es quizá la más sutil
de todas. Es también la tentación que Cristo desenmascara en los fariseos
cuando les dice: "les gusta ser vistos y
admirados de la gente y que la gente les llame maestros... cuando oren no lo
hagan como los hipócritas que oran en medio de las plazas para ser vistos por
la gente, cuando oren enciérrate que tu Padre que ve en lo secreto te
recompensará". Con qué perspicacia Nuestro Señor conocía el corazón
humano que se puede enredar perfectamente, incluso en medio de la vida de
oración, con el propio orgullo y egoísmo. Revisemos bien nuestra conciencia
para ver si esta tentación no se ha metido en nuestras vidas.
Recordemos que nuestra vida sólo tendrá un auténtico
sentido cristiano en la medida en que aceptemos a Cristo vencedor de la
tentación del pan, de los reinos y del templo.
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