¿De verdad es necesario ayunar?, ¿tengo que hacer todo este sacrificio en Cuaresma? Qué creyente no se ha hecho alguna vez estas preguntas. Algunos de nosotros crecimos haciendo ayunos, los que mamá o papá proponían.
Recuerdo que mi mamá nos
dejaba solo ver películas de santos en Cuaresma y si se te juntaba enfermarte
era doble sacrificio. Entonces pasan los años, crecemos y sentimos que basta de
sufrir por sufrir, que la vida ya te da razones de sobra para hacerlo.
Por otro lado sentimos que
ayunar es más un «probar» o demostrar que
podemos soportar cosas (más por orgullo que por cualquier otra cosa). «Probarle» a Dios, a los demás, a la Iglesia, a
nuestros conocidos católicos y a nosotros mismos: «Yo
sí que tengo fuerza de voluntad».
HAY ALGO MUCHO MÁS PROFUNDO DETRÁS DEL AYUNO
Cada año, por 40 días volvemos
a pensar ¿qué voy a ofrecer?, ¿qué tipo de
ayuno haré?, ¿qué hobbie dejaré? Porque
obviamente tenemos que probar de nuevo que podemos, que tenemos fuerza de
voluntad.
¿Qué diferencia
habría con un ninja que logra quedarse sobre un solo pie durante varios
segundos?, ¿o con una mujer que debe soportar dolores durante nueve meses y uno
mayor para dar a luz?
Reducir el ayuno a una «fuerza de voluntad», a «quedar
bien con Dios» nos empieza a parecer hasta mundano. ¿Qué hay de espiritual en eso? Sin embargo hay
situaciones donde nos damos cuenta cuánto bien nos hace, como la historia que
les comparto a continuación:
LA HISTORIA DE ROSARIO Y EL PADRE ARMANDO
Rosario era una abogada muy
reconocida, tenía un puesto alto. Era buena cristiana, honrada, responsable.
Tenía un hábito: desayunaba, almorzaba y cenaba en restaurantes.
Una Cuaresma, en unos Ejercicios Espirituales, conoció al Padre Armando.
Desde entonces lo adoptó como su padre espiritual y le ayudaba siempre que
podía, pasar tiempo con él era su pedacito de cielo.
Un día él le pidió
que lo llevara al aeropuerto muy temprano:
— «Si
aceptas, ¡yo te invito a desayunar!». Rosario no sabía qué esperar,
hacía mucho tiempo no comía en una casa.
— «Vale», dijo Rosario. Entonces el padre cogió
sus cosas y dijo ¡pues vamos!
— «¿Cómo, no vamos a desayunar?»
— «Sí, yo traigo algo aquí», dijo él.
El padre sacó unas papas
hervidas, un salero y unas botellas de agua: «¿Comemos?».
Me contaba Rosario que fue la comida que más disfrutó en toda su vida.
«Yo
lloraba mientras comíamos. Ese día me cambió todo. Me volví más sencilla, me
sentí más ligera».
UN BUEN PLATO DE SENCILLEZ
«Él, saboreaba
una papa hervida profundamente agradecido con Dios, y yo viviendo de lujo en
lujo sin ser feliz. Dejé mi trabajo (al que también era adicta por tantos
reconocimientos) y me vine a trabajar para el padre, cambié mi carro por uno
más sencillo. Me liberó».
¿No es esta una
historia sencilla pero con un profundo impacto?, ¿has vivido una experiencia
así?, ¿una situación que te llenó de sentido y te liberó de algo que creías
nunca podrías dejar?
EL AYUNO NOS DESPOJA DE NUESTRAS FALSAS SEGURIDADES
De esas que se disfrazan de
estabilidad pero en el fondo están llenas de miedo. Los ayunos nos dejan
realmente vulnerables, reales, nos quitan las máscaras con que vamos cubriendo
lo que de verdad importa y necesitamos: sabernos amados más allá de lo
que tenemos y damos.
No se trata ahora de ir a
hacer un ayuno que nos haga llorar o de hacerlo quejándonos y diciéndoselo a
todo el mundo. Se trata de ayunar de esas cosas que realmente nos gustan para
recordar su valor y entender si aportan o no a nuestro crecimiento personal y
espiritual.
Se
trata de desenmascarar aquello que no es de Dios. Ya Jesús
decía «¿No vale más el hombre que el sábado?».
Es decir, no se trata de cumplir por cumplir, lo que Dios busca al proponernos
el ayuno es liberarnos, hacernos más felices, más plenos, más uno con Él y con
los que queremos.
¿QUÉ AYUNO TE HARÍA MÁS LIBRE ESTA CUARESMA?
¡PÍDELE A DIOS QUE TE INSPIRE!
Escrito por Sandra Estrada
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