Al ser yo parte del personal sanitario, ya me han ofrecido ponerme la vacuna. Todo el personal del hospital, al estar más expuesto al virus que la población general, estamos en la primera tanda de la población para ser vacunados.
Después
de pensarlo con calma, considero que, dado que hay tan pocas dosis, prefiero
que se la pongan a alguien de más edad y con más riesgos que yo.
Ya he
repetido en varias ocasiones que estoy totalmente a favor de las vacunas. ¿Pero debo ponérmela yo cuando para otra persona puede
ser la diferencia entre la vida y la muerte?
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Otra
razón para preferir que otros la reciban es que yo he pasado muchísimas veces
por los pasillos donde están todos los infectados con COVID.
Son meses los que llevo entrando en las habitaciones de los que han pedido los
sacramentos. Los que han dado positivo son concentrados en pasillos aislados
del resto del hospital. Habitaciones no muy bien aireadas y donde hay una
persona que positivamente se sabe que expulsa los virus cada vez que respira y
habla.
Al
principio, me ponía la doble máscara en la cara. Pero, finalmente, acabé no
usándola, después de leer dos artículos de The
Lancet y de Nature sobre
la cuestión de la reinfección. Y, efectivamente, no he vuelto a estar
contagiado. ¿Por qué afirmo eso? Porque no
he tenido el más leve síntoma de la infección de COVID.
Cuando
una persona está, durante una cena, con una persona que, al respirar, expande
este tipo de virus, el riesgo no es pequeño de contagiarse, en eso os aseguro
que las autoridades no han exagerado. Pero cuando alguien del personal
sanitario pasa, mes tras mes, por estas habitaciones, habla con esos enfermos y
está un rato, es bastante imposible evitar que se produzca la reinfección sin
epis, sin unas mascarillas especiales (que yo no tengo).
Así que,
con toda cautela, sometiéndome a lo que digan los virólogos, parece ser que el
contacto continuado del personal sanitario con pequeñas dosis del virus (cuando
uno ya ha superado la infección) tal vez produzca una inmunidad igual a la que
ofrece la vacuna.
La vacuna
pone en contacto con una versión transformada del virus (transformada para que
no se reproduzca), pero si un enfermero ya entra en contacto con el virus de
forma habitual y lo hace mientras tiene anticuerpos, probablemente, el
resultado sea el mismo que si recibiera repetidamente una dosis de la vacuna
cada mes o dos meses.
Si el
sistema inmunitario aprende a anular el virus y se mantiene a dosis bajas esa
continuidad de la “lucha bacteriana”, parece
lógico pensar que el efecto es el mismo que el que tendría si tuviera una
vacunación continua. Tampoco yo me arriesgaría sin el resultado de una prueba
serológica, pues si uno cree haber pasado la infección y no es así, el
resultado puede ser la muerte, como para arriesgarse. Pero, en mi caso, me la
hicieron esa prueba. Y a pesar de mi contacto indudable con el virus (mera
seguridad estadística), no me he vuelto a contagiar.
Esta es
una segunda razón para preferir que sean otros los que se beneficien de la
vacuna y no yo.
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En fin,
os he participado de mis pensamientos, dejando claro que en todo me someto a lo
que digan los expertos. Ellos saben, yo me puedo equivocar.
Pero
reitero que lo que he dicho se aplica solamente a personal sanitario que ha
tenido indudable contacto continuo con el virus, que pasó la infección, y que
no ha vuelto a reinfectarse a pesar de esa exposición habitual.
Y lo
repito porque no quisiera que alguien malentendiera lo que he dicho y se
expusiera al virus. Porque, sobre todo, a ciertas edades, la infección supone
un peligro para la vida o de padecer secuelas graves.
P. FORTEA
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