Alfonso tenía razón, distintas son las reglas chinas a la hora de nombrar a las personas. Me ha llamado la atención que, al nacer, se le dé un nombre al bebé; nombre que más adelante es cambiado. La regla de que el nombre vaya detrás del apellido, o el a cierta edad se pueda añadir un nombre como homenaje a una persona a la que se admira.
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Ayer me
llamaron para darle la unción a una anciana con COVID.
Es curioso, llevo años entrando en la zona de urgencias del hospital. Pero
ahora, en la zona para personas infectadas, es como si todo el mundo sintiera
que hay algo en el aire. Es como si la atmósfera se hubiera vuelto densa, como
si hubiera un “algo” invisible.
En mi
caso, tengo un cuidado extremo en no tocar nada, en no rozarme con nada, en no
sentarme, en no entrar en contacto con las sábanas de la cama. No por mí, sino
por el temor de llevar el virus a alguien que ahora está sano.
Cuando
doy la unción, retiro el guante de inmediato con el que he tocado al enfermo y
lo echo a las cajas de incineración. Ese es el único momento en que toco a la
persona. Además, uso un dedo distinto para ungir. Y eso que ese recipiente lo
uso solo para enfermos que ya tienen el virus. Agarro el recipiente de manera
que los dedos con los que unjo no toquen el recipiente, tampoco al cerrarlo.
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Pero me
parece (no estoy seguro) de que ya he debido desarrollar algún grado de
inmunidad, porque es imposible que respirando ese aire con tantos enfermos en
boxes no entre el virus en mis vías respiratorias. Respiramos el mismo aire que
los pacientes. La mascarilla ofrece un cierto grado de protección siempre y
cuando que no estés en una sala con treinta enfermos, y una sala sin ventanas.
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Hoy he
grabado la quinta charla sobre la Biblia para un curso online. Un recorrido por
todas las Escrituras, en seis horas. Ya os avisaré cuando lo cuelgue.
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Hoy he
conocido “cierto asunto”. Nunca me sorprende
la mediocridad humana porque es algo con lo que siempre cuento. Nunca espero
nada de los seres humanos. Por eso, no pueden defraudarme.
P. FORTEA
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