Joe Biden se ha comprometido a volver a financiar a Planned Parenthood con dinero público, a subvencionar a organizaciones que difundan el aborto por el mundo y a sancionar una ley del derecho al aborto hasta el momento antes del nacimiento si el Tribunal Supremo revierte Roe vs Wade.
El
miércoles por la mañana, en la catedral de San Mateo en Washington D.C., Joe Biden comió y bebió su propia
muerte espiritual [cf. 1 Cor 11, 27-29]. Que recibiese la Santa
Eucaristía de manos de un cardenal de la Iglesia añade escándalo al escándalo.
En una emisora de radio, un gracioso
dijo que era una misa por Planned Parenthood. Y lo fue.
Joe Biden es un enemigo de la fe católica. Hay que
repetir este hecho tanto como sea humanamente posible. Joe Biden se sitúa a sí
mismo fuera de la fe católica, porque no cree en las enseñanzas fundamentales
de la fe sobre la persona humana y sobre la sexualidad humana. Es más, traslada
su increencia a la política y ahora dispondrá de toda la fuerza del gobierno
federal para respaldar esa increencia.
Ya
sabemos lo que hará una vez jurado el cargo. Reimplantará la política que
destinará dinero público a matar a niños no nacidos en países en vías de
desarrollo. Biden es un extremista en la cuestión del aborto. Apoya el aborto durante los nueve meses de
embarazo e incluso en las horas después.
En la cuestión
LGBT,
Biden se ha pasado completamente de rosca. La única vez que ha oficiado una
boda fue entre dos hombres. Lo cual es
relativamente leve comparado con el hecho de que firmará la Ley de Igualdad,
que acabará con el deporte femenino en Estados Unidos. Sorprendentemente, las
feministas no están en pie de guerra por el hecho de que a “chicas” con genitales masculinos se les permita
competir e incluso ducharse con chicas reales. Biden va a permitir “mujeres” transgénero en el Ejército. Y esto es lo
que va a pasar: hombres que creen ser mujeres
podrán entrar en las duchas de mujeres, y si una mujer real se opone por
modestia, él la imputará por acoso. Un tipo de persecución
similar al que han sufrido ministros cristianos en el Ejército por predicar la
verdad evangélica sobre hombres y mujeres.
También
firmará la Ley de Igualdad Global, cuyo objetivo es utilizar
la política exterior estadounidense para exportar la revolución sexual LGBT. La
ley también se utilizará para impedir que líderes religiosos extranjeros vengan
a nuestro país, como si fuesen oligarcas rusos o líderes de Estado Islámico.
Todo esto
apunta a una cuestión que estudio en mi próximo libro, Under Siege: No Finer Time to be a Faithful Catholic [Asediados: ningún momento mejor para ser un
católico fiel] (Sophia Institute, 2021). Ya no vivimos en una
sociedad pluralista donde católicos, protestantes, judíos y otros son iguales
entre sí e iguales ante la ley. Ahora vivimos bajo una iglesia oficial, que John O’Sullivan describe
como “una rara mezcla sincrética de paganismo,
polidiversidad sexual y cientificismo”.
La
creación de esta iglesia oficial comenzó a principios de los 60 con las sentencias sobre la oración en la escuela con las que el Tribunal Supremo entró como
beligerante en las guerras culturales. La nueva iglesia pasó luego por la
llegada de la píldora anticonceptiva, amparada por el Tribunal Supremo en
las sentencias Griswold y Eisenstadt.
La nueva iglesia se sumó a la corriente en la sentencia Roe vs Wade [legalización del aborto] y Lawrence vs Texas que protegió constitucionalmente la sodomía homosexual. Y la guinda fue, por supuesto, Obergefell sobre el matrimonio
homosexual.
Estos
nuevos dogmas se le enseñan ahora a nuestros niños en la escuela de forma
rutinaria. Se les enseña que el sexo se elige al nacimiento y que los niños
pueden ser niñas. Esto son nada menos que herejías religiosas impuestas a
los niños cristianos, judíos y musulmanes por el Nuevo Estado-Iglesia.
El
cardenal Wilton Gregory
tiene que entender que ésa, y no el catolicismo, es la fe de Joe Biden.
Creo
sinceramente que los católicos estadounidenses deben rechazar a este hombre.
Creo sinceramente que deben sentirse incómodos teniendo en la Casa Blanca no a
un disidente, sino a un hereje. Creo que le rechazarían por las mismas razones
por las que rechazaron a ese hereje anterior que fue John
Kerry [candidato
católico que perdió en 2004 las elecciones con George Bush hijo]. Incluso los
católicos ‘genéricos’ rechazaron a Kerry. Los católicos practicantes rechazaron
a Kerry abrumadoramente. Se dice que Biden se repartió el voto católico con
Trump, pero probablemente esa no es toda la historia. Probablemente Biden ganó
entre los genéricos, pero perdió aplastantemente el voto de los católicos
fieles.
A menudo
se compara a Biden con John F. Kennedy, el
primer católico elegido a la presidencia. Pero no me consta que Kennedy fuese
un disidente en asuntos de fe, menos aún un hereje. Era un pecador, sin duda,
como todos nosotros. Estoy convencido de que cuando esa bala salió desde el almacén de libros de texto de
Dallas, en el instante
antes de entrar en el cerebro de Kennedy todos esos millones de Avemarias
rezadas por él por las abuelas católicas salieron de la visión beatífica y se
le dio un momento de contrición por sus pecados.
Exactamente
de la misma manera, los católicos fieles deben
rezar por Joe Biden, para que, cuando le llegue la hora, su juicio
particular sea, si no suave, al menos agridulce.
Mientras
tanto, todo fiel católico debe oponerse a este hombre y a
su nueva fe.
Publicado en Crisis
Magazine.
Austin Ruse es el presidente de la organización profamilia y provida C-Fam (Center for Family and Human
Rights).
Traducción de Carmelo López-Arias.
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