Los cristianos afrontamos estos temas sin rehuirlos, aunque sabemos que nuestra propuesta es contracultural en la sociedad de nuestro tiempo.
En mis visitas pastorales por
toda la diócesis, me reúno con adultos y jóvenes, con grupos establecidos o
personas individuales, visito los colegios e institutos, llego al trato
personal cercano y confidente. Y en varias ocasiones surgen preguntas acerca de
la sexualidad humana, acerca de su sentido y del uso o abuso que las personas
hacen. Es un tema que va rodeado de cierto pudor, como protegiendo algo que
pertenece a la intimidad de la persona y no debe exhibirse públicamente. Sobre
todo los jóvenes, me han hecho preguntas de todo tipo en este campo, y he
intentado responder a todas ellas sin ninguna censura por mi parte. Los
cristianos afrontamos estos temas sin rehuirlos, aunque sabemos que nuestra
propuesta es contracultural en la sociedad de nuestro tiempo.
También era contracultural en
tiempos de apóstol san Pablo, que en este domingo nos dice abiertamente: «El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor…
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... Huid de la
fornicación… ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu
Santo?... Por tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo» (1Co 6,13s).
El misterio de la encarnación proyecta una luz nueva sobre nuestro cuerpo
humano, al que considera miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Hemos de
glorificar a Dios también con nuestro cuerpo. La sexualidad humana se vive en
esta perspectiva y adquiere toda su nobleza y dignidad.
A este propósito, el Papa san
Juan Pablo II dio unas catequesis preciosas sobre el significado esponsal del
cuerpo humano, llamadas Teología del cuerpo. Son
129 catequesis de miércoles, impartidas de 1979 a 1984, y que han supuesto un
enriquecimiento del significado de la sexualidad humana, iluminada con la luz
del Verbo encarnado. La sexualidad no es toda la persona, pero ciertamente la
sexualidad es un microcrosmos de la persona, donde se refleja la psicodinámica
de la persona y sus relaciones afectivas, que pueden perfeccionarle o
destruirle. La luz de Cristo ilumina el misterio del hombre y le hace entender
que su sexualidad está hecha para ser expresión de la donación de sí mismo, del
amor verdadero. Y que la fornicación, por el contrario, es la búsqueda egoísta
de sí mismo y del placer sexual a cualquier precio. También hasta este campo de
la persona llega la luz de Navidad.
El evangelio de este domingo
propone a los primeros discípulos el seguimiento corporal, cercano de Jesús.
-Maestro, ¿dónde vives?, le preguntaron.
-Venid y lo veréis, respondió Jesús. Entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron
con él aquel día. Toda vocación cristiana consiste en el seguimiento de Jesús,
en el seguimiento incluso corporal. Este seguimiento se bifurca en la vocación
a la vida consagrada y en la vocación al matrimonio, alternativamente, es
decir, uno puede ser llamado a seguir a Jesús entregándose a él para vivir como
vivió él (en virginidad, pobreza y obediencia) o para seguirle en el camino del
matrimonio. En uno y en otro caso, el cuerpo es para el Señor, el cuerpo es
templo del Espíritu Santo.
Cuando en la juventud se
plantea qué camino elegir, en ambas situaciones se trata de seguir al Señor en
cuerpo y alma. No valdría elegir el camino del matrimonio sin esta perspectiva,
para dejarse llevar del gusto del momento, dando rienda suelta a las pasiones de
la carne. Ese matrimonio no dura dos días, o dura lo que dura la flor del heno,
que hoy es y mañana se marchita, porque dos egoísmos asociados se rompen a la
primera de cambio. Un matrimonio bien fundado tiene que constituirse sobre una
madurez humana afectivo-sexual de él y de ella, en un camino progresivo de
donación corporal como expresión de la donación de la persona, que está
dispuesta a sacrificarse por la persona amada. Y cuando Jesús toca el corazón
para hacerlo todo de él, llamando a la vida consagrada o al sacerdocio, no debe
olvidarse que la sexualidad humana debe integrarse en ese amor de totalidad.
También el célibe ha de aprender que el cuerpo es para el Señor, porque es
templo del Espíritu Santo.
Jesús llama a su
seguimiento, y para eso es necesario madurar en la afectividad-sexualidad,
porque el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor.
Recibid mi
afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.
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