Hace pocos años la campiña de Huacho fue escenario de la persecución de Eutemio -descendiente del conocido curandero Yancunta- era el presunto autor de un delito contra natura, en perjuicio de una menor que de paso resultaba ser su propia sobrina.
Tal delito se castigaba por aquel entonces con la pena máxima, por lo que estaba prácticamente condenado a muerte. A fin de salvar el pellejo, Eutemio se refugió en lo más profundo de la campiña durante varios meses. Pero de tiempo en tiempo se dejaba ver por distintos barrios, en diversas horas del día o de la noche, casi simultáneamente, lo que confundía a las autoridades que no podían capturarlo.
Como pasaba el tiempo y no lograban detenerlo, los lugareños empezaron a tejer fantasías en torno a este extraño personaje que mantenía por tanto tiempo en jaque a sus perseguidores. Y se empezó a formar una leyenda.
Despistada constantemente, la policía logró sin embargo recoger buena información indicándole donde se ocultaba el perseguido. Decidida a acabar con la leyenda y recuperar el prestigio perdido, para poner de una vez entre rejas a Eutemio. Organizó la persecución, tejiéndose las más ingeniosas celadas, pero siempre logró escapar; jactándose de poseer los poderes mágicos de su antecesor -decía- que nunca lo capturarían.
El caso se hizo muy mentado. Hasta los diarios de la capital comentaron estos sucesos, viéndose obligada la superioridad de la policía a otorgar un ascenso por su captura.
Fue así que llegaron a Huacho los más duchos sabuesos en esta clase de cacerías, con refuerzos de perros amaestrados. Orientados por la policía y las autoridades civiles del lugar, concibieron un plan que permitiría capturar al perseguido y terminar con el mito de que nunca lo capturarían. Uno de los gobernadores del distrito de Santa María nos relató lo sucedido:
"Partieron de madrugada con rumbo a Santa Rosalía,
de donde siguieron a través de kilómetros de arena hasta llegar a una solitaria
choza situada en lo alto de un médano. Sigilosamente rodearon el lugar, y a una
orden irrumpieron violentamente echando abajo la puerta de la choza. Ante la
sorpresa de todos, nadie había allí; sólo un gato, que con la bulla despertó y
saltó tranquilamente de la cama, abandonando la habitación.
Sin pérdida de tiempo se dirigieron al Monte de los Guerreros. Ahí había en lo más intrincado del monte, junto al río, una cabañita, fue rodeada y asaltada con el mismo resultado. Sólo encontraron una balsa de plátano en la vivienda.
Finalmente enrumbaron a Pampa de Ánimas, donde se encuentra una laguna que era el escondite favorito de Eutemio, la rodearon con grandes precauciones. Y al fin de evitar cualquier fuga, fueron poco a poco estrechando el cerco. Los perros -olfateando la grama y los juncos- llegaron hasta unos altos matorrales, abriéndose paso cada vez más inquietos; después de atravesar los totorales llegaron a un claro del monte.
Al centro como una serpiente enroscada, estaba el cuerpo desnudo de Eutemio formando un círculo relampagueante del que brotaban destellos de un fuego incandescente. Azuzados por los policías, los perros aullaban, se negaban a atacar.
Repentinamente el fuego se apagó y todos se precipitaron para capturar al brujo. Pero ya no estaba allí. Entre el humo espeso y maloliente se elevó un gallinazo".
Allí terminó la persecución. La comitiva regresó a Huacho y a día siguiente partieron los sabuesos a Lima. La noticia se propagó y los viejos comentaban:
"El muchacho
ha heredado todo el arte del abuelo. El famoso curandero Yancunta se burlaba de
sus enemigos convirtiéndose en gato, en balsa de plátanos, en gallinazo o en lo
que fuera".
on Benito Mauricio frisaba los 94 años cuando nos contaba lo del viejo Yancunta. Gustaba apostar con sus amigos y sacar pejesapos de las acequias. Adivinaba el porvenir sorteando las cartas. Era apasionado de las peleas de gallos. Curaba el mal de susto, el de ojo y los hecho daño. Preparaba el "chapito" del amor.
Contó que en pelea de gallos apostaba, señalándolos al giro o al ajíseco. Embrujó a una muchacha después de sanarla de un mal incurable, haciéndola después su mujer. Preguntándole a don Benito si tuvo hijos de ella, manifestó:
“A los 80 años que
en esa época tenía mi compadre Yancunta, la mujer tuvo hijos de él y de los
vecinos también".
Todo lo dicho y mucho más le atribuían a este personaje que según afirmaban jamás vio la luz del sol. Yancunta era ciego de nacimiento. La gente le otorgaba otros poderes diciendo que en noche de luna se convertía en gallinazo y rondaba toda la campiña; por lo que se tejió una leyenda -afirmándose- ¡qué tenía pacto con el diablo! Don Mauricio terminó contando:
"Temido mi compadre vencido el
lazo que tenía con el “tío” (diablo), me invitó a su huerta en noche de luna,
pensando me entregaría en su lugar. No concurrí, y al poco tiempo dejó este
mundo".
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