Ayer
tuve una amable discusión con una persona que me decía que Jesús enseñó que no
llamáramos a nadie “padre”.
Le
expliqué que eso había que entenderlo según el espíritu, no como un mandato
según la letra. La letra de ese mandato de Jesús era según el sentido. De lo
contrario, no podríamos llamar “padre” a
nuestro padre.
Y si
podíamos llamar “padre” a nuestro padre en
la familia carnal, ¿por qué no a nuestro padre en
la familia espiritual? Pues san Pablo dice: Pues,
aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos
padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús
(I Corintios 4, 15).
Nosotros,
los católicos, tenemos, además de la Biblia, padres espirituales. Porque somos
una familia espiritual, pero verdadera familia. No somos un grupo de gente
lectores de la Biblia, somos una familia. Así que en una verdadera familia, lo
lógico es llamar “padre” al que ejerce esa
función.
A ese
hombre le dije que si él no tenía un padre espiritual en la tierra, le creía.
Pero nosotros tenemos padres y obispos. Y en esta familia también hay una Madre
en los cielos.
Sé que en
la tradición de algunos se nos echa en cara llamar “padre”
a un sacerdote. Pero, entonces, tampoco se podría llamar a nadie “bueno”.
"Jesús le dijo: ¿Por qué me
llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios" (Marcos 10, 18).
P. FORTEA
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