Pedir a Dios
bendecir una cosa o a alguien, significa pedirle entrar cada vez más
dinámicamente en esta espiral de salvación.
Por: Rossana Brichetti Messori | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 5, No. 26, Marzo - Abril 2003
Un aspecto importante de la piedad de los
fieles, no suficientemente conocido y practicado son las bendiciones.
Las bendiciones están comprendidas dentro de los
sacramentales. Para entender el
significado de esta palabra vamos a tomar las cosas desde más arriba.
Sabemos que la vida de la Iglesia y de cada
cristiano se sostiene por los siete sacramentos. Es decir, sobre siete acciones
litúrgicas especiales, capaces, a través de signos, palabras, gestos, elementos
naturales como el agua, el aceite, el pan y el vino, de trasmitirnos aquella
gracia que brota como continuación de la redención realizada por Cristo que nos
sumerge en la salvación, es decir, en la vida divina.
Instituidos por el mismo
Redentor, son signos eficaces: es decir, realmente trasmiten aquello que
prometen; no
ciertamente por la fuerza de los gestos y de las palabras de quien los
administra o de los poderes de los elementos naturales empleados, sino más allá
de la fuerza de todo esto, en virtud del poder salvífico que Jesús mismo ha
unido a estos signos.
Así, por ejemplo, aunque el
ministro que realiza la acción fuera indigno, si es válidamente ordenado y
respeta el rito esencial de los sacramentos que celebra, éstos serían
igualmente eficaces para quien los reciba.
Siguiendo las directrices de Jesús mismo a través del lenguaje de
algunos signos particulares, la redención se hace disponible para cuantos
quieran sinceramente participar.
Los sacramentales, en cambio, han sido instituidos por la Iglesia,
como cuerpo que es de Cristo, bebiendo de este manantial de gracia del que se
llena continuamente, sobre todo en la celebración eucarística.
En el caso específico de
las bendiciones, ellas miran sobre todo a dar gloria a Dios: a bendecirlo y a
la vez, a invocar su bendición en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu
Santo, para que venga a nosotros y al mundo la obra de la santificación.
Toda bendición, por tanto,
desde la más solemne a la más privada, es una acción de gracias que nos
sumerge siempre profundamente en el misterio pascual. Y juntamente nos recuerda y nos manifiesta como
ella penetra profundamente nuestra realidad personal, y la realidad del inundo
material que nos rodea, y que como dice San Pablo "gime
también él con dolores de parto en espera de la liberación".
Por esto el nuevo "Ritual
de las bendiciones", nacido a consecuencia de las disposiciones
conciliares, provee de muchas fórmulas para las diversas circunstancias de la
vida de las personas. Presenta también otras bendiciones que se extienden hasta
abarcar todo lo que acompaña nuestra existencia humana, como por ejemplo la
casa, el trabajo, la tierra con sus frutos y los objetos que apoyan nuestra
piedad.
Pedir a Dios bendecir una
cosa o a alguien, significa pedirle entrar cada vez más dinámicamente en esta
espiral de salvación, de
tal forma que un mundo sacralizado ayude a su vez al hombre a santificarse.
Todo en el seguimiento de Cristo.
Es bello y útil, para un cristiano, por tanto,
no sólo participar en las bendiciones más solemnes que organiza su Iglesia
local, sino en la óptica que hemos descrito, hacerse promotor en lo posible.
Esto se puede hacer de varias formas.
De hecho, el nuevo Ritual
de las Bendiciones, dispone que algunas bendiciones solemnes son
estricta competencia del Obispo, otras del sacerdote o del diácono y otras de
laicos habilitados, como pueden ser los acólitos o los lectores. Pero también
simplemente de os padres y las madres de familia, en función de la gracia que
desciende del sacramento del matrimonio.
Así, nosotros los laicos debemos continuar
pidiendo a los sacerdotes la bendición, por ejemplo de nuestras casas, nuestros
lugares de trabajo, nuestros medios de trasporte, la tierra y sus frutos y
nuestros objetos de piedad como las imágenes sagradas, las medallas,
escapularios, rosarios.
Pero también podemos
practicar aquellas bendiciones de las que podemos ser ministros en el ámbito familiar: la bendición de la mesa, los
hijos, los novios, nuestros ancianos y enfermos.
Vivimos en un mundo de
signos y símbolos. Con ellos Dios inalcanzable se nos hace cercano.
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