DE LA OUIJA Y LA
NEW AGE AL ATEÍSMO MÁS MATERIALISTA... PERO SU PRIMER BEBÉ CHOCABA CON ESA
TEORÍA
Christine
Mooney-Flynn es madre de familia numerosa y se bautizó en la
Vigilia Pascual de 2018, después de un viaje espiritual largo y complejo
que le llevó de la New Age, al ateísmo materialista y luego al
cristianismo, pasando por la ouija, el aborto, los comportamientos
autodestructivos y casi el divorcio. "Ahora soy
mucho más amable, más gentil, más paciente", constata en
su testimonio en CHnetwork. Habla de su vida familiar y de sus
experiencias de fe en su blog The Catholic Mama y sube sus fotos sobre maternidad, familia y
oración a su cuenta de Instagram. Ha encontrado en Cristo un equilibrio que
faltó en su pasado.
PADRES
EX-CATÓLICOS QUE DESPRECIABAN LA FE
Christine
explica que se educó en un hogar feliz y estable. Tanto su padre como su madre
venían de familias católicas y numerosas. Pero en cuanto pudieron dejaron de ir
a misa. Se casaron por la iglesia a regañadientes y no bautizaron a Christine
ni sus hermanos. Todo eso eran tonterías, decía el padre. "Explícita o implícitamente nos enseñaban que la religión
era, como mucho, un sistema de creencias innecesario que mantenía
intelectualmente sedadas a las personas; peor, podía ser la causa de la mayoría de las atrocidades de la
historia, si no todas".
Pero
Christine desde que era una niña pequeña tenía inquietud espiritual y creía en
Dios. De Él sabía:
- alguna cosa que le decía su mejor amiga, una católica
- alguna cosa que veía en Los Diez Mandamientos, cuando la película se ponía en la televisión en Semana Santa
- alguna cosa que veía en Los Diez Mandamientos, cuando la película se ponía en la televisión en Semana Santa
TERRITORIO
FUNDAMENTALISTA: MUCHO HABLAR DEL INFIERNO
Aún con 6
años, la familia pasó de la cosmopolita California a Carolina del Norte, a una
zona rural y conservadora con muchos vecinos
evangélicos "pelmazos". La insistencia y el poco tacto
de los cristianos protestantes que conoció en su infancia y juventud alejarían a Christine de Cristo durante décadas.
"Una vecina presumía mucho de ser cristiana devota, pero no dejaba
a un niño afroamericano jugar en su patio. Otra le decía a mi madre que yo iría
al infierno, sin prestar atención a los líos de sexo y
drogas de sus hijos. Eran cristianos que no vivían como se suponía que
debían", recuerda.
Muchas
veces de niña y adolescente le preguntaron: "¿has
aceptado a Jesús como Señor y Salvador personal?" Ella en
realidad no sabía casi nada de Jesús. De hecho, nadie le hablaba del amor del
Jesús, sólo del riesgo -o la certeza absolutísima- de que iría al infierno.
"Los cristianos eran arrogantes, hipócritas y no quería
aceptar a Jesús si significaba mezclarse con gente así", recuerda.
"Los más ruidosos y seguros eran los que parecía que sólo te hablaran de
Jesús para que supieras lo que te ibas a perder una vez estuvieras en el
infierno".
SIETE
ESPÍRITUS CON LA OUIJA: ORGULLO DE SER "ESPECIAL"
Avanzada
la adolescencia, Christine empezó a tener sueños que luego parecían
cumplirse, tanto en acontecimientos cotidianos como en las noticias.
Y empezó a tratarse con una chica amigable, pero promiscua, y además interesada
en espiritualidades "alternativas". Un
día se juntaron para consultar la
ouija, el tablero adivinatorio.
"El tablero nos dijo que moriría un compañero de clase, lo que
sucedió años después, y detalló un desastre natural con una fecha concreta.
Emocionadas con la información, insistimos".
- ¿Cuántos espíritus
hay aquí?- preguntaron
- Siete - señalo el tablero letra a letra.
- Siete - señalo el tablero letra a letra.
Se sintieron muy especiales, muy poderosas. No uno ni dos, ¡siete
espíritus venían a servirlas! "Nunca se nos ocurrió preguntarnos si eran
espíritus buenos o malos",
señala hoy.
Para ella
se inició un rasgo que le acompañaría décadas: el orgullo de
sentirse espiritualmente superior, distinta, y convencida de que el resto de la
humanidad nunca la entendería ni
podía comprender ni valorar sus actos, porque ella tenía visión, y los demás,
grises y torpes, no.
ESPIRITUALIDAD
NEW AGE: TODO VALE PORQUE "SOY ESPECIAL"
Christine
desarrolló su propia espiritualidad. Decidió que tras la muerte los espíritus
deciden cómo y dónde volver a encarnarse, para seguir "aprendiendo".
Todo lo que se hace en vida habría sido "decidido"
en la etapa espiritual. "No había
verdad, sólo una colección caótica de lo que quería creer, que podía cambiar en
cualquier momento, para encajar en mis antojos o evitar cualquier incomodidad
moral", recuerda.
Al ser tan "especial", estaba autorizada a saltarse las normas comunes,
es decir, las de la exigente moral judeocristiana. "No
me pertenecían, yo estaba en la senda de algo mayor". No existían
los errores ni los actos malos. Todo era aceptable porque de todo se aprendía
(no en el sentido moral). Mentir, ser promiscua,
abandonar trabajos sin avisar, dañar a amigos y parientes, etc... todo estaba
"bien" si a todo lo llamas "aprendizaje".
ABORTO
Y DEPRESIÓN POST-ABORTO
En su
último año de instituto Christine quedó embarazada y decidió abortar.
"Le pedí perdón al bebé en mi interior pero racionalicé que tanto él como
yo jugábamos papeles que habíamos decidido siendo espíritus, ya viendo
que esto pasaría y nos haría seres más avanzados. ¿Qué
era el cuerpo sino harapos de nuestra prisión espiritual? Yo estaba liberando
esa almita antes de que encontrara mucho sufrimiento".
Pero pese a sus racionalizaciones, ella sabía que abortar, matar un pequeño
ser humano, estaba mal.
"Y si no, ¿por qué me molestaba en pedirle perdón?"
Se
practicó su aborto y se encerró en sí misma. El padre del bebé quería comentar
y procesar juntos lo sucedido, pero ella quería aislarse, y rompieron. "Caí en una espiral de depresión con
marihuana, alcohol y sexo casual. Apenas recuerdo la segunda mitad de ese curso
final porque siempre estaba drogada". Se decía a sí
misma que lo que la hundía era la ruptura con su ex-novio, pero sabía que en el
fondo era el aborto.
Poco
después vio a una compañera de instituto que también había quedado
embarazada, pero ella era cristiana, había optado por la vida, y en pleno verano estaba radiante
con su ropa premamá, un vestido blanco largo que flotaba. "Me sentí sucia, hundida y deseé haber sido tan valiente como ella".
ORIENTALISMO
Y VIDA MÁS SANA
Poco
después decidió hacer un esfuerzo por retomar el control de su vida. Abandonó a
muchas malas amistades, dejó vicios, drogas y bebida y dedicó 6 meses a
centrarse emocionalmente, comer bien, dormir bien. Un día su madre la alabó,
dijo que "brillaba". Y volvió
a su vieja etapa: sentirse especial, espiritual, elevada... o al menos
parecerlo. Quería ser admirada y parecer misteriosa.
Leía new
age y orientalismo, intentaba parecer "espiritualmente
avanzada". Pero eso
sólo podía mantenerse un breve tiempo, así que sólo podía pasar unas semanas en
cada trabajo, en cada círculo de conocidos, en cada lugar. Además, su espiritualidad de "estamos aquí para aprender con
experiencias" la obligaba a picotear experiencias aquí y allá. "Yo era todo fogonazos y fuegos de artificio, sin
sustancia detrás", resume.
En su
picoteo, exploró algo del judaísmo, porque parecía ofrecer algo de Dios "sin la distracción de Jesús". No
perseveró. Dios le parecía una especie de juez mantenedor de la Dualidad,
mientras esperaba un mundo futuro mejorado.
SE
ACABAN LOS DESTELLOS: SEQUÍA ESPIRITUAL
Pasaron
unos pocos años y un día se dio cuenta de que se encontraba
"seca". Ya casi no tenía esos "sueños" premonitorios, ni
sensaciones "espirituales". "¿Y sin eso, qué era yo?"
Y el
mundo exterior, ahora que lo miraba, parecía duro, muy duro, fuera de sus
fantasías. El atentado de las Torres Gemelas del 11-S. Y un
primo que se suicidó. Y un amigo que murió en accidente de coche yendo hacia su propia boda.
¿Es que el mal era más fuerte que el bien? ¿O Dios no existía? Todo el
edificio de espiritualismo fantasioso y subjetivo se le tambaleaba ahora que
era más adulta.
De hecho,
ahora tenía un nuevo novio, Pat, ateo e inteligente. Quedó embarazada, nació el bebé y
después se casaron.
Pat, un
tipo a la vez muy racional y extrovertido, le dijo, con claridad, que Dios no
existía. Christine recuerda que se sentó en la cama pensando que durante años
había perdido el tiempo con cosas espirituales que no existen. Eran cosas de
niña, de adolescente. "Ya no era una joven
ingenua, ahora era razonable e inteligente". Y dijo en voz alta: "yo
no creo en Dios". Le sonó como la primera vez que dijo una fuerte
palabrota a su hermano: había roto un tabú, era algo extraño.
ATEA
Y MATERIALISTA... PERO UN BEBÉ CAMBIA MUCHAS COSAS
Pronto se
reforzó en su nuevo ateísmo, y lo usaba para chinchar a los colegas del
trabajo. Por ejemplo, en viernes de Cuaresma, si sabía que ayunaban, les
tentaba con pizza de carne. Con amigos ateos se burlaba de los creyentes: "debe ser bonito ser tan ingenuo que te crees esas
cosas", decían. Ya no era espiritualmente superior: ahora su
superioridad venía por ser atea, algo mucho más sofisticado.
Pero por
dentro algo le reconcomía. Había decidido aceptar que "el
mundo era una colección de átomos al azar, sin propósito, que somos, al
final, tuercas sin significado y olvidadas en una máquina de evolución
sin sentimientos".
Pero
ahora tenía un bebé, de ojos azules, de risa alegre. Ella había pensado que
querer a un hijo se parecería a querer a su perro. Pero había descubierto que
el bebé la llenaba de amor, que amaba locamente, profundamente. "Si mi ateísmo era cierto, significaba que todo el tiempo con el
bebé, leyéndole, cuidándole, bañándole, haciéndole reír, no significaba nada. En cien
años, todos comida de gusanos. Ese amor, ese tiempo, esa energía desaparecerían
en la anda. Y eso me devastaba".
LA
PAREJA EN PELIGRO
Para
enfrentar ese hueco interior, Christine se dedicó a beber mucho -con
o sin amigos- y a tragar mucha televisión.
"Hacía lo que podía para aturdir mi dolor emocional sin
llegar a nada demasiado extremo". Pero estaba hueca y se mantenía
fría y distante con su marido.
Había
peleas en casa. Se reconciliaban y perdonaban, pero cada vez tardaban más en darse
ese perdón, y el nivel de trato cotidiano bajaba más tras cada crisis. Pat
tardaba ahora más en perdonar.
Un día su
marido le dijo que quizá lo que necesitaban eran
más amigos, más vida social. Pero
¿dónde encontrar parejas jóvenes con bebés y niños
pequeños? "¿En la iglesia?", propuso él. "No podemos ir a la iglesia a hacer amigos, tienes
que creer de verdad en todos esos absurdos para ir", le recordó
ella (que nunca había ido a ninguna iglesia).
Pasaron
los meses, pero ahora Pat, "mi marido
muy racional e inteligente había empezado a leer cosas extrañas, estaba
explorando el budismo y el taoísmo y
me hacía preguntas sobre mis antiguas creencias espirituales, que había
abandonado mucho antes".
UNA
PREGUNTA CLAVE... SOBRE UN HOMBRE ESPECIAL
Un día,
paseando, él preguntó a Christine:
- ¿Sabes mucho sobre Jesús?
Ella lo
miró como si estuviera loco.
- Mmmm... sí, claro, hice mi investigación hace mucho y llegué a mi
conclusión. Bastante interesante, pero no para mí...
- Sí, pero ¿sabes lo
que Él hacía? ¿Quién decía ser?
- No es mi señor y salvador personal, si es a lo que vas. Ya
me harté de ese rollo al crecer. Si la gente es tan débil que
necesita un hombre intermedio entre ellos y Dios, supongo que puede servirles a
ellos...
Pero Pat
estaba volcado en un proceso de lectura e investigación sobre Jesús. "Se estaba haciendo más amable, mejor padre y marido, pero yo me
enfadaba con él porque él estaba
cambiando y yo me quedaba atrás", señala.
Entonces
Pat animó a Christine a leer El
caso de Cristo, el famoso libro del
periodista Lee Strobel. Pat dijo: "Creo
que te gustará. Va de un periodista de investigación que es ateo y
empieza a investigar a Jesús desde una perspectiva histórica". Lo
de "ateo" e "histórico" intrigó a Christine. Decidió
leerlo teniendo muy claro que no iba a hacerse cristiana, que no necesitaba ser
salvada ni debía nada a Jesús, como habían insistido los evangélicos pelmazos
de su juventud.
Pero el
libro presentaba a Jesús no sólo como una figura histórica. Hablaba del amor de Jesús, algo a lo que ella no había estado expuesta. Y
hablaba del Pecado Original como algo muy realista: hay pecado y mal en el mundo y sólo Dios puede quitarlo.
Y hay cosas buenas, y Él está detrás. Y ahí las heridas del pasado, el amor a
los hijos, el deseo de algo más... todo encajó en Christine.
Cerró el
libro, se sentó muy quieta donde años antes se había declarado no creyente y ahora dijo: "Soy cristiana. Soy cristiana".
UN
ANUNCIO: "¿Y SI DURANTE 30 DÍAS SIMPLEMENTE CREYERAS?"
En
Facebook le aparecía un anuncio insistente, no recuerda de qué: "¿y si durante 30 días simplemente
creyeras?" Decidió vivir como cristiana 30 días "de prueba" (rezando, leyendo la Biblia,
yendo a la iglesia), pero muchos menos le bastaron para convencerse.
Empezaron
acudiendo a una iglesia luterana, buscando reverencia en el
culto. Pero Pat quería explorar
el catolicismo. Vieron juntos la serie televisiva "Catolicismo", del obispo Robert Barron. Y el capítulo sobre
la Eucaristía les asombró e intrigó. Ahora Christine entendía la belleza de los
templos, el ritual, el incienso, las velas, los adornos, las
inclinaciones de los sacerdotes... ahí pasaba algo.
Pocos
días después fueron a una misa, la primera de Christine. Antes de que sonaran
las campanillas, ellos ya estaban de rodillas en la consagración. "Entendí y supe que no bastaba con ser
cristianos. Necesitaba el todo, era católica".
Después
de unos meses de formación, en la Vigilia Pascual de 2018 ella se bautizaba y
semanas después recibía la confirmación. Su matrimonio fue bendecido por la
Iglesia.
Ser
cristiana, dice, implica dejar algunas comodidades para
hacer lo que Dios pide. "Pero la calidad de mi vida ha cambiado. La
desesperación que me consumía es ya sólo un viejo recuerdo. Soy más amable, más
gentil, más paciente. Mi matrimonio lo vivimos como un sacramento
de forma realmente hermosa. Soy mejor madre, esposa, hija y amiga. Me preocupo por los demás de manera
más profunda. Cristo tomó lo viejo y roto de mí y creó a alguien completamente
nuevo en cuanto me abrí un poquito a Él", asegura.
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