El Papa Francisco advirtió de que todo cristiano
debe enfrentarse a “tres enemigos” del don del Espíritu Santo, tres elementos
que impiden al cristiano “entregarse” a los demás como hicieron los apóstoles
en el día de Pentecostés: narcisismo, victimismo y pesimismo.
Durante la Misa celebrada este domingo 31 de mayo en la Basílica de San
Pedro del Vaticano por la solemnidad de Pentecostés, el Pontífice señaló que “el narcisismo lleva a la idolatría de sí mismo y a
buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: ‘La vida es buena si
obtengo ventajas’”.
Esa actitud lleva a plantearse por qué uno debería entregarse a los
demás. El Papa explicó que se trata de una actitud que, durante la pandemia de
coronavirus que está afectando al mundo desde hace varios meses, “duele”.
“En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el
preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no
admitir las propias fragilidades y errores”, lamentó.
No menos perjudicial es el segundo enemigo: el victimismo. “El victimista está siempre quejándose de los demás:
‘Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos en mi contra!’.
Cuántas veces hemos escuchado estos lamentos. Y su corazón se cierra, mientras
se pregunta: ‘¿Por qué los demás no se entregan a mí?’”.
“En el drama que vivimos, ¡qué grave es el
victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos”, insistió.
Por último, está el pesimismo. “Aquí la
letanía diaria es: ‘Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia...’. El
pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa:
‘Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil’”.
De esa manera, “en el gran esfuerzo que
supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir
que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no
regresa es la esperanza”.
Estos son los tres enemigos, “el dios
narcisista del espejo, el ‘dios espejo’; el ‘dios lamento’, me siento persona
en el lamento; y el ‘dios negatividad’, todo es negro, todo oscuro”.
Frente a esos tres elementos, frente a la “carestía
de esperanza”, “necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno
de nosotros”. Por esta razón, “necesitamos
el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y
del pesimismo. Nos sana del espejo, de los lamentos y de la oscuridad”.
Redacción ACI Prensa
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