La amamos porque
ella es también nuestra Madre, como nos la dio el mismo Jesús al pie de la Cruz
aquel Viernes por la tarde en Jerusalén.
Por: ReinaDelCielo.org | Fuente: ReinaDelCielo.org
Muchísimas cosas hermosas se pueden decir de
nuestra Madre del Cielo, empezando por reconocerla como la criatura más
extraordinaria que jamás creó Dios. Ella ha sido colocada sólo por debajo de La
Santísima Trinidad, por encima de ángeles y hombres. Por algo es Ella la Reina
del Cielo y de la Tierra, Reina de los ángeles, Reina del Purgatorio, Reina
nuestra. ¡Madre de Dios mismo! ¿Acaso se puede
pensar a una persona como nosotros teniendo el privilegio de ser elegida como
Madre de Aquel que ha creado el universo y todo lo que allí habita?
¡Ella es también nuestra
Madre, como nos la dio el mismo Jesús al pie de la Cruz aquel Viernes por la
tarde en Jerusalén! Y nosotros, inspirados por el Espíritu Santo,
Aquel de quien nuestra Madre está llena, la amamos y la buscamos como Puerta
del Cielo, como Escalera Santa que nos eleva hasta los portales de la Casa con
muchas habitaciones que Dios Padre nos prepara en el Reino prometido.
Pero porque somos débiles y reconocemos nuestra
necesidad, también vemos en Ella a nuestra Abogada, la que nos defenderá ante
el Justo Juez cuando nos toque el día de rendir cuentas. Jesús, el Rey del
Universo, será quien decida nuestro destino aquel día, ante las acusaciones del
maligno y del testimonio de nuestra propia vida rodeados de pecado. María,
nuestra Abogada, será quien tenga la misión de convencer a Jesús de que tenemos
los méritos necesarios para alcanzar la Vida Eterna. Y Ella tiene, en ese rol de
Abogada, la capacidad de cambiar la opinión de Jesús, el Juez.
Si, mis hermanos, María como nuestra Abogada
puede modificar la Voluntad de Dios mismo por medio de sus argumentaciones de
Madre enamorada de sus hijos. Pero la pregunta que nos debemos hacer es, ¿Cómo es que Nuestra Madre Celestial es capaz de hacer
que el mismo Dios modifique Su opinión, y cambie Su Voluntad respecto de una
decisión que afecta nuestra vida?
Para responder esta pregunta debemos
transportarnos a ese maravilloso momento en que Jesús, en los inicios de Su
vida pública, transforma el agua en vino ante la solicitud de Su Madre. Está
claro en el texto Evangélico que Jesús, en un inicio, no tenía intención de
intervenir, e incluso Su reacción ante el pedido no es exactamente la de alguien
que dice “por supuesto Madre, ya lo estaba por
hacer de todos modos”. Sin embargo Ella, sin perder tiempo en
argumentaciones, solicita a los sirvientes que se limiten a hacer lo que Jesús
les diga. Jesús, puestas así las cosas, se dirige a las ánforas con agua, y
hace el milagro que ya todos conocemos, allá en Caná de Galilea.
¿Cómo es la relación entre
esta pequeña mujer y el mismo Dios, que con pedido semejante arranca del Cielo
un milagro orientado simplemente a no producir una incomodidad o un mal momento
en la boda de un pariente? Lo primero que debemos comprender es el toque
maternal de este milagro. No es la curación de un ciego, ni la liberación de un
poseso. Es una ayuda doméstica para que la unión matrimonial que inicia una
nueva familia no se vea afectada por infortunio alguno. ¿Comprendes el toque materno y del todo humano de este milagro?
Las bodas de Caná pueden definirse como el milagro mariano por excelencia,
porque Dios lo realiza por intercesión de María, la Niña de Nazaret Madre del
mismísimo Verbo Encarnado. Un milagro pensado por una Madre preocupada hasta en
los más mínimos detalles que hacen a la vida de sus hijos.
Y es justamente aquí donde debemos detenernos
para analizar la forma particular que tiene María para interceder ante Dios con
los pedidos que nosotros le hacemos. Jesús, el Hombre-Dios,
tiene dos naturalezas bien diferenciadas, pero indisolublemente unidas por otra
parte. Él es Hombre, y también es Dios. De
tal modo que por un momento debemos concentrarnos en Su lado humano, Su
Naturaleza humana que lo hace persona como nosotros salvo en el hecho de que El
nunca pecó. Y pensemos en la relación que nosotros, como personas, tenemos con
nuestra mamá terrenal.
Nuestra mamá terrenal ha sido quien más se ha
preocupado de nosotros desde que nacimos, desde que tenemos memoria. Ella nos
cuida, nos protege y muchas veces nos sobreprotege. Ella no duerme por las
noches cuando nos amenaza un problema, un dolor o una necesidad. Pero por sobre
todas las cosas, Ella sabe cómo pedirnos algo. Porque, como bien sabemos, ¿quién se atreve a decirle que no al pedido de nuestra
mamá? Ella nos mira a los ojos, nos abraza y nos besa, y nos pide cosas
que sabemos son por nuestro bien, aunque no queramos hacerlas. Nos incomoda,
pero al fin de cuentas sabemos que es mamá, que ella va a estar siempre
haciéndonos esos planteos, esos pedidos para evitar que arriesguemos nuestra
salud, nuestra vida, o nuestro futuro.
Jesús, ayer, hoy y siempre, sigue siendo aquel
Joven de Galilea sujeto a una relación con Su Madre, exactamente igual a la de
todos nosotros con nuestra mamá. Jesús Hombre no puede decirle que no a los
pedidos de Su Mamá, como te ocurriría a ti o a mi frente a los pedidos de
nuestra propia mamá. La diferencia, es que Jesús es también Dios, además del
Joven Hijo de aquella hermosa mujer de Nazaret.
Cuando María le pide algo a Jesús, Él, en Su naturaleza humana ve a esta Mujer como Su Mamá
terrenal que le hace pedidos irresistibles, transportándolo nuevamente a
recuerdos de Su infancia en Nazaret. Y como Hombre, no puede decir que no a los
pedidos de Su Mamá, como le ocurrió aquel día en Caná de Galilea. Jesús,
Resucitado y Glorificado, aún sigue siendo aquel Joven educado y formado por
esta Madre ejemplar. Nosotros tendemos a verlo distante allá en el Cielo, pero
la verdad es que El sigue siendo también tan cercano y similar a nosotros como
cuando caminaba por la tierra.
Pero Jesús es también Dios, por lo que los
pedidos de Su amorosa Madre llegan de inmediato a la Santísima Trinidad. Y allí
es donde ocurre la maravilla: Jesús les comunica los pedidos de Su Mamá al
Espíritu Santo y a Su Padre Creador. Y ocurre que ninguno de Ellos se resiste a
los pedidos de María, porque es que de los Tres surgió ese enamoramiento de la
fidelidad, pureza y perfección en todas las virtudes humanas posibles que Ella
demostró durante su vida, que hizo que juntos como Trinidad decidieran hacerla
Reina de todo lo Creado. Los Tres se derriten por Ella, porque encuentran a
María como la más maravillosa evidencia de la perfección en el Amor, del poder
del Amor. ¡No existen palabras para expresar el
amor que María despierta en la Santísima Trinidad, en Dios Uno y Trino!
Puestas así las cosas, mi amigo, lo único que
tenemos que hacer es orar fervorosamente a nuestra Madre Celestial, para
convencerla de que eleve a Su Hijo nuestros pedidos. Ella nos escuchará, y
decidirá cuales ruegos son dignos de semejante tratamiento excepcional. Pero
sepamos de antemano que cuando la convencemos, Jesús responde igual que aquel
día en la boda en Caná de Galilea. Nosotros, mientras tanto, sigamos el consejo
que Ella nos da, igual que lo hizo en Caná: “Sólo
hagan lo que Jesús les diga”.
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