España
da hoy comienzo a diez días de luto oficial. Sirvan estas breves palabras como
elegía a los 26.834 fallecidos en mi país. Sirvan estas líneas como recuerdo a
tanto dolor. Estuve en uno de los epicentros de la muerte y vi, cara a cara, el
rostro de ls muerte; también el del miedo.
Hasta
entonces, durante años, los que iban al hospital iban a curarse, estaban
convencidos del poder de la ciencia. Por primera vez, aquella masa de gente que
en silencio trataba de respirar tenían el miedo escrito en sus rostros. No se
necesitaba que ellos recibieran ningún informe médico, la realidad era patente:
un cierto número de los que estaban allí podían morir en las próximas horas.
Sí, hubo
unas semanas en las que uno tenía que estar muy mal para que lo ingresaran. De
hecho, había que estar mal para meterse en la sala de espera de urgencias.
Estaba llena, completamente llena, de posibles enfermos de coronavirus: sin mascarillas la mayoría, sin distancia entre los que
esperaban, la sala estaba sencillamente llena. Afortunadamente, ellos no
veían la parte inferior (muy cerca de donde ellos esperaban) de donde, cada
día, salían los ataúdes. En cuestión de días, ni los depósitos de los
hospitales ni los de las funerarias darían abasto.
Sí,
detrás de esta peste, hubo mucho dolor, mucho sufrimiento. La población se
refugió en sus hogares. Las calles quedaron vacías en pleno mediodía de esos
días oscuros; fueron días fríos, nublados.
La tristeza de esos días, el diario balance de la
muerte en la televisión, será algo que recordaremos siempre. Almas, decenas de
miles de almas que partieron de este mundo y que ya ven con sus ojos ese más
allá. En medio de nuestra tristeza, no os olvidamos.
P. FORTEA
No hay comentarios:
Publicar un comentario