Hace unos días un amigo me
hizo este comentario: «Todos los domingos, en Misa,
recitamos el Credo, pero creo que la frase «descendió a los infiernos» no
entienden su sentido ni el noventa y nueve por ciento de los fieles, ni,
probablemente, el mismo cura». Tuve que reconocer que en lo del cura, en
mi caso, tenía razón.
Ahora bien, ¿dónde podemos encontrar una síntesis de la doctrina
cristiana? Pues en los Catecismos.
Yo, en estos momentos hay dos que recomiendo por encima de los demás: el YouCat y el Catecismo de la Iglesia
Católica.
El YouCat, es decir el
Catecismo para Jóvenes, lo aconsejo porque es una muy buena introducción a la
doctrina católica, con el mérito, además, que se lee muy bien y es bastante
ameno, lo que evidentemente hace de él una lectura muy recomendable.
En cuanto al Catecismo de la
Iglesia Católica, aunque me lo he leído dos veces de punta a cabo por motivos
profesionales, es un libro que recomiendo tenerlo en casa, pero cuyo uso debe
ser algo parecido a lo que hacemos con los diccionarios: es decir, es un libro de consulta. En este caso
concreto busqué la explicación del Credo y en los números 631 a 637 encontré lo
que buscaba. Pero para entender mejor lo que decía, me pareció conveniente
leerme la parábola del rico y del pobre Lázaro, que encontramos en Lc 16,
19-31, en la que Jesucristo hace referencia al infierno donde va el rico y al
seno de Abrahán, que es el destino de Lázaro. Ambos mueren, pero su destino es
bien distinto.
El «descendió
a los infiernos» del Credo tiene en él dos sentidos. El primero, que está como el otro ya en la predicación
apostólica es que «Jesús conoció la muerte como
todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos» (nº
632). Es decir, Jesús murió realmente.
El segundo sentido lo encontramos sobre
todo en el número 633: «La Escritura llama
infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2,
24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de
muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de
Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a
la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos
(cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32,
17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús
en la parábola del pobre Lázaro recibido en el «seno
de Abraham» (cf. Lc 16, 22-26). «Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en
el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los
infiernos» (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los
infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS,
587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo
Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd.,
1077) sino para liberar a los justos que le habían
precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf.
también Mt 27, 52-53)».
En pocas palabras, hasta el
descenso de Jesús a los infiernos, las almas de los justos que estaban en el
seno de Abraham, aunque gozaban de muchos bienes, estaban privados de la visión
de Dios: Jesús con su descenso a los infiernos
comunica a los justos la Buena Nueva «pues para esto se anunció el Evangelio
también a los que ya están muertos, para que condenados como todos los hombres
en el cuerpo, vivan según Dios en el Espíritu» (1 P 4.6) y les abre las
puertas del cielo. Por tanto «el descenso a
los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación» (nº
634).
En consecuencia, el descendió
a los infiernos que recitamos en el Credo tiene dos sentidos: según el primero Jesús murió realmente, conoció la muerte
como todos los hombres y se reunió con los difuntos en el lugar de los muertos;
en el segundo sentido Jesús libera las almas de
los justos, les abre la puerta del cielo y les lleva a la visión beatífica de
Dios.
Pedro Trevijano
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