«NO ME DIGAS QUE LOS TIEMPOS DE DIOS SON PERFECTOS»:
Es hermoso post
sobre la soltería, escrito por nuestra querida Marigina Bruno
en su blog «Hechas para
más», me ha dejado pensando en algo que quiero apuntar antes de
presentárselo:
LA DINÁMICA DE LA VOCACIÓN
Con el paso del tiempo he
llegado a la conclusión personal (bastante evidente) que nuestra vocación no es
algo estático, es algo que se mueve, que no permanece quieto. No se trata de
seguirla como algo inalcanzable a veces, ni tampoco esperar a que llegue.
Se trata más bien de algo que
tienes que abrazar y a la vez conducir. Y, en momentos de la vida dejarte
llevar con confianza por el conductor principal, Dios. Al primero al que tienes
que escuchar y seguir es al Él. Ojalá fuera sencillo como recibir un manual de
instrucciones, ojalá nos dijera los pasos a seguir uno a uno.
Pero si así fuera, seríamos
unos simples «cumplidores de comandos». Y
Dios nos ama tanto que nos creó libres, responsables de nuestras propias
decisiones, pero jamás solos al momento de tomarlas. Nos acompaña, nos
aconseja, nos corrige y nos consuela.
Nos levanta del piso, cura las
heridas y continúa el camino con nosotros. Recordemos que en esta vida
empezamos a vivir las alegrías del reino de Dios, pero no por eso deja de ser
un valle de lágrimas. El esfuerzo, el dolor, la cruz, son parte importante del
camino.
La vocación al matrimonio no
termina ni tampoco comienza cuando te casas con alguien. Hay muchos factores
que no se pueden dominar ni conocer acerca de la propia existencia, ni la serie
de eventos que podrían hacer que un plan salga de una manera totalmente
contraria al «diseño original».
Dios, sin embargo, en su amor
tan enorme «escribe recto en renglones torcidos» y
aunque muchas veces nos resistamos… los tiempos de Dios siempre son perfectos.
Sin más introducciones aquí va el post:
«NO ME DIGAS QUE LOS TIEMPOS DE DIOS SON PERFECTOS»
Debo confesar que a estas
alturas de mi vida siento que ya tengo un PhD en soltería. De pronto tú te
encuentras en una situación similar: has estado meses o incluso años esperando
a que Dios «te envíe» la persona adecuada
para ti. Y te apuesto lo que quieras a que durante alguna conversación sobre tu
estado civil, alguien (sea un amigo, amiga o familiar) te ha dicho la siguiente
frase: «Los tiempos de Dios son perfectos».
Tengo que admitir que cada vez
que la escucho, mi cara se ve así: 😒. Y antes de confundir a alguien o
causar escándalo, me explico: Es una frase bonita y 100%
verdadera: Dios dispone todo para nuestro bien (Rom 8, 28) y sus tiempos efectivamente son perfectos y van de
acuerdo a lo que necesitamos.
No es la frase la que me
resulta frustrante, sino la manera en la que es utilizada. En mi experiencia al
menos, pareciera ser una respuesta un poco cómoda ante la pregunta «¿por qué estoy (o por qué sigo) soltera?». Es una de esas frases verdaderamente bonitas y
ciertas. Pero que con el tiempo y el uso (o abuso), parecen haberse vuelto un
cliché y que, al menos para mí, no termina de tocar «la carne» de lo que estoy
viviendo.
Puede que sea una respuesta
con buena intención de parte de amigos, familiares o conocidos que buscan darte
una palabra de consuelo. Y no estoy diciendo que vayas por la vida haciéndole
mala cara a quien te la diga, pero creo que hay muchas cosas de fondo en
nuestras experiencias con respecto a la soltería que vale la pena explorar y de
las que no se habla tan a menudo.
Por eso, quería compartirte
algunas conclusiones personales a las que he llegado durante este tiempo de
espera. Muchas las he sacado de artículos que he leído o videos que he visto y
otras han nacido de momentos de oración frente al Señor o sencillamente de
experiencias pasadas. Rezo para que te sean de mucha ayuda y, de alguna manera,
te lleven a vivir este tiempo con esperanza.
NO VIVAS TU VIDA EN LA SALA DE ESPERA
No sé si alguna vez has estado
en la sala de espera de un hospital. Es una experiencia bastante difícil y
dura. Usualmente se está a la expectativa de que un ser querido salga de una
operación. El tiempo parece pasar más lento y es como si la vida se pusiera en
pausa. Nada parece importar más que la potencial buena noticia de que nuestro
familiar o amigo haya salido bien de su intervención.
Y
en lo que respecta a nuestra vida sentimental, muchas veces vivimos así: esperando a que llegue ese novio o esposo que
parece nunca llegar y no terminamos de disfrutar y valorar el tiempo presente
por vivir añorando algo que no llega aún.
No te puedo explicar cuántas
veces me he dejado llevar por mis deseos de conocer a alguien, privándome de
aprovechar el ahora, preocupándome más por mi estado civil que por vivir (y
agradecer) el tiempo que tengo para estar con Dios, mis amigos, mi familia y
conmigo misma.
Si bien el
deseo de encontrar a alguien con quien compartir tu vida es bueno y querido por
Dios, este no tiene por qué ser una carga que llevas a cuestas, sino más bien
una época para crecer y sanar. De esto hablaré un poco más adelante.
SIGUE DESEANDO Y ESPERANDO, PERO TAMBIÉN VIVE CADA
DÍA A PLENITUD
Este es mi consejo. Lo único
que tienes es el tiempo presente y ten la certeza de que puedes ser feliz
hoy, en la realidad en la que vives, con o sin pareja.
Algo que me ha ayudado mucho y
que de pronto te puede servir si la espera te está costando, es aceptar que tal
vez la vida va a ser un poco difícil este tiempo y que ese «dolor» va a ir y
venir. Estoy convencida de que la espera hace que el objeto
deseado sea aún más valioso y su llegada sea mucho más especial.
Y sí, van a haber días que van
a costar más, otros días menos y otros en los que pareciera que tu soltería no
es tan importante. Es fundamental aceptar esta dimensión de nuestra vida para
que la carga sea más llevadera.
Hace poco leía el libro «La Libertad Interior de Jacques Philippe» (100%
recomendado para quienes no lo hayan leído) y me topé con ese extracto que creo
que resume muy bien esta idea:
«No se trata de
volverse pasivo y «tragárselo» todo sin pestañear. Pero tenemos la experiencia
de que, sean cuales sean nuestros proyectos o nuestra cuidadosa planificación,
existen multitud de circunstancias que no podemos dominar y multitud de
acontecimientos contrarios a nuestra previsión, nuestras aspiraciones o nuestros
deseos, que nos vemos obligados a aceptar.
En este sentido, creo que lo
más importante es no contentarse con aceptarlas a regañadientes, sino
aceptarlas verdaderamente. No limitarse a «sufrirlas»,
sino —en cierto modo— «elegirlas» (incluso cuando no tenemos otra elección,
cosa que nos contraría aún más).
Aquí elegir significa realizar
un acto de libertad que nos lleve, además de a resignarnos, a recibirlas de
forma positiva. Cosa nada fácil, sobre todo cuando se trata de pruebas
dolorosas, pero sí un buen método que debemos decidirnos a poner en práctica
con la mayor frecuencia posible y con una actitud de fe y esperanza.
Si
tenemos la fe suficiente en Dios para creer que Él es capaz de extraer un bien
de todo lo que nos ocurre, así lo hará: Que te suceda como has creído, dice en varias
ocasiones Jesús en el Evangelio».
LA VIDA QUE TIENES NO ES UN «PLAN B»
Hace poco escuché esta idea
en un video
de una conversación entre dos amigas y la verdad me dejó con la boca
abierta. Debo confesar que para mí ha sido (y sigue siendo) una tentación
enorme el pensar que estoy viviendo una especie de «Plan
B» de mi vida.
Es decir, como mi «Plan A» (el estar en una relación) no se ha dado
cómo, cuándo o con quién yo pensaba y esperaba. De alguna manera me debo
resignar a vivir una versión «Made in China» de mi vida.
Algo
que es muy importante entender es que tu vida y la mía siempre han sido y serán
el «Plan A» de Dios. Él siempre quiere y tiene guardado lo mejor para ti y nada menos que eso
pues con Él no hay un «Plan B». Y ese «lo
mejor» puede no ser igual a la vida de tu amiga o tu prima o tu hermana o de
pronto no se parezca en nada a lo que tenías planeado, pero no por eso deja de
ser hermosa.
Déjate sorprender y deja que
Dios vaya escribiendo tu historia. Él también anhela tu felicidad, aunque a
veces sea una verdad difícil de creer.
EL OTRO NO ES UN PREMIO
A todas nos gusta que se nos
reconozca por nuestros esfuerzos o talentos. De pronto te han premiado alguna
vez por obtener buenas notas en el colegio, has ganado algún concurso artístico
o musical o tal vez se te ha reconocido por tu buena conducta o ética laboral.
Desgraciadamente esta idea de
«hacer méritos» no funciona de la misma manera en nuestra vida espiritual.
Solemos trasladar este deseo de ser reconocidas a nuestra relación con Dios,
creyendo que debemos hacer una serie de cosas para ganarnos su favor.
En lo personal, me he visto
muy tentada a creer que necesito ganarme el amor de Dios con mis buenas obras.
Y no es que Él no las quiera, de hecho las quiere y nos llama a ser mejor cada
día, siempre de su mano. Pero Él te ama infinitamente con o sin tus buenas
obras, cuando eres buena y cuando no eres tan buena. Su amor es gratuito y no
pone condiciones. Todo lo que Él te da es un don, fruto de su amor infinito.
Quiero enfocar en esta idea: tu futuro esposo no es un «premio» que Dios te va a dar si te portas bien
o si eres una cristiana ejemplar. El
hombre que elijas como tu compañero de vida, como todo lo que Dios te ha dado y
te dará, será un don para ser cuidado, valorado y amado. La vida en pareja y, de manera especial en
el sacramento del matrimonio, nos ha sido dada por amor y para nuestra
santificación y la del otro.
En la misma línea, es
necesario recordar que tu condición de soltera no es un castigo por tus pecados
pasados. Y tampoco significa que valgas menos o que no seas digna de ser amada.
En medio de nuestra incertidumbre podemos llegar a pensar que el «estar sola» es
una «prueba» de que valemos menos que otros
o que no somos lo suficientemente buenas.
Esta puede ser una tentación
muy grande y real. Pero créeme, tu valor no está
en tu estado civil sino en la certeza de que eres hija amada de Dios.
La soltería es una estación,
de pronto más larga o más corta que la de otras personas, pero una estación al
fin. Dios te ama infinitamente y quiere para ti todo el bien posible. El
último bien es Él mismo y la vida que Él tiene preparada para ti en la
eternidad, si lo buscas y lo amas con corazón sincero.
NUESTRA META ES EL CIELO ANTES QUE EL ALTAR
«Cuando tenga un
esposo seré tan feliz». Cuántas veces habremos dicho o pensado esto. Como si nuestra felicidad
dependiera sola y exclusivamente de tener o no alguien a nuestro lado. No me
malinterpretes, el matrimonio es una vocación hermosa (yo también anhelo con
todo el corazón poder vivirla pronto), pero no es una condición para nuestra
felicidad.
Como decía anteriormente,
estamos llamadas a la santidad y a la felicidad hoy. En el ahora,
independientemente de nuestro estado de vida. ¿Qué
pasa si (Dios no lo quiera) mueres hoy?, ¿no quisieras haber vivido tu vida
santamente y a plenitud?
Nuestra
meta es el cielo antes que el altar. Y una vez que te cases
con el hombre que elijas, la meta seguirá siendo la misma, pero ahora junto al
hombre a quien prometiste amar hasta la muerte.
También es necesario entender
que tu anhelo de tener un esposo y formar una familia revela los deseos más
profundos de tu corazón: anhelos de intimidad, de cercanía, de ser cuidada y
valorada. Y estos deseos efectivamente van a ser vividos (Dios lo quiera) en el
matrimonio. Pero la verdad es esta: Dios es el único que puede
saciarlos del todo.
Puedes preguntarle a cualquier
mujer casada y probablemente te dirá que si bien el matrimonio es hermoso,
también es difícil y que el otro, por más bueno que sea, no puede terminar de
llenar sus anhelos de infinito. Solo Aquel que es infinito puede hacerlo.
Mi consejo es que aproveches
este tiempo para crecer mucho en tu relación con el Señor y le pidas cada día
que sea Él quien llene tu corazón. Es una hermosa manera de ir preparándote
para vivir la vocación a la que has sido llamada.
A DIOS ROGANDO Y CON EL MAZO DANDO
Una pregunta que me hago
bastante seguido es: «¿Qué estoy haciendo por mi vocación?». Tengo que
admitir que es una pregunta bastante incómoda pues muchas veces me descubro
haciendo muy poco (o nada) por colaborar con el plan que Dios tiene para mí.
Cada
una de nosotras tiene el deber de discernir de qué manera está colaborando con
su vocación. ¿A qué me
refiero con esto? A que si pasas la mayor parte de tu tiempo sola en tu cuarto viendo Netflix y no buscas salir, conocer gente y
socializar, muy difícilmente vas a conocer a alguien. El novio no te va a caer
del techo ni te va a ir a tocar la puerta de tu casa.
Y entiendo que hay casos y
casos y tal vez alguna me dirá: «Ya he hecho de
todo, me he metido a clases de Taekwondo, empecé mi segunda maestría y hasta me
abrí una cuenta en Catholic Match pero aún no encuentro a nadie». Por un
lado, te diría que no tienes que hacer cien cosas para colaborar con el plan de
Dios. Con que hagas una que otra que te saque de tu zona de confort, ya es un
paso importante.
Por otro lado, es sano
procurar que nuestra vida no gire en torno a conseguir pareja (volver al punto
uno: «No pongas tu vida en la sala de espera»).
Es bueno hacer esfuerzos pero también es necesario recordar que la vida sigue.
Trabaja en tus proyectos, da lo mejor de ti en tu trabajo, haz ese viaje, cursa
esa maestría. Esfuérzate por ser la mejor versión de ti y la mujer
que Dios te ha llamado a ser.
Y si tienes tu conciencia
tranquila sabiendo que has rezado y colaborado con el plan de Dios pero aún no
encuentras a la persona para ti, lo único que puedo decir es: paciencia. Sé que
no es fácil y desgraciadamente si de vocación hablamos, no hay
una receta perfecta.
CONSEJO DE CORAZÓN
Si ya estás haciendo un
esfuerzo por abrir tu horizonte, ten la seguridad que estás colaborando con tu
vocación y que las cosas se darán a su tiempo (porque los tiempos de Dios son
perfectos).
Y este «salir de la zona de confort» se ve distinto en cada una y
depende de tu personalidad y de tu situación actual. Tal vez no te sientes
lista para salir y conocer gente porque has tenido una mala experiencia o
alguna ruptura dolorosa. O de pronto eres muy tímida y te cuesta conocer gente
cara a cara. O incluso descubres que tienes muchas inseguridades que te
paralizan.
Algo que te puede servir es
pedir el consejo de personas prudentes que te conozcan y quieran lo mejor para
ti. De pronto esta persona puede ser una amiga, un consejero o consejera
espiritual, una prima o incluso tu mamá. Ellas te pueden guiar en el camino y
ayudarte a salir de ti misma.
Otro buen consejo es acercarte
a tus amigos que estén en una relación, aprender de ellos y hacerles preguntas.
El testimonio de quienes ya viven lo que nosotras anhelamos es muy
valioso. Nútrete de su amistad y
de sus experiencias en pareja.
Algo que también puede servir
mucho es hablar con tus amigos hombres, aprender de ellos y mirar qué te llama
la atención de sus actitudes, de sus virtudes. Eso te va a ayudar a moldear la
idea de lo que quieres y esperas de un hombre y de tu futura relación. Tener tus expectativas claras es fundamental y te ayudará a discernir
mejor el hombre con el que quisieras compartir tu vida.
POR ÚLTIMO: LA IMPORTANCIA DE SER VULNERABLES
El tiempo de soltería es el
tiempo ideal de buscar a Dios con todo el corazón, de trabajar en ti misma y de
sanar las heridas que llevas en el corazón. Esto para mí ha sido muy necesario,
pero también muy exigente.
A lo largo de este tiempo he
descubierto muchas inseguridades profundas. Heridas del pasado, vicios
arraigados e ideas equivocadas de Dios y de mí misma que he tenido que
enfrentar y empezar a sanar. Y he descubierto que esto no lo
puedo hacer sola.
La oración es fundamental,
pedirle a Dios que nos consuele y sane nuestras heridas es importantísimo. Pero
también es primordial buscar ayuda de personas que nos acompañen en el camino.
Puede ser un guía espiritual o de pronto un terapeuta (si descubres que hay
heridas psicológicas o afectivas que necesitas trabajar).
Esto implica mucho trabajo
interior y mucha humildad. Reconocernos frágiles,
vulnerables y necesitadas de ayuda no es nada fácil, de hecho puede causarnos
mucho miedo e inseguridad. Pero
puedo decir por experiencia propia que vale la pena dejarse acompañar y
consolar por otros. Esto, además de hacernos crecer como personas, nos va a
ayudar a algún día mostrarnos también vulnerables con aquel hombre con el que
elijamos compartir nuestra vida.
Y lo más importante: antes de
buscar un novio o esposo, busca el rostro del Señor (Salmo 27). Antes que cualquier otro rostro, es el Suyo el que tu corazón anhela ver. No descuides tu oración,
busca tener una fuerte relación con Dios Amor, quien te espera y quiere lo
mejor para ti. Él quiere amarte y que lo ames de vuelta. ¿Cómo
te pide amar en este tiempo de soltería?
PD. La mayoría de ideas en este
artículo están basadas en experiencias personales. Si hay algo en contra de la
doctrina de la Iglesia, con gusto me gustaría saberlo. No soy experta, como
todas, sigo aprendiendo.
Escrito por Silvana Ramos
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