En la
festividad de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas
En la memoria
litúrgica de San Francisco de Sales, Obispo y Doctor de la Iglesia, fundador de
la Orden de la Visitación y patrono de la prensa católica, se ha hecho público,
como todos los años, el tradicional Mensaje del Santo Padre con motivo de la
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.
(Vatican.news) El Papa Francisco dedica
su Mensaje de
este año con motivo de la LIV Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales al tema de la narración, puesto que – como él mismo explica – «para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las
buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que
ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos».
A lo largo de cinco puntos el
Pontífice explica la importancia de los relatos que deben estar a la altura de
la humanidad a la que Jesús la elevó, puesto que «toda
historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse». Y añade que
«no hay historias humanas insignificantes o pequeñas», porque «después de que Dios se hizo historia, toda historia
humana es, de alguna manera, historia divina».
TEJER HISTORIAS
Teniendo en cuenta que «el hombre es un ser narrador», el Papa recuerda
que «los relatos nos enseñan; plasman nuestras
convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir
quiénes somos». Sí, porque como escribe: «El
hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su
vulnerabilidad, sino que también es el único ser que necesita ‘revestirse’ de
historias para custodiar su propia vida». Y, de hecho, «sumergiéndonos
en las historias» – escribe Francisco – «podemos
encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida». A
lo que añade:
«El
hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se
enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro relato
se ve amenazado: en la historia serpentea el mal»
NO TODAS LAS
HISTORIAS SON BUENAS
Naturalmente Francisco sabe
que no todas las historias son buenas. De hecho muchas «nos
narcotizan» – escribe – «convenciéndonos de
que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices». Y
añade que «casi no nos damos cuenta de cómo nos
volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad
consumimos». A lo que pone de manifiesto que «en
lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y
del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que
desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia».
«Recopilando
información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente
persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana,
sino que se despoja al hombre de la dignidad»
Por otra parte, el Pontífice
al referir que en nuestra época, «en la que la
falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales» (el deepfake),
«necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos
bellos, verdaderos y buenos».
«Necesitamos
valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y
discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo
entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad
de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana»
LA HISTORIA DE LAS
HISTORIAS
Tras reafirmar que la Sagrada
Escritura «es una Historia de historias». Francisco escribe que «a través de su narración Dios llama a las cosas a la
vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores
libres, generadores de historia junto a Él». Y recuerda que «no nacemos realizados, sino que necesitamos
constantemente ser ‘tejidos’ y ‘bordados’»;
porque «la vida nos fue dada para invitarnos a
seguir tejiendo esa ‘obra admirable’ que somos».
Y en este sentido, el
Pontífice destaca que la Biblia «es la gran historia
de amor entre Dios y la humanidad», en cuyo centro está Jesús, dado que «su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el
hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios». Por
otra parte, al recordar que el título de este Mensaje está tomado del libro del
Éxodo, que constituye un relato fundamental, en el que Dios interviene en la
historia de su pueblo, el Santo Padre agrega textualmente:
«De
hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los
escuchó y rememoró: ‘Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob’
(…). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar
a través de signos y prodigios»
EL DIOS DE LA VIDA
SE COMUNICA CONTANDO LA VIDA
El Papa Francisco no deja de
recordar que Jesús hablaba de Dios no con razonamientos abstractos, sino con
parábolas y narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Y explica que de
este modo «para el que la escucha, la historia se
hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma».
Por esta razón no es causal que «también los
Evangelios sean relatos», dado que mientras nos informan sobre Jesús,
nos «performan» y conforman a Él:
«El
Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por excelencia – el Verbo, la
Palabra – se hizo narración: ‘El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él
lo ha contado’»
En punto de su Mensaje el
Santo Padre escribe que ha querido utilizar el término «contado»
porque en lengua original puede traducirse como «revelado»
o «contado».
«Dios se ha
entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de
tejer nuestras historias»
UNA HISTORIA QUE SE
RENUEVA
El Papa Francisco recuerda que
«la historia de Cristo no es patrimonio del pasado»,
sino que «es nuestra historia, siempre actual». Además
«nos dice que no hay historias humanas
insignificantes o pequeñas», porque «después
de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera,
historia divina».
«En
la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que
bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede
suprimirse»
El Pontífice escribe que «re-cordar significa efectivamente llevar al corazón,
‘escribir’ en el corazón. Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la
más olvidada, incluso la que parece estar escrita con los renglones más
torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer como una obra maestra,
convirtiéndose en un apéndice del Evangelio».
Como
las Confesiones de Agustín. Como El Relato del Peregrino de Ignacio. Como la
Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús. Como Los Novios, como Los
Hermanos Karamazov. Como tantas innumerables historias que han escenificado
admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Cada uno
de nosotros conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado
testimonio del Amor que transforma la vida. Estas historias requieren que se
las comparta, se las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos
los lenguajes y por todos los medios.
UNA HISTORIA QUE NOS
RENUEVA
Hacia el final de su Mensaje
el Papa escribe que «en todo gran relato entra en juego el nuestro», dado que
al leer la Escritura, las historias de los santos, y también otros textos que
han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el «Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón,
renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios».
Cuando
rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras
historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días,
entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las
tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino
que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador.
Contarle
a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los
acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva.
Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y
hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a
las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la
vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!
«Nadie
es un extra en el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a
la posibilidad de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a
dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo
del bien y hacerle sitio»
No se trata, pues, de seguir
la lógica del storytelling, ni
de hacer o hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de
Dios, de dar testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de
revelar a cada uno que su historia contiene obras maravillosas.
El Papa concluye su mensaje
invitando a encomendarse a esa mujer «que tejió la humanidad de Dios en su
seno» y, tal como dice el Evangelio, «entretejió
todo lo que le sucedía». Y lo hace con una oración en la que pide ayuda «a
aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor»:
Oh
María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú narraste con
tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias, guárdalas en
tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar. Enséñanos a
reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de nudos en que se
ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas
pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza,
inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de paz, historias
de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO PARA LA LIV JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES,
24.01.2020
Publicamos a
continuación el mensaje del Santo Padre Francisco para la LIV Jornada mundial
de las comunicaciones sociales que este año se celebra en muchos países el
domingo 24 de mayo, solemnidad de la Ascensión del Señor.
LA VIDA SE HACE HISTORIA
Quiero dedicar el Mensaje de este año
al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos respirar
la verdad de las buenas historias: historias que
construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y
la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y
de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable
de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo
y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido
vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos
con otros.
1.
TEJER HISTORIAS
El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias
como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de
películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida,
aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal
hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los
relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos;
nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos.
El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su
vulnerabilidad (cf. Gn 3,21), sino que también es el único ser que
necesita “revestirse” de historias para
custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas, sino también relatos: de
hecho, la capacidad humana de “tejer” implica
tanto a los tejidos como a los textos. Las
historias de cada época tienen un “telar” común:
la estructura prevé “héroes”, también
actuales, que para llevar a cabo un sueño se enfrentan a situaciones difíciles,
luchan contra el mal empujados por una fuerza que les da valentía, la del amor.
Sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para
enfrentar los retos de la vida.
El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y
se enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro
relato se ve amenazado: en la historia serpentea el
mal.
2.
NO TODAS LAS HISTORIAS SON BUENAS
«El día en que comáis de él, […] seréis como Dios» (cf.
Gn 3,5). La tentación de la serpiente introduce en la trama de la
historia un nudo difícil de deshacer. “Si posees,
te convertirás, alcanzarás...”, susurra todavía hoy quien se sirve del
llamado storytelling con fines
instrumentales. Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que
necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos
damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta
violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación,
en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales
y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que
desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando
información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente
persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana,
sino que se despoja al hombre de la dignidad.
Pero mientras que las historias utilizadas con fines instrumentales y de poder
tienen una vida breve, una buena historia es capaz de trascender los límites
del espacio y del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual, porque
alimenta la vida. En una época en la que la falsificación es cada vez más
sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake),
necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos.
Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos
paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no
perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la
luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida
cotidiana.
3.
LA HISTORIA DE LAS HISTORIAS
La Sagrada Escritura es una Historia de
historias. ¡Cuántas vivencias, pueblos,
personas nos presenta! Nos muestra desde el principio a un Dios que es
creador y narrador al mismo tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas
existen (cf. Gn 1). A través de su
narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a
la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él. En
un salmo, la criatura le dice al Creador: «Tú has
creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias
porque son admirables tus obras […], no desconocías mis huesos. Cuando,
en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la
tierra» (139,13-15). No nacemos realizados, sino que necesitamos
constantemente ser “tejidos” y “bordados”. La vida nos fue dada para invitarnos a
seguir tejiendo esa “obra admirable” que
somos.
En este sentido, la Biblia es la
gran historia de amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su
historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo
tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. El hombre será llamado así, de
generación en generación, a contar y a grabar en
su memoria los episodios más
significativos de esta Historia de historias,
los que puedan comunicar el sentido de lo sucedido.
El título de este Mensaje está tomado
del libro del Éxodo, relato bíblico fundamental, en el que Dios interviene en
la historia de su pueblo. De hecho, cuando los hijos de Israel estaban
esclavizados clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: «Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y
Jacob. Dios se fijó en los hijos de Israel y se les apareció» (Ex 2,
24-25). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene
lugar a través de signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela a
Moisés el sentido de todos estos signos: «Para
que puedas contar [y grabar en la memoria] de tus hijos y nietos […]
los signos que realicé en medio de ellos. Así sabréis que yo soy el Señor» (Ex
10,2). La experiencia del Éxodo nos enseña que el conocimiento de Dios se
transmite sobre todo contando, de generación en generación, cómo Él sigue
haciéndose presente. El Dios de la vida se comunica contando la vida.
El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas,
narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia
y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la
transforma.
No es casualidad que también los Evangelios sean relatos. Mientras nos informan
sobre Jesús, nos “performan” [1]
a Jesús, nos conforman a Él: el Evangelio pide al lector que participe en la
misma fe para compartir la misma vida. El Evangelio de Juan nos dice que el
Narrador por excelencia —el Verbo, la Palabra— se hizo narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado»
(cf. Jn 1,18). He usado el término “contado”
porque el original exeghésato
puede traducirse sea como “revelado” que
como “contado”. Dios se ha entretejido personalmente
en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer nuestras historias.
4.
UNA HISTORIA QUE SE RENUEVA
La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia, siempre
actual. Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne,
nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También
nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas. Después de
que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia
divina. En la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver la historia de su
Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede
suprimirse. Por lo tanto, la humanidad se merece relatos que estén a su altura,
a esa altura vertiginosa y fascinante a la que Jesús la elevó.
Escribía san Pablo: «Sois carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el
Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones
de carne» (2 Co 3,3). El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe
en nosotros. Y, al escribir dentro, graba en nosotros el bien, nos lo recuerda.
Re-cordar
significa efectivamente llevar al corazón, “escribir” en el corazón. Por obra del Espíritu
Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que parece estar
escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer
como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice del Evangelio. Como las Confesiones de
Agustín. Como El Relato del Peregrino de Ignacio. Como la Historia de un alma
de Teresita del Niño Jesús. Como Los
Novios, como Los Hermanos Karamazov.
Como tantas innumerables historias que han escenificado admirablemente el
encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Cada uno de nosotros
conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del
Amor que transforma la vida. Estas historias requieren que se las comparta, se
las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y
por todos los medios.
5.
UNA HISTORIA QUE NOS RENUEVA
En todo gran relato entra en juego el nuestro. Mientras leemos la Escritura,
las historias de los santos, y también esos textos que han sabido leer el alma
del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre de escribir
en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos
de Dios. Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos
amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas
de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los
recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona
el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del
Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica
de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la
perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia
nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos,
llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el
tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto
lo necesitamos todos!
Con la mirada del Narrador —el único que tiene el punto de vista final— nos
acercamos luego a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a
nuestro lado de la historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en el
escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad de
cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la
redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle
sitio.
No se trata, pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o hacerse publicidad, sino de
rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar testimonio de lo que el
Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada uno que su historia
contiene obras maravillosas. Para ello, nos encomendamos a una mujer que tejió
la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio— entretejió todo lo que le
sucedía. La Virgen María lo guardaba todo, meditándolo en su corazón (cf. Lc
2,19). Pidamos ayuda a aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la
fuerza suave del amor:
Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la
Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha
nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que
nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la
historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida,
paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier
nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros.
Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el
camino para recorrerlas juntos.
Vaticano, 24 de
enero de 2020, fiesta de san Francisco de Sales.
FRANCISCUS
_______________________________
[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 2:
«El mensaje cristiano no era sólo “informativo”, sino “performativo”. Eso
significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se
pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida».
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