Debemos
acostumbrarnos a vivir siempre en la presencia de Dios, puesto que Él está
presente en todo.
Por: Pedro García, Misionero Claretiano |
Un Santo tan popular, tan universalmente
venerado, tan querido de todos. Un hombre tan grande, con una idea fija: ¡Señor, dame almas!... Almas, almas, sobre todo de
niños y de jóvenes, para llevarlas a ti.
Al hablar de San Juan Bosco hay que empezar por
su madre, la famosa mamá Margarita, porque la madre dejó impresa en Juan una
huella indeleble, de mucha trascendencia en su vida y en su misión educadora.
Margarita forma a su hijo en el temor santo de Dios, y le dice con gravedad:
- Dios nos ve; Dios está en todas partes; Dios
es nuestro Padre, nuestro Redentor y nuestro Juez, que de todo nos tomará
cuenta, que castigará a los que desobedecen sus leyes y mandatos, y premiará
con largueza infinita a los que le aman y obedecen. Debemos acostumbrarnos a
vivir siempre en la presencia de Dios, puesto que Él está presente en todo.
Esto dice una madre cristiana, tan amorosa pero
tan seria, que sabe poner un fundamento indestructible. Juan aprende bien la
lección, y ese temor de Dios será la base de su sistema educativo.
Pronto descubre el niño Juan, a sólo nueve años
de edad, lo que va a ser su vida.
Tiene una visión extraordinaria. Contempla en
una pradera a muchos niños que gesticulan, blasfeman, roban y se entregan a
toda suerte de fechorías. Entonces él, Juan Bosco, se tira en medio de ellos, y
empieza a repartir golpes y bastonazos furiosos... Hasta que le detiene el
Señor, que se le aparece y le amonesta:
- ¡No; así no se hace! Ponte
en medio de ellos, y enséñales lo feo que es el pecado y lo bella que es la
vida cristiana.
Aparece también la Señora, que le muestra una
manada de animales extraños y feroces, cambiados después en corderos juguetones
y que balan amorosos, mientras la Señora le dice:
- ¡Mira lo que te espera!
Hazte bien humilde, fuerte, bueno, y verás lo que vas a hacer.
Juan se echa a llorar. Pero sigue la Señora:
- Llegará un tiempo en que lo comprenderás todo.
Juan se echa a llorar. Pero sigue la Señora:
- Llegará un tiempo en que lo comprenderás todo.
Y desapareció la visión. En ella está encerrada
la misión que le espera a Juan Bosco: Jesucristo y la Virgen le encomiendan la
salvación de los niños y los jóvenes. En vez de ser unos maleantes y unos
perdidos en la sociedad, como los animales aquellos, serán ciudadanos dignos y
unos cristianos ejemplares, como corderitos mansos.
Ya sacerdote, Juan Bosco está en la sacristía y
ve cómo el sacristán golpea sin compasión a un muchacho de quince años porque
no sabe ayudar a Misa. Juan Bosco se enternece.
- Ven, muchacho. Vamos a
rezar.
- Yo no sé rezar, Padre.
- No tengas miedo, ya lo harás conmigo.
Se arrodillan los dos, y rezan a la Virgen. Don Bosco le encarga:
- Vente aquí el domingo por la tarde.
- Yo no sé rezar, Padre.
- No tengas miedo, ya lo harás conmigo.
Se arrodillan los dos, y rezan a la Virgen. Don Bosco le encarga:
- Vente aquí el domingo por la tarde.
Y allí que se presenta el chico con otros
compañeros. ¡Nacía entonces en Turín la obra de los
Ora-torios festivos, y con ella toda la obra inmensa de Don Bosco! Los
Salesianos, las Hijas de María Auxiliadora... Y por doquier, oratorios,
escuelas, templos de fuerte espiritualidad...
Nos hemos acostumbrado a pensar en un Don Bosco
que pasa la vida riendo y haciendo reír. Pero hay que adentrarse en aquella
alma de santo troquelada en la pobreza, el abandono y la comprensión de los
principios del Oratorio, que era emigrante hasta que se asentó de manera
estable. Los chicos le vieron por primera vez llorar. Y su madre, la clásica
mamá Margarita, mujer santa de veras, aunque vivía feliz en el seno del hogar
con su hijo José y sus nietecitos, abandona decidida todo para vivir en
plenitud la pobreza y las angustias de su hijo Juan, el sacerdote de quien está
tan orgullosa. La madre de Don Bosco es también la madre también de cientos y
de miles de muchachos del Oratorio bendito.
¿Dónde está el secreto de
Don Bosco? Está en su Sistema Preventivo, que se ha hecho
famoso.
Al niño, al joven, hay que darle Religión, Temor santo de Dios, Sacramentos, Oración. Para cuando el demonio venga, llegará tarde.
Después, meter grandes convicciones en el niño y
en el joven, para que actúen siempre con sentido de responsabilidad, por sí
mismos, y no por miedo.
Y, finalmente, tratarlos con mucho amor. La
familiaridad con ellos, les llevará al amor. El amor, les inspirará confianza.
Con la confianza en el educador, se tiene todo ganado.
Así lo hacía Don Bosco. Su mejor alumno, Domingo
Savio, que con sus quince años está en los altares, dirá: -Nosotros aquí hacemos consistir la santidad en mucha
alegría.
En 1887, poco antes de morir, Don Bosco llega a
Roma para inaugurar la Basílica del Sagrado Corazón, hasta quince veces
interrumpe la Misa con el llanto. ¿Por qué
llora?... Le han venido a la mente las palabras de la Virgen en aquella
visión: -A su tiempo lo entenderás todo. Así
es. Tantos niños y jóvenes como se hubieran perdido, son en sus oratorios y
escuelas una gloria de la sociedad y de la Iglesia. ¡Miles
y miles de jóvenes en camino de salvación!... Su sed de almas está
saciada...
Don Bosco, San Juan Bosco, es uno de los hombres
más providenciales suscitados por Dios en la Iglesia de nuestros días.
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