¿Querías ser
sacerdote pero el Señor te puso en la friendzone"?
Por: Sebastián Campos | Fuente: Catholic-link.com
Para los que no entienden del tema, la friendzone es un lugar
simbólico al que envían a
aquellos que, luego de haber cortejado a alguien (y aunque hubiera indicios de “algo más”), ven de pronto cómo se les cierran
todas las posibilidades, pues la otra persona los quiere “solo como amigos”. Se hacen bromas en
Internet al respecto, e incluso aquellos varones que logran sortear ese primer
portazo en las narices son considerados casi héroes, por haber conquistado y
ganado el corazón de la enamorada. En ambientes de Iglesia nos reímos cuando
esa muchacha que se mostró abierta a la galantería y la conquista nos
dice: “te
quiero en el amor de Jesús” o “te amo en
Cristo”; una frase mortal para todo enamorado al que le queda claro que
al único afecto al que podría aspirar es a una relación fraterna de hermanos,
como cristianos y como Jesús nos enseña a hacerlo.
Pero también ocurre en el plano de
lo espiritual, sobre
todo de lo vocacional. Lo digo desde primera fila, pero también como testigo de
muchos amigos míos, que habiendo hecho un proceso de discernimiento a la vida
consagrada, jornadas vocacionales e incluso han comenzado su formación en
seminarios, conventos y casas de formación para la vida consagrada… luego de
algunos meses e incluso años se dan cuenta que Dios los ama, los busca, los
desea, pero como laicos, no como esposos consagrados a la manera de sacerdotes
y religiosas.
Es duro el tema, sobre todo porque muchas veces
no hacemos bien el trabajo de acoger a aquellos que regresan, los que no
siempre encuentran cabida en las comunidades. Muchas veces, avergonzados por la
situación y la pomposa despedida de sus grupos y parroquias, deben regresar a
la rutina y replantearse la vocación, ahora como laicos. A ellos, los que
el Señor mismo ha enviado a la friendzone, y también a nosotros que somos parte de
comunidades de donde nacen vocaciones y a donde regresan algunos que tuvieron
mala puntería, les dedicamos estas líneas, no como manual sino como orientaciones pastorales y acogida amorosa a esta realidad.
1. SIEMPRE SERÁS UN ELEGIDO
Todos, laicos y
consagrados, somos elegidos. Todos tenemos una vocación y todos somos
amados por Dios, pero
muchas veces la voz de Dios se confunde entre las palabras de impulso y ánimo
que nacen de nuestro propio corazón y nuestros deseos, de los anhelos de las
comunidades de que de entre sus filas salgan vocaciones y de aquellos que
acompañan los procesos de discernimiento vocacional, que muchas veces ven sus
casas de formación vacías y la presión institucional los empuja a captar nuevas vocaciones cada año.
2. NO HAY PREGUNTAS TONTAS, HAY TONTOS QUE NO PREGUNTAN
No quiero sonar autorreferente, pero muchos
jóvenes se me acercan con esta inquietud, la de comenzar o no un proceso de
discernimiento vocacional. Seguro que a varios les causa temor, pues para
muchos sería una “lata” si el Señor
les dice que los quiere para Él a tiempo completo, como consagrados. Para
evitar el riesgo de ser llamados realmente por Dios, evitan mirar al cielo y
hacer la pregunta vocacional al Creador. Yo siempre animo a todos a darse un tiempo y un espacio serio de preguntas vocacionales directas con
el “Jefe”, pues
muchos dan por asumido que fueron creados para ser esposos, esposas y tener
hijos; ser profesionales y formar una linda familia. De hecho, muchos se abren
a la posibilidad de que alguno de sus hijos sea llamado por Dios para la vida
consagrada (aun cuando ni siquiera tienen novia y obviamente no piensan en
casarse todavía), pero para ellos el asunto parece completamente descartado.
Es sano preguntar, pues siendo realistas, estadísticamente hablando, Dios llama a la mayoría de sus hijos a ser laicos y no consagrados; si fuera de otra forma, estaríamos extintos como raza humana. Y eso ocurre a en ambas caras de la moneda: hay consagrados que evidentemente tenían vocación al matrimonio, y esposos y esposas que evidentemente tenían vocación a la vida consagrada. No es emitir un juicio respecto a sus opciones personales, pero por eso, para prevenir posibles “errores de puntería” al momento de tomar decisiones importantes como la de casarse, es buena idea discernir bien, hacerse la pregunta vocacional en serio y no evitarla por temor a recibir un “sí” de parte de Dios. Quizá ellos nunca hicieron la pregunta vocacional en serio y a estas alturas ya es tarde; por lo que son padres y madres mediocres y agentes pastorales con un gran sentimiento de culpa por dejar a sus familias abandonadas mientras hacen sus apostolados.
Es sano preguntar, pues siendo realistas, estadísticamente hablando, Dios llama a la mayoría de sus hijos a ser laicos y no consagrados; si fuera de otra forma, estaríamos extintos como raza humana. Y eso ocurre a en ambas caras de la moneda: hay consagrados que evidentemente tenían vocación al matrimonio, y esposos y esposas que evidentemente tenían vocación a la vida consagrada. No es emitir un juicio respecto a sus opciones personales, pero por eso, para prevenir posibles “errores de puntería” al momento de tomar decisiones importantes como la de casarse, es buena idea discernir bien, hacerse la pregunta vocacional en serio y no evitarla por temor a recibir un “sí” de parte de Dios. Quizá ellos nunca hicieron la pregunta vocacional en serio y a estas alturas ya es tarde; por lo que son padres y madres mediocres y agentes pastorales con un gran sentimiento de culpa por dejar a sus familias abandonadas mientras hacen sus apostolados.
3. LA FE ES UN ESPACIO PARA EL ERROR
Es distinto discernir mal
que cometer un error. Cuando uno yerra, lo que hace es elegir el mal
en lugar del bien. En cambio, cuando uno está realizando un discernimiento es
más complicado, porque entre las opciones sobre la mesa no hay cosas malas,
sino que hay cosas buenas y cosas mejores. Discernir bien no es
elegir entre lo bueno y lo malo, solo un tonto elegiría lo malo. Discernir es
elegir entre lo bueno y lo mejor; por eso no siempre es tan claro como nos
gustaría. Por lo tanto, si tuviste mala puntería, debes saber que vas en buena
dirección, apuntando hacia el sentido correcto, solo que no diste de lleno en
el blanco. No es saludable caer en la tentación de sentirse fracasado,
equivocado o sin sentido.
Nuestras comunidades de fe deben ser espacios
que nos ayuden a discernir y que nos acojan cuando no hemos acertado al cien
por cien; pues de eso trata la vida espiritual, de correr riesgos siguiendo al
Divino Maestro.
4. LA VERGÜENZA ES NATURAL, PERO QUE NO TE DETENGA
Es lógico que quienes han pasado algunos meses o
años en su formación como religiosos, después se sientan abrumados por la
situación de tener que regresar. Sobre todo cuando en todas las misas se rezaba
por tu vocación y hasta la última viejita de tu parroquia sabía de ti y
esperaba con ansias el momento de tu ordenación o de tus votos. Sin dudas esa presión que, sin quererlo y con amor, nos endosan nuestras
comunidades, es muchas veces la razón que hace que algunos den la pelea durante
más tiempo, postergando lo inevitable. Es
de valientes reconocer cuándo no se ha discernido bien, cuando a la luz de la
oración y de los consejos de los más grandes uno decide volver a casa, rearmar
la vida y replantearse la vocación. Por lo tanto, aunque la vergüenza sea un
sentimiento que aflore descontroladamente, intenta que no se apodere de ti y te
mantenga aislado, alejado de todos y haciéndote vivir tu fe en solitario.
5. EL LLAMADO UNIVERSAL A LA SANTIDAD
Todos estamos llamados a
ser santos. Ahora
bien, la forma en que esa santidad se vive es otra cosa. Quizá la confusión se
da porque la mayoría de los santos que conocemos son consagrados: sacerdotes y
religiosas que fundaron reconocidas congregaciones y órdenes presentes en todo
el mundo y cuyo legado espiritual ha sido de gran bendición para la Iglesia. En
cambio es menos frecuente encontrar estampitas de santos en cuya impresión esté
la cara de un profesor, de una mamá o de un mecánico automotríz (¡aunque los
hay!). Que estadísticamente no sea tan común, no quiere decir que no existan.
Desde nuestro camino espiritual de laicos comprometidos con la Iglesia tenemos
las mismas e incluso más posibilidades de alcanzar la santidad, haciendo lo que
nos toca, eso que el Señor nos ha confiado, siempre que lo hagamos con amor,
con fe, de la mano de la Iglesia y buscando la voluntad de Dios.
6. TODAS LAS VOCACIONES SE DISCIERNEN
Me ha tocado ver que algunos amigos míos, que
incluso tenían novia o novio según corresponda, en medio de esa relación se
sienten llamados por Dios y hoy en día están en sus caminos de formación a la
vida consagrada. Haber encontrado a la que según
tú es la indicada o indicado, no necesariamente es un signo inequívoco de una
vocación al matrimonio y la familia. Seguro que es complicado tener que decirle a tu novia: «mi amor, este fin de semana no nos veremos porque iré a
jornadas vocacionales». Suena casi como ir a verte con otra (aunque en
este caso es otro, Jesús).
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