Este Gobierno, se
diría, juega a despistar, a descolocar y, de paso, a allanar el camino a no se
sabe qué (ellos sí que lo saben, perfectamente).
“De ninguna de
las maneras”, se anunciaba
con voz de Súper-Tacañona, los hijos son de los padres. Los seres humanos,
incluso los seres humanos en su etapa embrionaria, no son cosas. En ese
sentido, no se compran ni se venden. Tienen, en suma, dignidad y no precio. Los
hijos no son de los padres, ni de nadie. Menos, del Gobierno de turno. Puestos
a ser, son de Dios. Exclusivamente.
“De ninguna de
las maneras” la educación
religiosa es, repiten, un derecho principal, sino “accesorio”.
Seguramente la voz que suena a Súper-Tacañona ha enunciado una
diferenciación técnica desde el punto de vista jurídico. Pero lo hace con tal
(falsa) “autoridad” que parece que preconiza
un cambio de época.
No es secundaria en el hombre
la dimensión religiosa. Es muy principal. El hombre es, se ha dicho, el “animal divino”. La religión, como el lenguaje,
caracteriza lo humano. Hay que ser muy superficial, muy frívolo, para invocar
la educación “integral” y hacer burla, al
mismo tiempo, de la educación religiosa.
“De ninguna de
las maneras” se entiende
al hombre, y al mundo, prescindiendo de la religión. La escuela debería ser un
espacio abierto al entendimiento, a la comprensión. Estaría bien que, en el
contexto de la transmisión de los saberes, los alumnos pudiesen vincular los
saberes que proceden de sus tradiciones religiosas – judías, musulmanas,
católicas, protestantes – con el acervo común de los ciudadanos de nuestra
patria. Y que los alumnos que vienen de familias ateas, agnósticas o
indiferentes, supiesen ponerse en el lugar de sus compañeros que creen.
Para lograr este fin habría
que valorar seriamente la religión. Cuando no se la valora, se recorta todo: el respeto a los derechos humanos, la cultura, la
antropología, la democracia no totalitaria…
La Declaración Universal de
los Derechos Humanos dice: “Toda persona tiene
derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho
incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad
de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en
público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
La Constitución Española, en
el artículo 27,3, reza: “Los poderes públicos
garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la
formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”.
Por su parte, los Acuerdos
entre España y la Santa Sede estipulan que, en determinados niveles, se
incluirá “la enseñanza de la religión católica en
todos los Centros de Educación, en condiciones equiparables a las demás
disciplinas fundamentales”.
“De ninguna de
las maneras” se entenderá
este baile irresponsable, de nuestra patria en estos días, en otros países de
Europa. Lo nuestro parece, por desgracia, diferente. Y para mal.
Guillermo Juan
Morado.
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