jueves, 23 de enero de 2020

¿ANTES SE PECABA, PERO LA FE SE MANTENÍA INCÓLUME?


Una pregunta al P. Fortea: ¿Alguna vez en la Iglesia imperó la confusión y se tuvo tanta tolerancia a la herejía como hoy?

Porque se condena con firmeza la pedofilia, la contaminación ambiental y demás cosas que, aunque deben ser tenidas en cuenta y condenadas, no son nada comparadas a la herejía y la heterodoxia, porque estas últimas ponen en riesgo la salvación eterna de millones de personas.

Me parece que la respuesta es "no", pero quisiera saber su opinión.
Si bien antes de toleraron un montón de cosas execrables, no creo que la herejía haya tenido el lugar que tiene hoy.

Sé que a Honorio I se lo declaró hereje después de muerto, pero creo que, ni siquiera él, dio tanta permisividad a las divergencias en cuestiones doctrinales fundamentales como hoy.

Ojalá pueda iluminarnos sobre esto.

¡Un saludo!

Estimado lector: La pregunta que has planteado es muy interesante. Con lo que voy a decir, no pretenderé zanjar la cuestión, pues es un tema sujeto a discusión.

¿En qué sintetizaría mi opinión antes de ir a los detalles y al análisis de los datos históricos? La sociedad de la Edad Media es como un joven de 18 años que no vive la pureza y que abusa del alcohol, pero que sigue yendo a misa los domingos y que mantiene su fe. La sociedad de nuestra época se compara a un hombre maduro, más reposado, incluso más razonable, con costumbres más sanas, pero que ha perdido la fe.

En esta afirmación se sintetiza lo que pienso. Partiendo del hecho de que estoy de acuerdo de que nuestra generación de católicos está viviendo un hecho cualitativamente diferencial, de que una parte no despreciable de los cristianos practicantes ha sucumbido a principios incompatibles con la fe recibida; partiendo de ese hecho global, sí que podemos observar que el error teológico, en siglos pasados, se extendió más de lo que creen algunos.

Cierto que la fe, al final, se irguió como un monolito alrededor del cual se movían las malas costumbres, pero que esas ranas y culebras no llegaban a arañar la piedra, cierto. Pero en un número nada despreciable de eclesiásticos sí que quedaron contaminados por el error en siglos pasados. En eso hay que distinguir entre el resultado final (el monolito) y la cantidad de enfermos alrededor de ese monolito.

Veamos hasta dónde llegó la enfermedad. Desde luego, más de la mitad de los obispos franceses eran galicanos en el siglo XVI y XVII. En lo peor del periodo del Ancient Regime, pudieron llegar a ser tres cuartas partes. Esa época la conocí bien cuando escribí mi libro Obispo reinante. Una Iglesia muy grande la de ese reino, pero enferma: grande y enferma.

Otro dato para reflexionar, en esa época y en otras de la Edad Media, muchos clérigos que no vivieron la castidad no sintieron que hubiera sido mejor que hubiera regido una distinta la ley moral. Simplemente se consideraba que esas leyes morales tan santas, tan nobles, en la práctica, no se aplicaban a una época en más relajada, menos heroica. Cierto que no se cambió la ley, pero la mala costumbre estaba tan generalizada que no se consideraba que fuera necesario hacer cambios en la “lista de ideales”.

Cuando alguien me dice que lo de ahora nunca se ha visto, tiene razón (es un hecho peculiar nuestra situación), pero hay que recordar que un san Agustín ejerció como obispo en una ciudad dividida entre católicos y donatistas con sus propias iglesias y clero. Cuando escribí La catedral de san Agustín descubrí hasta qué punto la vida de ese obispo y de los obispos de toda esa zona africana fue un suplicio. No había noche en la que no existiese el peligro para un obispo de que su catedral pudiese arder.

También la Hispania goda estuvo dividida entre una élite arriana y una población católica durante casi dos siglos. Los obispos para reunirse en concilio no podían hacerlo sin recibir el permiso del rey arriano.

Cierto que ahora hay un peligro real de que parte de las diócesis alemanas caigan en un cisma, pero las controversias teológicas llevaron a que en el siglo V Egipto se pasara al monofisismo y rompiera la comunión. ¿No es esto una situación bastante parecida?

Y si observamos los conflictos internos del Concilio de Éfeso, veremos que a una herejía extendida (entre el clero) se unió un enfrentamiento personal entre obispos tan lamentable que ahora ya no se ven cosas así. Pero ese concilio no fue una excepción, si escucháis mis sermones (están en Ivoox) sobre san Cirilo de Jerusalén, san Atanasio y san Gregorio de Nisa, veréis tres épocas distintas y tres tormentas acerca de la fe. Pero tres tormentas en las que a la disputa teológica se une la más lamentable relación personal. ¿Es esta una época de tranquilidad acerca de la fe? Indudablemente, no. Fue un largo periodo de divisiones y enfrentamientos.

Nuestra época no ha visto nada nuevo frente a las turbulencias del pasado. Lo peculiar, lo que no había sucedido, es esta situación de preapostasía generalizada de toda la sociedad.

El lector se preguntaba acerca de la pasividad de ciertos obispos ante los ataques a la fe por parte de algunos sacerdotes. Tiene toda la razón: ¡la fe debe ser defendida! Las omisiones, en esta materia, son pecados graves. El obispo debe vigilar para que ninguno de sus pastores siembre la semilla del error herético.

¿Antes se pecaba, pero la fe se mantenía incólume? Las malas costumbres siempre han tenido repercusión sobre la salvaguarda del tesoro de la fe.

¿En qué resumiría todo lo dicho?: Por estas tormentas ya ha pasado la Iglesia. Pero, ciertamente, estamos al borde del cisma y la apostasía.

P. FORTEA

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