La expresión de que
el sacerdote actúa In Persona Christi significa que actúa como Cristo mismo.
Por: Mons.
Carlos Briseño Arch | Fuente: vicariadepastoral.org
Hoy día, en el mundo que nos toca vivir, se ha
perdido mucho el sentido de lo sagrado. Entramos a un templo y nos cuesta mucho
leer los signos religiosos en los que nos quiere envolver un templo.
Vemos una imagen o un cuadro y nos interesa más
su antigüedad o quién lo pintó. Y, sobre todo,
si es valiosa económicamente. Más que descubrir en la obra, el mensaje de fe de
quien la hizo.
El incienso, las velas encendidas, el ornamento
de los que celebran, poco nos dicen. Todo ello es muestra de que hemos perdido
mucho el sentido de lo sagrado.
Antes se le besaba la mano al sacerdote, porque
eran manos consagradas, hoy ese signo no se entiende.
En este contexto nos cuesta mucho entender, la
expresión de que el sacerdote actúa In Persona Christi significa actúa como
Cristo mismo, nuestro Señor y Sumo Sacerdote ante Dios Padre.
Muchos sinónimos se usan para expresar esta
realidad que configura al sacerdote, por el carácter recibido en la ordenación,
así: vicem Dei, vicem Christi, in persona Dei,
gerit personam Christi, in nomini Christi, representando a Cristo,
personificando a Cristo, representación sacramental de Cristo Cabeza, etc.
La actuación del sacerdote in persona Christi es
muy singular. Específicamente la podemos ver en la consagración de la Misa.
Como las formas de los
sacramentos deben ajustarse a la realidad, la forma de la Eucaristía difiere de
los demás sacramentos en dos cosas:
1 Porque las formas de los
demás sacramentos significan el uso de la materia, como en el bautismo, la
confirmación, etc.; por el contrario, la forma de la Eucaristía significa la
consagración de la materia que consiste en la transubstanciación, por eso se
dice: "Esto es mi cuerpo" - "Este es el cáliz de mi
sangre".
2 Las formas de los otros
sacramentos se dicen en la persona del ministro ("ex persona
ministri"), como quien realiza una acción: "Yo te bautizo…" -
"Yo te absuelvo…"; o, en la Confirmación y en la Unción de los
enfermos, en forma deprecativa: "N.N., recibe por esta señal el don del
Espíritu Santo" - "Por esta Santa Unción y por su bondadosa
misericordia…", etc.
Por el contrario, la forma del sacramento de la Eucaristía se profiere en la persona de Cristo que habla, in persona Christi loquendi, dando a entender que el sacerdote ministerial no hace otra cosa más que decir las palabras de Cristo en la confección de la Eucaristía (Cf. S. Th., III, 78, 1.).
Por el contrario, la forma del sacramento de la Eucaristía se profiere en la persona de Cristo que habla, in persona Christi loquendi, dando a entender que el sacerdote ministerial no hace otra cosa más que decir las palabras de Cristo en la confección de la Eucaristía (Cf. S. Th., III, 78, 1.).
Por eso decía el gran San Ambrosio: "La consagración se hace con palabras y frases del
Señor Jesús. Las restantes palabras que se profieren alaban a Dios, ruegan por
el pueblo, por los reyes, por todos. Cuando el sacerdote se pone a consagrar el
venerable sacramento, ya no usa sus palabras, sino las de Cristo. La palabra de
Cristo, en consecuencia hace el sacramento" (De Sacramentis, L.4,
c.4.).
Hay que aclarar que como todos los sacramentos
son acciones de Cristo, algunos dicen, que el sacerdote en todos ellos obra in
persona Christi, pero, eso sólo se puede decir en sentido amplio. De hecho, el
ministro del bautismo válido y lícito, puede ser un laico, una mujer, un no
bautizado; y los ministros del sacramento del matrimonio, válido y lícito, son
los mismos cónyuges; y ninguno de los ministros mencionados de estos
sacramentos tiene el carácter que les da el poder de obrar in persona Christi.
Por otra parte, la concelebración eucarística se justifica desde el actuar de
los concelebrantes in persona Christi, dice al respecto Santo Tomás,
respondiendo a la objeción de que sería superfluo que lo que puede hacer uno lo
hicieran muchos: "Si cada sacerdote actuara con virtud propia, sobrarían
los demás celebrantes; cada uno tendría virtud suficiente. Pero, como el
sacerdote consagra en persona de Cristo y muchos son "uno
en Cristo" (Gal 3, 28), de ahí que no importe si el sacramento es
consagrado por uno o por muchos…" (S. Th., III, 82, 2, ad 2) Y no hay,
propiamente, concelebración en los otros sacramentos. Es de hacer notar que en
la concelebración "se manifiesta apropiadamente la unidad del
sacerdocio" (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 57) y, en
otro documento se enseña: "se expresa
adecuadamente la unidad del sacerdocio y del sacrificio, como también la de
todo el pueblo de Dios" (Normas generales del Misal Romano, n.
153), por razón de que los sacerdotes, debido al carácter sacerdotal, obran in
persona Christi.
Además, más adelante, agrega Santo Tomás
refiriéndose al sacramento-sacrificio: " …éste sacramento es de tanta
dignidad, que se hace en la persona de Cristo. Todo el que obra en persona de
otro debe hacerlo por la potestad que le han conferido… Cristo, cuando se
ordena al sacerdote, le da poder para consagrar este sacramento en persona de Cristo.
Así pone a éste sacerdote en el grado de aquellos a quienes dijo: "Haced esto en conmemoración mía"". (En
III, 82, 2 agrega: "El sacerdote entra a
formar parte del grupo de aquellos que en la Cena recibieron del Señor el poder
de consagrar"). "Es propio del sacerdote confeccionar este
sacramento" (Cf. S. Th., III, 82, 1). Y obrar en persona de Cristo
es absolutamente necesario para que el sacrificio de la Misa sea el mismo
sacrificio de la cruz: no sólo es necesaria la
misma Víctima, también es necesario el mismo Acto interior oblativo y el mismo
Sacerdote. Sólo así se tiene, sustancialmente, el mismo y único
sacrificio, sólo accidentalmente distinto.
El no valorar correctamente la realidad del
carácter sacerdotal que habilita para actuar in persona Christi debilita el
sentido de identidad sacerdotal, ni se ve cómo los ordenados que se vuelven
herejes, cismáticos o excomulgados consagran válidamente -aunque ilícitamente-
(Cf. I Concilio de Nicea, Dz. 55; San Atanasio II, Dz. 169; San Gregorio Magno,
Dz. 249; ver Dz. 358. 1087), al igual que el por qué el sacerdote pecador consagra válidamente. El debilitar
la importancia del obrar in persona Christi.
Todos los cristianos, los bautizados en el
Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, debemos ser otro Cristo,
vivir y actuar como Cristo, pero el sacerdote actúa de manera especialísima In
Persona Christi, Cristo mismo, cuando preside la Liturgia de la Sagrada
Eucaristía. Esto tiene una consecuencia en nuestra relación con la Eucaristía y
el sacerdote que la celebra. Vamos a la Eucaristía a encontrarnos con Cristo en
la persona del sacerdote. Por lo tanto, Cristo debe ser el motivo principal.
Cuando perdemos este aspecto, centramos la Eucaristía en la persona del
sacerdote, desvinculándola de su carácter mistérico. Centrándonos en las
cualidades físicas, de dicción o de elocuencia del que preside. De ahí la
importancia de recobrar y ayudar a los fieles a recobrar esa visión
sobrenatural de la Eucaristía. Es importante hacer un esfuerzo por descubrir, en
el sacerdote anciano, enfermo, con limitaciones de todo tipo, a Cristo que se
hace frecuente en él. Así como Cristo en el Evangelio nos invita a descubrirlo
en el que tiene hambre, sed, está desnudo , enfermo o en la cárcel…
Es cierto que es necesario que el sacerdote al
actuar In Persona Christi haga un esfuerzo en su vida personal para ser
un instrumento y mediación de amor y misericordia, convirtiéndose en
misericordia y amor con su conducta, como dijo san Agustín de Hipona.
Por ello les invito a que oremos para que todo
sacerdote vaya adelantando y perfeccionando su ser y, transparente a Cristo en
su vida.
ORACIÓN POR LOS SACERDOTES
Oración del Apóstol (s.XIV)
Cristo, no tiene manos, tiene solamente nuestras manos para hacer el trabajo de hoy.
Cristo no tiene pies, tiene solamente nuestros pies para guiar a los hombres en sus sendas.
Cristo, no tiene labios, tiene solamente nuestros labios para hablar a los hombres de sí.
Cristo no tiene medios, tiene solamente nuestra ayuda para llevar a los hombres a sí.
Nosotros somos la única Biblia, que los pueblos leen aún; somos
el último mensaje de Dios escrito en obras
y palabras.
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