De pluma ajena y a
propósito de yerbas amazónicas y cristianismos
paganos.
P. Javier
Olivera Ravasi, SE
Por
Pierre Laroche
La
Iglesia es, ante todo, una realidad de libertad: a ella se ingresa mediante la
libertad, porque nemo
credit nisi volens, y el resultado de ese ingreso es la
consolidación de la libertad, en cuanto que se confiere al creyente la libertad
de los hijos de Dios. Hijos de Dios por participación: la filiación
divina por participación no es como la filiación natural, sino que está mediada por una decisión
responsable y estrictamente personal. Por eso, ningún adulto
puede estar incluido en la Iglesia si no quiere estar incluido y por eso los infantes necesitan
inicialmente el compromiso vicario y transitorio de un adulto, el padrino, que
deberán después rubricar con la decisión personal apenas comiencen a tener uso
de razón.
Los paganos están llamados a la Iglesia en cuanto que están llamados a la conversión, es
decir, a abandonar la adoración de los
ídolos y a aceptar a Jesús, el Mesías, único salvador de todos los hombres,
hijo unigénito del eterno Padre, de la misma, única, naturaleza que el Padre, y
que con el Padre y el Espíritu Santo es un solo y único Dios, el único Dios
verdadero. De la aceptación efectiva del Mesías se sigue necesaria e
inseparablemente una serie de conductas concretas, de las cuales cabe señalar,
sobre todo y en cuanto inequívoca señal de pertenencia a la Iglesia, cuerpo
místico de Cristo, la aceptación de toda su dimensión sacramental y litúrgica y
de toda su dimensión disciplinar y pastoral.
Es por eso que ningún pagano puede ser de hecho incluido en la Iglesia mientras
no abandone sus antiguas prácticas y no acepte a Jesucristo a todos los efectos
–es decir, mientras no se convierta–. Porque no hay nada en
común entre un creyente y un no creyente, como no lo hay entre Cristo y Belial (2Cor
6,14-16). Y porque no pueden estar incluidos si no quieren estarlo.
Ponerlos, trágico remedo y vil parodia de conversión, adentro de un recinto (majestuosa
catedral, capilla, carpa, tienda, descolorido galpón tercermundista o lo que
sea) no significa para nada incluirlos en la Iglesia: antes bien, puede
significar la trágica renuncia de la Iglesia a su misión evangelizadora y
magisterial, a su noble y heroica misión de anuncio, de invitación, de llamada
y de propuesta. Estar adentro de un recinto, real o imaginario, no
es lo mismo que pertenecer al cuerpo místico de Cristo.
Asimismo, invocar la imposibilidad de conversión amparándose en presuntas
barreras culturales constituye una refinada manera de hipocresía farisaica de la más baja calaña. Curiosa situación: las
barreras culturales parecen ser muy fuertes e imposibles de franquear a la hora
de aceptar los sacramentos y la moral católicas, pero no para aceptar la
coca-cola y el fútbol, la internet y los smartphones, los ordenadores y las
notebooks, los jeans y el rock, la música-pop y los vuelos en avión. Hay que
ser muy, pero muy muy muy hipócritas, para
aceptar esto rechazando aquello.
De carácter semejante es la hipocresía que invoca la profunda e ilustrada labor
evangelizadora de la cultura que caracterizó a la vigorosa y pujante Iglesia de
los primeros tiempos, para deponer a favor del vergonzante
sincretismo propuesto por pastores
carentes de toda ilustración y más amigos del aplauso del mundo que del
testimonio martirial. Jamás la Iglesia hizo de un
ídolo pagano el término ad quem
del acto cultual y, cuando asumió
lo que podía asumir, lo hizo sin generar equívoco alguno.
La inclusión de los paganos en la Iglesia no puede consistir, jamás y bajo
ningún concepto, en que la Iglesia se convierta a los ídolos paganos y termine
por ponerlos en el mismo lugar que Cristo –generando, así, confusión en la
conciencia de los fieles y endurecimiento en la de los paganos, al
esclerotizarlos y fijarlos en sus graves errores y desvíos–. Una iglesia de
este tipo es una iglesia apóstata, que habría puesto en acto el divorcio más
grave y más profundo de toda la historia de la humanidad.
Pierre Laroche
Javier Olivera
Ravasi
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