Para perdonar
tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el
recuerdo doloroso por las palabras de Jesús.
Por: Madre Angélica | Fuente: EWTN.com
Una de las pruebas más difíciles que se enfrentan en la vida es la
constatación de que se es incapaz de perdonar a alguien que nos lastimó. Jesús
nos dio un ejemplo de esa actitud cuando relató la parábola del hijo pródigo
que malgastó su herencia.
Cuando a este joven se le acabó todo el dinero y empezó a pasar
necesidad en una tierra donde había sobrevenido un hambre extrema, decidió
volver a su padre, pedir perdón y solicitar ser tratado como a uno de sus
jornaleros. El padre misericordioso, que nunca dejó de
amar a su hijo, lo perdonó
en el acto y le devolvió su lugar en la casa, como su hijo.
Pero el hermano mayor,
que había permanecido fiel a su padre, se quejó. Estaba celoso de la fiesta que
se había organizado en honor de su hermano pródigo.
Al hermano mayor le pareció completamente injusto que su padre honrara a
ese hermano descarriado, mientras que a él nunca lo había recompensado por su
lealtad y su trabajo. En lugar de alegrarse por la conversión y el regreso de
su hermano, el mayor se irritó y se entristeció, y se negó a entrar en el
banquete.
El padre le explicó por qué debía alegrarse: porque el hijo que estaba
perdido había vuelto. En ese momento, el hermano mayor tuvo que elegir. ¿Haría caso a la súplica de su padre y se uniría a su
alegría, o se encerraría en sí mismo y en su tristeza autocompasiva? ¿Iba a
aceptar reconciliarse con su hermano, aunque no fuera más que por amor a su
padre, o se retiraría amargado y con el corazón endurecido?
Jesús no nos contó cuál fue la reacción del hermano mayor. Tal vez
quería que reflexionáramos sobre cuál sería nuestra reacción, ya que es una
opción que todos, tarde o temprano, vamos a tener que hacer.
Sea porque tenemos a un alcohólico en la familia, o un ser querido se
hace adicto a las drogas, o un cónyuge nos es infiel o un amigo nos traiciona,
todos, en algún momento, nos enfrentaremos con la opción de perdonar a quien
nos hirió, incluso si esa persona no nos pide perdón.
El único remedio veraz para curar ese tipo de sufrimiento es perdonar a
quien nos hirió. Por eso es que Jesús nos regaló el “Padrenuestro”.
Si nosotros no perdonamos a los demás, cada vez que rezamos el
Padrenuestro, ¡estamos pidiendo a Dios que no nos
perdone las ofensas que hacemos contra Él! Jesús también nos dio Su
propio ejemplo en la Cruz cuando dijo: “Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen”.
¿POR
QUÉ ES TAN DIFÍCIL PERDONAR Y OLVIDAR?
Yo lo llamo “vivir en el recuerdo”. Cuando
nuestra Fe y nuestra Esperanza son débiles, podemos vivir inmersos en un
recuerdo triste.
Durante años revivimos y reavivamos ese momento de dolor y enojo, hasta
que se nos deforma el alma y se nos endurece el corazón.
En ese estado, empezamos a justificar todas
nuestras debilidades por esa experiencia dolorosa que recordamos una y otra vez.
A esa altura, es imposible ver las propias faltas con humildad y tratar
de cambiar nuestra conducta indeseable para bien. Al final, un día nos
percatamos de que estamos atrapados en un ciclo sin fin de frustración, enojo y
tristeza.
Esa es una situación peligrosa ya que, a menos que rompamos ese patrón,
todo lo que nos suceda cada día será un recuerdo de ese incidente que nos
lastimó tanto.
La tensión va a ir en aumento hasta que la vida entera se va a ver
destruida por frustraciones que no existen. Es fácil imaginarse al hermano
mayor cargado de amargura contra su hermano descarriado durante mucho tiempo.
Si eligiera rechazar la alegría de la reconciliación y el sacrificio,
cosecharía solamente tristeza y tormentos. Se estaría cargando sobre las
espaldas ese rencor cada vez que viera a su hermano. Pero sería la opción que
él mismo escogió la que le causaría tristeza.
¿CUÁL
ES LA SOLUCIÓN? ¿CÓMO LOGRO PERDONAR?
Sin duda, perdonar no es hacer de cuenta que no tenemos problemas
ni sentimientos, ni que nunca hubo ofensa. No se pueden enterrar los
sentimientos ni los recuerdos a costa de una gran fuerza de voluntad. Eso no
sirve.
No, la respuesta requiere de un enfoque completamente distinto. Debemos
usar esos sentimientos que nos provocan dolor como una oportunidad para imitar
al Padre, nuestro Dios Compasivo, Misericordioso y Amante, que hace salir el
sol sobre justos e injustos.
Tenemos que empezar a ver lo sucedido
como algo que Él permitió que pasara para nuestra santificación, para hacernos santos según nuestra reacción ante
ese acontecimiento doloroso.
En lugar de tratar de hacer de cuenta que no nos sentimos heridos, tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el
recuerdo doloroso por las palabras de Jesús o por algún incidente de Su vida.
La memoria, una de nuestras facultades mentales, es un regalo precioso
que nos dio Dios. Pero debe ser usada correctamente. La memoria debe
considerarse un depósito tremendo donde podemos guardar todo lo que nos relatan
los Evangelios acerca de Jesús y Su vida, llenando el lugar con Oración,
Escrituras y los Sacramentos.
Cada vez que recordamos una ofensa pasada, debemos reemplazar el
recuerdo con palabras de Jesús, trayendo a la memoria los episodios en que Él
perdonó, y cómo utilizó cada oportunidad para dar Honor y Gloria a Su Padre.
Entonces, cuando aparezca un recuerdo inquietante, podemos
“cambiar de carril” hacia un pensamiento diferente: uno centrado en Jesús. Esto va a lograr que nuestra memoria
se eleve por sobre las cosas de este mundo, y empiece a vivir en la Palabra de
Dios.
Sin embargo, este proceso de sustituir un mal recuerdo por buenos
pensamientos puede utilizarse incorrectamente. Si se realiza en una esfera
completamente natural, puede ayudar a cambiar el pensamiento, pero nunca nos va
a provocar un cambio de vida que nos acerque a la unión con Dios.
Por ejemplo: un colega nos ofende con un
comentario antipático. Uno permanece callado, pero las palabras que dijo
nos queman por dentro como el fuego. Hay quienes nos aconsejarán salvar esta
situación a través del “pensamiento positivo”, o
mediante alguna técnica como la formación de una imagen mental de una flor que
flota en un lago espejado.
Esto puede cambiar el patrón de pensamiento y
calmar los ánimos, pero no nos va a hacer semejantes a Jesús.
No, no es esa la manera de proceder.
JESÚS
ES EL CENTRO DEL PERDÓN
Es Jesús quien debe ocupar el centro de nuestras
facultades mentales. Jesús es el Camino a seguir
para controlar nuestra memoria y nuestra imaginación. Es Jesús la Verdad que nos ayuda a elevar nuestro entendimiento
por encima de nuestra limitada capacidad para ver los Misterios de Dios. Y
Jesús es la Vida a través de la cual se fortalece nuestra voluntad para superar
los más grandes obstáculos.
Como cristianos, debemos luchar por vivir una vida santa, la vida de un
hijo de Dios –no simplemente una “buena” vida
como meras criaturas de Dios-.
Es solamente a través de Jesús que podemos elevarnos de una vida de
imperfección o tristeza o amargura a una vida de santidad y esperanza y
alegría.
Dios siempre saca cosas buenas de toda situación para quienes lo aman, si no en
esta vida, en la otra.
Cuando ponemos nuestra confianza en nuestro Dios Amor, todas nuestras
penurias pueden convertirse en escalones que nos lleven al Cielo.
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