jueves, 24 de octubre de 2019

DE CONVERSIONES, DE INCLUSIONES Y DE TIENDAS (A PROPÓSITO DE CRISTIANISMOS PAGANOS)



De pluma ajena y a propósito de yerbas amazónicas y cristianismos paganos.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Por Pierre Laroche
      La Iglesia es, ante todo, una realidad de libertad: a ella se ingresa mediante la libertad, porque nemo credit nisi volens, y el resultado de ese ingreso es la consolidación de la libertad, en cuanto que se confiere al creyente la libertad de los hijos de Dios. Hijos de Dios por participación: la filiación divina por participación no es como la filiación natural, sino que está mediada por una decisión responsable y estrictamente personal. Por eso, ningún adulto puede estar incluido en la Iglesia si no quiere estar incluido y por eso los infantes necesitan inicialmente el compromiso vicario y transitorio de un adulto, el padrino, que deberán después rubricar con la decisión personal apenas comiencen a tener uso de razón. 
Los paganos están llamados a la Iglesia en cuanto que están llamados a la conversión, es decir, a abandonar la adoración de los ídolos y a aceptar a Jesús, el Mesías, único salvador de todos los hombres, hijo unigénito del eterno Padre, de la misma, única, naturaleza que el Padre, y que con el Padre y el Espíritu Santo es un solo y único Dios, el único Dios verdadero. De la aceptación efectiva del Mesías se sigue necesaria e inseparablemente una serie de conductas concretas, de las cuales cabe señalar, sobre todo y en cuanto inequívoca señal de pertenencia a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, la aceptación de toda su dimensión sacramental y litúrgica y de toda su dimensión disciplinar y pastoral.

        Es por eso que ningún pagano puede ser de hecho incluido en la Iglesia mientras no abandone sus antiguas prácticas y no acepte a Jesucristo a todos los efectos –es decir, mientras no se convierta–. Porque no hay nada en común entre un creyente y un no creyente, como no lo hay entre Cristo y Belial (2Cor 6,14-16). Y porque no pueden estar incluidos si no quieren estarlo. Ponerlos, trágico remedo y vil parodia de conversión, adentro de un recinto (majestuosa catedral, capilla, carpa, tienda, descolorido galpón tercermundista o lo que sea) no significa para nada incluirlos en la Iglesia: antes bien, puede significar la trágica renuncia de la Iglesia a su misión evangelizadora y magisterial, a su noble y heroica misión de anuncio, de invitación, de llamada y de propuesta. Estar adentro de un recinto, real o imaginario, no es lo mismo que pertenecer al cuerpo místico de Cristo.
        Asimismo, invocar la imposibilidad de conversión amparándose en presuntas barreras culturales constituye una refinada manera de hipocresía farisaica de la más baja calaña. Curiosa situación: las barreras culturales parecen ser muy fuertes e imposibles de franquear a la hora de aceptar los sacramentos y la moral católicas, pero no para aceptar la coca-cola y el fútbol, la internet y los smartphones, los ordenadores y las notebooks, los jeans y el rock, la música-pop y los vuelos en avión. Hay que ser muy, pero muy muy muy hipócritas, para aceptar esto rechazando aquello.
        De carácter semejante es la hipocresía que invoca la profunda e ilustrada labor evangelizadora de la cultura que caracterizó a la vigorosa y pujante Iglesia de los primeros tiempos, para deponer a favor del vergonzante sincretismo propuesto por pastores carentes de toda ilustración y más amigos del aplauso del mundo que del testimonio martirial. Jamás la Iglesia hizo de un ídolo pagano el término ad quem del acto cultual y, cuando asumió lo que podía asumir, lo hizo sin generar equívoco alguno.
        La inclusión de los paganos en la Iglesia no puede consistir, jamás y bajo ningún concepto, en que la Iglesia se convierta a los ídolos paganos y termine por ponerlos en el mismo lugar que Cristo –generando, así, confusión en la conciencia de los fieles y endurecimiento en la de los paganos, al esclerotizarlos y fijarlos en sus graves errores y desvíos–. Una iglesia de este tipo es una iglesia apóstata, que habría puesto en acto el divorcio más grave y más profundo de toda la historia de la humanidad.
Pierre Laroche
Javier Olivera Ravasi

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