Son aquellas sobre las cuales gira toda la vida moral
del hombre.
INTRODUCCIÓN
Se llaman
cardinales porque son el gozne o quicio (cardo, en latín) sobre el cual gira
toda la vida moral del hombre; es decir, sostienen la vida moral del hombre. No
se trata de habilidades o buenas costumbres en un determinado aspecto, sino que
requieren de muchas otras virtudes humanas. Estas virtudes hacen al hombre
cabal. Y sobre estas virtudes Dios hará el santo, es decir, infundirá sus
virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo.
Mientras
en las virtudes teologales Dios ponía todo su poder sin nuestra colaboración,
aquí en las virtudes morales Dios las infundió el día del bautismo como una
semilla, pero dejó al hombre el trabajo de desarrollarlas a base de hábitos y
voluntad, siempre, lógicamente, movido por la gracia de Dios.
Estas
cuatro virtudes son como remedio a las cuatro heridas producidas en la
naturaleza humana por el pecado original: contra la
ignorancia del entendimiento sale al paso la prudencia; contra la malicia de la
voluntad, la justicia; contra la debilidad del apetito irascible, la fortaleza;
contra el desorden de la concupiscencia, la templanza.
I. LA PRUDENCIA
1. Virtud infundida por Dios en el entendimiento para
que sepamos escoger los medios más pertinentes y necesarios, aquí y ahora, en
orden al fin último de nuestra vida, que es Dios. Virtud que juzga lo que en
cada caso particular conviene hacer de cara a nuestro último fin. La prudencia
se guía por la razón iluminada por la fe.
2.
Abarca tres elementos: pensar con
madurez, decidir con sabiduría y ejecutar bien.
3. La prudencia es necesaria para nuestro obrar
personal de santificación y para nuestro obrar social y de apostolado.
4. Los medios que tenemos para perfeccionar esta
virtud son: preguntarnos siempre si lo que vamos a hacer y escoger nos lleva al
fin último; purificar nuestras intenciones más íntimas para no confundir
prudencia con dolo, fraude, engaño; hábito de reflexión continua; docilidad al
Espíritu Santo; consultar a un buen director espiritual.
5. El don de consejo perfecciona la virtud de la
prudencia
6. Esta virtud la necesitan sobre todo los que tienen
cargos de dirección de almas: sacerdotes, maestros,
papás, catequistas, etc.
II. LA JUSTICIA
1. Virtud infundida por Dios en la voluntad para que
demos a los demás lo que les pertenece y les es debido.
2. Abarca mis relaciones con Dios, con el prójimo y
con la sociedad.
3. La justicia es necesaria para poner orden, paz,
bienestar, veracidad en todo.
4. Los medios para perfeccionar la justicia son: respetar el derecho de propiedad en lo que concierne a
los bienes temporales y respetar la fama y la honra del prójimo.
5. La virtud de la justicia regula y orienta otras
virtudes: a) La virtud de la religión inclina
nuestra voluntad a dar a Dios el culto que le es debido; b) La virtud de la obediencia que nos inclina a
someter nuestra voluntad a la de los superiores legítimos en cuanto
representantes de Dios. Estos superiores son: los
papás respecto a sus hijos; los gobernantes respecto a sus súbditos; los
patronos respecto a sus obreros; el Papa, los obispos y los sacerdotes respecto
a sus fieles; los superiores de una Congregación religiosa respecto a sus
súbditos religiosos.
III. LA FORTALEZA
1. Es la virtud que da fuerza al alma para correr
tras el bien difícil, sin detenerse por miedo, ni siquiera por el temor de la
muerte. También modera la audacia para que no desemboque en temeridad.
2. Tiene dos elementos: atacar y resistir. Atacar
para conquistar metas altas en la vida, venciendo los obstáculos. Resistir el
desaliento, la desesperanza y los halagos del enemigo, soportando la muerte y
el martirio, si fuera necesario, antes que abandonar el bien.
3. El secreto de nuestra fortaleza se halla en la
desconfianza de nosotros mismos y en la confianza absoluta en Dios. Los medios
para crecer en la fortaleza son: profundo
convencimiento de las grandes verdades eternas: cuál es mi origen, mi fin, mi
felicidad en la vida, qué me impide llegar a Dios; el espíritu de sacrificio.
4. Virtudes compañeras de la fortaleza: magnanimidad (emprender
cosas grandes en la virtud), magnificencia (emprender cosas grandes
en obras materiales), paciencia
(soportar dificultades y enfermedades), longanimidad (ánimo para tender al bien
distante), perseverancia
(persistir en el ejercicio del bien) y constancia (igual que la perseverancia,
de la que se distingue por el grado de dificultad).
IV. LA TEMPLANZA
1. Virtud que modera la inclinación a los placeres
sensibles de la comida, bebida, tacto, conteniéndola dentro de los límites de
la razón iluminada por la fe.
2.
Medios: para
lo referente al placer desordenado del gusto, la templanza me dicta la
abstinencia y la sobriedad; y para lo referente al placer desordenado del
tacto: la castidad y la continencia.
3. Virtudes compañeras de la templanza: humildad, que modera mi apetito de excelencia y me pone en
mi lugar justo; mansedumbre, que modera mi apetito de ira.
CONCLUSIÓN
Estas
virtudes morales restauran poco a poco, dentro de nuestra alma, el orden
primitivo querido por Dios, antes del pecado original, e infunden sumisión del
cuerpo al alma, de las potencias inferiores a la voluntad. La prudencia es ya
una participación de la sabiduría de Dios; la justicia, una participación de su
justicia; la fortaleza proviene de Dios y nos une con Él; la templanza nos hace
partícipes del equilibrio y de la armonía que en Él reside. Preparada de esta
manera por las virtudes morales, la unión de Dios será perfecta por medio de
las virtudes teologales.
Por: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Espiritualidad Renovada
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