En
medio de un ambiente agitado, la mujer cristiana es promotora de valores.
Atrévete a vivir según tus principios.
¿No te parece que hoy priva en el ambiente una actitud intolerante hacia
la religión, curiosamente en nombre de la tolerancia? El famoso “vive y deja
vivir” sobrevive hoy como una actitud relajada ante la religión, basada
en la premisa de que sólo una espiritualidad que no exija nada es posible en la
sociedad, dispuesta a transigir en sus creencias.
Quien
mantiene convicciones religiosas profundamente arraigadas es vista como
sectaria, intolerante, fundamentalista, fanática o terriblemente
tradicionalista. Dirán que perteneces a la prehistoria; en suma, un riesgo para
la convivencia.
Analicemos
por un momento lo qué significa ser una mujer de principios, a pesar de que a
veces el entorno -tan revuelto y desorbitado- nos desoriente.
Una mujer
de principios se caracteriza por ser una mujer de convicciones profundas que no
ceden ante la moda o presión de la sociedad en la que se mueve. Su rasgo
principal es la verdadera fe, que la lleva a poner por obra el mandamiento
cristiano del amor.
Porque,
en una mujer de principios, sus convicciones son prácticas. Es decir, vive en
el mundo con naturalidad, como todas, pero con un sentido de integridad
diferente. Esto se ve, por ejemplo, en la sencillez con que viste o la
delicadeza en el trato que tiene para con los demás.
Sus
convicciones son reales, las cree, las vive y, por eso, puede transmitirlas y
enseñarlas a otros. Una mujer de principios sustenta su conducta por verdades
con las que se puede de una manera segura conducir la propia vida sin caer en
idealismos o posturas falsas.
Si como
mujer te niegas a tener una conducta que viene desde el amor y va hacia el
amor, entonces no podrás ser una mujer de encuentro, pues tu capacidad de
entrega quedará encapsulada en el egoísmo.
Esa
enseñanza del amor es la fuente de donde nacen los valores que debes promover
en tu propio ambiente. Una mujer de principios no es una fanática, es una mujer
que ama.
¿Cómo vivir esos valores, fincados en el verdadero amor, en la verdadera
caridad? Vienen a
cuento las palabras de san Pablo, custodiadas por el Magisterio de la Iglesia: “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es
envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés;
no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se
alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo
soporta. La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las
lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial
nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial”.
Por eso
el Apóstol había escrito inmediatamente antes: “aunque
hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy
como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía,
y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de
fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque
repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo
caridad, nada me aprovecha” (Cf 1 Cor 13, 1 ss).
Es
hermoso ser mujer y descubrir esa capacidad innata que tenemos para llevar el
amor, para ser mujeres valientes. El don de la vida humana es eso, un verdadero
regalo. Tú tendrás muchos sueños, pero ten presente siempre, que tus sueños han
existido mucho antes en la mente de Aquel que por Amor te creo.
La
semilla de la bondad, como diría Edith Stein, filósofa y mártir de nuestra
Iglesia, está en tu corazón y en el mío. Por eso debes de luchar por descubrir
los valores y así enseñar a los que vienen el arte de llegar a convertirse en
mujeres y hombres de principios.
Sheila Morataya
Austin, TX
sheilamorataya.co
Austin, TX
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