Doy infinitas
gracias a Dios por el don de la Fe, que es lo más grande que tenemos y
requisito indispensable, junto con las buenas obras, para alcanzar la vida
eterna. cuando la muerte llamó a su puerta: “Me voy a la nada”. ¡Qué
profunda tristeza! Me parece desgarrador que alguien pueda pensar que va a la
nada, al no ser, un viaje sin retorno a ninguna parte. Y absurdo el argumento
del ateo de que no se va a enterar. Precisamente eso es lo terrible. El que ama
la vida anhela la inmortalidad.
Siempre me
pareció apasionante la apologética y más concretamente el tema de la existencia
de Dios, del que se han ocupado tantos los santos y doctores para iluminar a
aquellos sabios según el mundo que andan en tinieblas y sombras de muerte.
D. Dante A. Urbina es un autor, conferencista, docente y
asesor-consultor especializado en temas de economía, filosofía y teología. Ha
participado en diversos debates relacionados con la existencia de Dios en
ambientes académicos contra ponentes ateos relevantes. Su libro “¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá
(y todo ateo temerá) leer” constituye un best-seller, habiendo ocupado varias
veces el 1er lugar de su categoría en Amazon. En esta
entrevista explica sus profundos conocimientos en la materia de forma sencilla
e inteligible.
Para responder esto en su
correcto contexto debemos ir a la etimología (origen) de la palabra “evidente”. Etimológicamente, “evidente” proviene del vocablo latín evidentis que
significa “que es visto enteramente”. Pero
resulta que Dios en sí mismo no puede ser propiamente visto, dado que no es un ser físico, y tampoco
puede ser abarcado enteramente por
nuestro entendimiento, dado que es infinito. En ese sentido, la Escritura -que
es pertinente citar aquí puesto que se trata de un medio católico- establece
que “a Dios nadie lo ha visto jamás” (Juan 1:18). Dicho de otro modo: la existencia de Dios no nos es evidente directamente
porque Él está en otro plano (trascendente, inmaterial, etc.).
HOMBRES DE TODO TIEMPO Y CULTURA SE HAN PLANTEADO
LA CUESTIÓN DE DIOS. ¿PUEDE EL HOMBRE CON SU SOLA RAZÓN NATURAL LLEGAR A
DESCUBRIR QUE DIOS EXISTE (TAL COMO LO DEFINE EL CONCILIO VATICANO I)?
Por supuesto. Como ya señalaba
Santo Tomás de Aquino (no puedo evitar el muy sano “vicio”
de citarlo puesto que soy filosóficamente tomista), la existencia de
Dios si bien no es directamente evidente, sí es perfectamente demostrable a
partir de cosas que nos son evidentes. Pues bien, el hombre con su razón
natural puede conocer el mundo y a partir de allí inferir la existencia de
Dios. Es decir, por medio de la inteligencia podemos deducir lo que no vemos a
partir de lo que vemos. Ese es el método aristotélico-tomista. Por tanto, está
en lo correcto el Concilio Vaticano I en afirmar que la razón natural puede
llegar a descubrir la existencia de Dios y es en ese sentido que yo fuertemente
abogo, como queda claro desde el primer capítulo de mi libro ¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo
ateo temerá) leer, por la posición teológica conocida como evidencialismo, de acuerdo con la cual la sola
razón humana puede establecer la existencia de Dios a partir de la reflexión
sobre las evidencias del mundo.
Y esto también es acorde a la
Escritura. Dice el apóstol Pablo refiriéndose a los paganos (es decir, personas
que no tienen en específico el elemento de la fe y que, por tanto, solo cuentan
con la razón natural): “Lo que de Dios se puede
conocer, ellos lo conocen muy bien, porque Él mismo lo ha mostrado; pues lo
invisible de Dios se puede llegar a conocer si se reflexiona en lo visible que
Él ha hecho” (Romanos 1:19-20). Ergo, el método tomista (que es el
que sigo en mi mencionado libro) es perfectamente bíblico: se reflexiona (filosóficamente) sobre lo visible (el
mundo) para inferir lo invisible (Dios). En suma, racionalmente podemos
llegar al Creador a partir de la creación. Y digo aquí “creación”
no porque cometa una falacia de petición
de principio (en mi libro, que es
eminentemente filosófico, jamás parto
de atribuir la cualidad de “creación” para
hacer inferencias, sino que parto de términos neutros como “seres”, “universo”, “mundo”, etc.) sino
simplemente porque, siendo este un medio católico, el hablar de “creación” sería ya parte de un “lenguaje común compartido”. Cabe hacer esta
aclaración pues ya ha habido quienes han distorsionado declaraciones mías de
este tipo sacándolas de contexto (fácil es atacar cuando no se enfrentan
propiamente mis argumentos sino a distorsiones o ridiculizaciones de los
mismos; pero “la mentira tiene patas cortas”
y aquí estoy para dejarlo en evidencia).
¿POR QUÉ, EN LA PRÁCTICA, HOY EN DÍA ESTO
(DESCUBRIR LA EXISTENCIA DE DIOS POR MEDIO DE LA RAZÓN) SE HA HECHO TAN
DIFÍCIL?, ¿REALMENTE QUÉ ES LO QUE IMPIDE CREER AL HOMBRE MODERNO?
Para ponerlo en términos
simples y directos: lo que principalmente impide creer al hombre moderno es su
contexto, es decir, la modernidad misma. Aquí hay que precisar que por modernidad no me refiero a la acepción
tecnológica del término (en el sentido de que ahora tenemos televisores,
computadoras, etc.) sino a la sociológica, según la cual correspondería al tipo
de civilización e ideología que viene a partir del humanismo del siglo XVI,
donde se pasa de una concepción teocéntrica (Dios en el centro) a una
concepción antropocéntrica (el hombre en el centro). No se trata propiamente de
la era de la razón, como pretenden los modernos, pues también en la Edad Media
había razón, en armonía con la fe. Se trata más bien de la era de la razón en ruptura con la fe. En ese contexto, nacen
ideologías como el liberalismo, el marxismo, el positivismo, etc. Y luego la
razón, loca sin la fe, termina suicidándose. Así la razón termina en el
irracionalismo, negando que en esencia o en última instancia pueda haber ser,
verdad, bien… todo es relativo. Eso es lo que se llama postmodernidad y esa es la trágica época en la
que vivimos. Y la postmodernidad, aparte de su propia enfermedad, acumula de
modo sui generis todas las enfermedades de la modernidad.
En ese contexto, cuando
alguien nace en la actualidad, no nace en un contexto “amigable
a la fe” (como en la Edad Media) ni tampoco en uno neutro donde pudiera
usar sin prejuicios su sola razón natural para dilucidar la cuestión de la
existencia de Dios, sino en un contexto sumamente hostil a la fe donde
eslóganes como “todo es relativo”
(relativismo), “sé libre y haz lo que quieras” (liberalismo),
“la religión es el opio del pueblo”
(marxismo), “solo el conocimiento científico es
válido” (positivismo), etc. son algo ya insertado en la mentalidad
social. Así que aquí el enemigo para la fe no es la razón sino el contexto
cultural contrario a la fe. Y eso está incorporado en la mente de las personas
sin necesidad de que lo sepan conscientemente (por ejemplo, se escucha a
adolescentes diciendo que “Todo es relativo” sin
que conozcan nada sobre el desarrollo filosófico e histórico del relativismo).
He ahí el gran poder de las ideologías: que pueden moldear nuestras mentes sin
que seamos lo sepamos. Por tanto, un apologista efectivo tiene que ser muy
consciente de esta situación y saber tratar con ello frente a personas
concretas. Y precisamente a eso va mi próximo libro de apologética, que
publicaré este año: a mostrar cómo realizar una apologética efectiva “en tiempo real” frente a personas de las más
distintas posiciones (ateos cientificistas, ateos emocionales, agnósticos
abiertos, agnósticos cerrados, creyentes con dudas, etc.).
¿PODRÍA EXPLICAR LAS CINCO VÍAS DE SANTO TOMÁS DE
AQUINO DE LA FORMA MÁS SENCILLA Y BREVE POSIBLE?
Difícil tarea teniendo en
cuenta que hay varios que, deshonestamente, en lugar de interactuar con mis
argumentos tal como están desarrollados con detalle y profundidad en mi obra,
toman las versiones más simplificadas que de los mismos doy en entrevistas y,
como si eso no bastara, distorsionan y sacan de contexto lo que digo. Pero allí
va: 1) Vemos que en el mundo hay movimiento, relaciones
de causa-efecto, seres que dependen de otros para existir, distintos grados de
perfección, y orden; 2) Todo ello requiere de un
sustento ontológico; 3) Pero no es factible una
cantidad infinita de seres que se muevan unos a otros, se causen unos a otros,
garanticen la existencia de otros, fundamenten la perfección de otros, o den su
orden a otros, pues actualmente vemos efectos terminados y, en cambio, un
proceso infinito no puede haber terminado; por tanto, se requiere de un ser que
sea el Primer motor, la Causa incausada, el Ser subsistente, la Perfección
pura, y el Sumo Ordenador; 4) Este ser se
corresponde unívocamente con Dios; 5) Luego,
Dios existe. Eso dicho de forma en extremo resumida y simplificada. Por tanto,
si alguien quiere poner objeciones a esto de modo serio tendrá primero que ir a
mi obra donde lo desarrollo con detalle y respondo directamente a múltiples
objeciones de filósofos y científicos como David Hume, Immanuel Kant, Arthur
Schopenhauer, Bertrand Russell, Richard Dawkins, Stephen Hawking, Graham Oppy,
etc.
¿CUÁLES SERÍAN OTROS CAMINOS PARA LLEGAR A LA
EXISTENCIA DE DIOS?
Bueno, aparte de las cinco
vías de Santo Tomás de Aquino hay quienes plantean otros argumentos como el
ontológico (San Anselmo, Descartes, Alvin Platinga) o el moral (William Lane
Craig, Paul Copan), pero personalmente considero -junto con Aquino- que el “argumento ontológico” no llega a ser probatorio y
tengo mis dudas sobre la estructura del “argumento
moral”. Mis razones al respecto están explicitadas en mi libro ¿Dios existe?
Ahora bien, más allá de los
argumentos, otra vía para llegar a la existencia de Dios es, por supuesto, la
experiencia personal. Muchísimas personas ni siquiera conocen los argumentos
racionales a favor de la existencia de Dios, pero aun así llegan a conocerlo a
través de la experiencia personal (de índole espiritual, evidentemente). Dicha
experiencia personal no sirve intersubjetivamente para convencer a otros de la
existencia de Dios pues es eso, personal, y, por tanto, no directamente transmisible; pero
sí sirve subjetivamente para que el
creyente tenga certeza propia sobre la existencia de Dios. Así que el creyente,
incluso desde su conocimiento limitado, puede llegar a tener conocimiento personal de la existencia de Dios a partir de una
experiencia espiritual directa (para el convencimiento interpersonal sí se requeriría de los
argumentos basados en la sola razón natural). El ateo, en cambio, está en una
situación muy distinta pues para tener propiamente un conocimiento de la (supuesta) “no-existencia de Dios”, al plantear un negativo
absoluto (“Dios no existe”), requeriría
primero haber explorado absolutamente todos los planos y dimensiones de toda la
realidad.
Alguno ha atribuido “deshonestidad intelectual” a este planteamiento
mío como si diera una ventaja arbitraria a los creyentes frente a los ateos.
Pero eso simplemente demuestra que donde hay deshonestidad (o falta de
comprensión) es en el otro lado. Primero, porque en el plano de la argumentación intelectual yo no establezco
ninguna ventaja a priori para los creyentes, sino que defiendo fuertemente
que tanto ateos como creyentes deben partir de cosas de razonable conocimiento
general (por ejemplo, las relaciones de causalidad) y a partir de allí
justificar todos sus pasos deductivos para llegar a la existencia o no
existencia de Dios. Por supuesto, considero que la postura teísta es la más
razonable, pero esa es una ventaja que establezco a
posteriori, no a priori (demostración clara de ello es que comencé siendo ateo). En donde considero que
hay asimetría es más bien en el conocimiento
personal, que se trata de algo distinto y que no uso para
argumentar. Y eso no por una cuestión arbitraria sino por la naturaleza misma de las cosas. Para que
todos lo entiendan fuera de prejuicios, pondré una analogía. Si alguien quiere
afirmar que existe alguien llamado “Dante Urbina”
basta con que me conozca sin necesidad de que explore absolutamente todos los
registros de nombres de todos los países. En cambio, si alguien hace la
afirmación en términos de negativo universal “No
existe alguien llamado Dante Urbina”, para afirmarlo propiamente con conocimiento tendría
necesariamente que revisar todos los registros de nombres de todos los países y
estar también seguro de que absolutamente todos los nombres de personas
existentes constan en dichos registros. Como dije, no es deshonestidad, ¡es la naturaleza de las cosas! Ya si alguien
quiere cerrar su mente al razonamiento y al sentido común es otra historia…
Javier Navascués
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