Un factor
que suele entrar en juego en el mundo del amor son los sentimientos. Muchas
veces, se los suele confundir con el amor, especialmente en las primeras etapas
de una relación, en las que uno “se siente
enamorado”. Pero amor y enamoramiento no son lo mismo, y de eso se ocupa
el post de hoy.
ENAMORAMIENTO
Y AMOR
Los
sentimientos son importantes en orden a que surja el amor, pero no se
identifican con él. En efecto, el amor es principalmente una decisión: la decisión de buscar el bien de la otra persona.
Los sentimientos, en cambio, escapan al control de uno: uno no elige de quién se enamora. El enamoramiento no es un
interruptor que uno puede encender o apagar a voluntad. Uno no puede evitar que
le guste la manera de ser de tal persona, como tampoco es fácil dejar de sentir
cosas por esa persona cuando la relación llegó a su fin.
Enamoramiento
y amor no se identifican, sino que el primero suele ser un paso para llegar al
segundo. En efecto, el hecho de sentir cosas fuertes por una persona puede
hacer que sea más fácil tratar de buscar en todo su bien —que es lo propio del
amor. Y como muchas veces van juntos —especialmente en los inicios de una
relación—, se suele confundir los sentimientos con el amor. Pero quienes han
estado en una relación larga saben bien que los sentimientos fluctúan, y hay
momentos en los que uno puede sentir más o menos cosas, o no sentir nada en
absoluto. Y esto no necesariamente significa que se haya terminado el amor.
SENTIMIENTOS
ADVERSOS
Con lo
dicho hasta el momento, no se trata de plantear una relación ideal desprovista
de sentimientos. Tal relación simplemente no sería humana. Lo que sí es
importante es entender que los sentimientos son algo sobre lo que uno no tiene
un control directo, y por eso es un riesgo basar en ellos una relación. En
cambio, el amor entendido como la decisión de buscar el bien de la otra persona
entregándose a ella es algo que uno puede sostener, incluso cuando los
sentimientos momentáneamente se han ido.
Más aun,
muchas veces el amor se manifiesta auténticamente no ya en la ausencia de
sentimientos, sino cuando los sentimientos hacia la otra persona no son
favorables. Esto puede ocurrir, por ejemplo, después de una discusión o una
pelea, o incluso cuando la otra persona hace cosas que hacen daño, como una
infidelidad o una traición. En estos momentos se ve si uno es capaz de seguir
amando —buscando lo mejor para la otra persona—, o si acaso se deja llevar por
el enojo, o el deseo de revancha.
LO
MEJOR PARA LOS DOS
Un
énfasis desmedido en los sentimientos puede hacer que, aun estando en una
relación, uno termine encerrándose en sí mismo. En efecto, cuando uno está con
otra persona por lo bien que se siente estando con ella, en el fondo, el centro
está puesto en uno mismo, y en el bien que la otra persona le puede hacer a
uno. No deja de ser una manera egoísta de encarar la relación, que puede
derivar en una suerte de instrumentalización del otro en orden a buscar el
propio bien.
En
cambio, una relación que se encara desde el amor está llamada a poner el bien
de la otra persona en el centro: “En todo lo que
hago, busco tu bien”. Pero no se trata tampoco de renunciar al bien
propio, pues la búsqueda del bien de la otra persona está llamada a ser
recíproca: “yo busco tu bien y tú el mío”. Más
aún porque, cuando uno ama, uno es feliz cuando la otra persona también lo es: “me hace bien buscar tu bien”. Y así, esta actitud
de apertura y entrega al otro, en la medida que es compartida, hace que la
búsqueda del bien de la otra persona se dé dentro de un marco más amplio: la
búsqueda del bien de ambos. “En todo lo que
hacemos, buscamos lo que sea mejor para los dos.”
Publicado originalmente en AmaFuerte.com.
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