lunes, 17 de diciembre de 2018

XLVIII. LOS ÁNGELES EN LA VIDA DEL HOMBRE


527. ––Descritas las funciones de los nueve órdenes o coros angélicos, el Aquinate pasa a examinar las de las almas espirituales humanas, las otras substancias intelectuales, que son incompletas, porque deben estar unidas a un cuerpo, para disponer del conocimiento sensible para entender. Comienza con esta indicación: «Las almas humanas ocupan el último lugar entre las demás substancias espirituales, porque, según se dijo (III, c. 80), en su primera disposición, asumen un conocimiento general del orden de la providencia; y para que el alma tenga un conocimiento perfecto del orden en cuanto a lo singular, es necesario que parta de las cosas mismas, en las cuales ya está establecido particularmente dicho orden providencial. De ahí la necesidad de que constase de órganos corporales mediante los cuales pudiese obtener el conocimiento de las cosas». ¿Este modo de conocer les basta a los hombres para conocer el orden de la providencia sobre ellos y sobre las otras cosas?
––A los espíritus humanos, su inteligencia no les es suficiente para conocer la providencia de Dios, porque: «dada la debilidad de su luz intelectual, las almas humanas no pueden alcanzar de las cosas un conocimiento perfecto de cuanto se refiere al hombre, si no son ayudadas por los espíritus superiores, porque es exigencia de la providencia divina que los espíritus inferiores adquieran su perfección por los superiores, como se demostró (III, c. 79)»[1].
Había indicado Santo Tomás, en el capítulo anterior, que: «entre todos los poderes angélicos ordenados es común que los inferiores obren en virtud de los superiores. Por ello, se dijo que pertenece al orden de los serafines que los inferiores desempeñen sus funciones en virtud de los mismos». De ahí que los órdenes o coros de los principados, arcángeles y ángeles, de la última jerarquía, según la exposición del Pseudo-Dionisio, sean los que influyan en los hombres.
No obstante, tqal como también advierte Santo Tomás, según San Gregorio Magno, que se ocupa también de las funciones de los ángeles: «San Gregorio distribuye de otra manera el orden de los espíritus celestes»[2].
En la suprema jerarquía, San Gregorio coloca los mismos órdenes que el Pseudo-Dionisio. Sostiene que son, como primer orden: «los Serafines, aquellos ejércitos de ángeles que por su particular aproximación a su Creador, arden en un amor incomparable». Sobre el segundo, que: «los Querubines son llamados también plenitud de ciencia; y estos muy excelsos ejércitos de ángeles son llamados Querubines, porque cuanto más de cerca contemplan la claridad de Dios, tanto más llenos están de una ciencia más perfecta». Por último, que: «se llaman Tronos aquellos ejércitos de ángeles en los cuales Dios omnipotente preside el cumplimiento de sus decretos; porque en nuestras lengua llamamos Tronos a los asientos, se han llamado Tronos de Dios a los que tan llenos están de la gracia divina, que en ellos se asienta Dios y por ello decreta sus disposiciones».
En la jerarquía media, sitúa también las Dominaciones: «los ejércitos de los ángeles que sobresalen por su extraordinario poder, en cuanto tiene sujetos a su obediencia a los demás». En lugar de las Virtudes, coloca a los Principados –a los que el Pseudo-Dioniso ponía en el primer lugar de la siguiente jerarquía–, porque considera que: « presiden a los otros espíritus buenos de los ángeles, los cuales ordenan a los otros que les están sujetos lo que deben hacer; y son los que presiden en el cumplimiento de las divinas disposiciones». Finalmente están as Potestades, que son los ángeles que: «han recibido mayor poder para tener sometidos a su potestad los poderes adversos, a los cuales reprimen para que no tienten cuanto pueden a las almas de los hombres».
En la jerarquía inferior, en lugar de los Principados, aparecen, en primer lugar, las Virtudes, porque afirma que: «se llaman Virtudes aquellos espíritus por medio de los cuales se obran más frecuentemente los prodigios y milagros»[3]. Comenta Santo Tomás que: «según San Gregorio, son los espíritus destinados a ciertas operaciones particulares, cuando en algún caso especial es preciso obrar milagrosamente al margen del orden general»[4].
Sobre los Arcángeles y Ángeles que les siguen, indica San Gregorio que: «los que anuncian las cosas de menor importancia se llaman Ángeles, y los que anuncian de mayor importancia, Arcángeles. De ahí que a María se le manda no un ángel cualquiera, sino el arcángel San Gabriel; pues justo era que para este ministerio viniese un ángel de los más encumbrados, puesto anunciaba la mejor de todas las nuevas»[5].
528. ––El hombre está a un nivel inferior al último coro u orden de la ínfima jerarquía angélica. De manera que, en cuanto a sus funciones, en las que se han sido revestidas por las que se distinguen los órdenes angélicos, afirma el Aquinate: «El ínfimo ángel es superior al supremo hombre de nuestra jerarquía, según lo que se dice en el Evangelio: «el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él» (Mt 11, 11), esto es San Juan Bautista, «mayor que el cual no ha aparecido entre los nacidos de mujer» (Mt 11, 11)»[6]. ¿Por qué, entonces, dice Cristo que los resucitados «serán como ángeles de Dios en el cielo»[7]?
––Como ya ha explicado: «los órdenes de los ángeles se distinguen tanto según la condición de la naturaleza, como según los dones de la gracia». Si se tiene en cuenta sus dones naturales: «es evidente que los hombres no pueden de ningún modo pasar a los órdenes de los ángeles, porque permanecerá siempre la distinción de naturalezas». Todos los ángeles tienen una naturaleza superior al hombre y, por ello, sus dones naturales también.
Sin embargo, no ocurre así con los dones de la gracia. Como «en último término el orden (angélico o coro) es aquello que procede de la gracia, que depende de la liberalidad de Dios y no de la naturaleza», los hombres pueden recibir más gracia que las que poseen los órdenes angélicos. Por consiguiente: «Pueden los hombres merecer, mediante los dones de la gracia, tanta gloria que vengan a igualarse con los ángeles en cualesquiera de los grados angélicos; lo cual es ser elevados los hombres a los órdenes de los ángeles»[8].
Esta conclusión de Santo Tomas revela el gran valor que da a la gracia, que se concede al hombre –a pesar de su inferior naturaleza– y de la misericordia divina con él. De manera que: «la gracia se da a los ángeles en proporción de sus dones naturales; no así a los hombres. Y, por tanto, como los ángeles inferiores no pueden pasar al grado natural de los superiores, así tampoco al gratuito. Los hombres empero, pueden ascender al gratuito, aunque no al natural»[9]. Pueden así quedar al mismo nivel que los órdenes de los ángeles, e incluso ser elevados sobre todos ellos, como la Virgen María.
529. ––Con respecto a la acción de los ángeles sobre los hombres, escribe el Aquinate: «perteneciendo al orden de la divina providencia que los seres inferiores estén sometidos a la acción de los superiores, los hombres, que son inferiores a los ángeles, son iluminados por éstos, como los mismos ángeles inferiores son iluminados por los superiores». ¿En qué consiste y cómo se realiza esta iluminación?
––Aunque los ángeles superiores iluminan a los inferiores y los ángeles pueden iluminar al hombre: «el modo de una y otra iluminación en parte es semejante y en parte diverso». El motivo es porque: «la iluminación, que consiste en la manifestación de la verdad divina, se puede considerar bajo dos aspectos, que son en cuanto que el entendimiento inferior es fortalecido por la acción del entendimiento superior; y en cuanto que las especies inteligibles que están en el entendimiento superior se acomodan al entendimiento inferior para poder ser captadas por éste».
Esto último ocurre en los órdenes angélicos del modo siguiente: «el ángel superior divide la verdad universal concebida por él, adaptándola a la capacidad del ángel inferior». En cambio, en los hombres su entendimiento: «no puede captar la verdad en la inteligibilidad pura de ésta, por ser connatural entender por medio de imágenes». Ello explica que: «los ángeles propongan a los hombres las verdades inteligibles bajo semejanzas de cosas sensibles»[10].
De ahí que –como indica seguidamente Santo Tomás– diga el Pseudo-Dionisio que: «no es posible que el Rayo divino nos ilumine si no está espiritualmente encubierto en la variedades de sagrados velos y la providencia paternal de Dios le ha acomodado a nuestra forma natural y propia»[11]. Estos velos son las «composiciones de las Sagradas Escrituras», que se «valen de imágenes sensibles»[12].
Además de recibir este segundo aspecto de la iluminación: «el entendimiento humano, como inferior, es fortalecido por la acción del entendimiento angélico». Por consiguiente: «según estos dos aspectos se ha de entender la iluminación mediante la cual el hombre es iluminado por el ángel»[13], y el último del modo especial indicado, que no se da entre los ángeles.
Dado que los ángeles no pueden penetrar en el entendimiento del hombre, lo hacen indirectamente por medio de su actuación en su imaginación. Sin embargo, al igual que: «no todo el que entiende alguna verdad sabe lo que es el entendimiento, que es el principio de la operación intelectual, no todo el que es iluminado por el ángel se da cuenta de que es iluminado por él»[14] .
En la Escritura, se cuentan casos en los que la iluminación sensible se manifiesta claramente. Así le ocurrió a Abraham, a quien: «el ángel del Señor grito desde el cielo, diciendo: «Abraham, Abraham»[15]. También el del patriarca San José se dice que: «he aquí que un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto; estate allí hasta que yo te lo diga, porque Herodes buscará al niño para matarle»[16].
530. ––¿Los ángeles pueden obrar también en la voluntad de los hombres?
––En la Suma teológica, Santo Tomás expone sobre esta cuestión la siguiente doctrina: «La voluntad del hombre puede ser movida de dos modos. El uno, desde dentro de ella misma; y de este modo, como el movimiento de la voluntad no es otra cosa que una inclinación de la misma hacia el objeto querido, sólo Dios es capaz de moverla, por ser Él quien da a la naturaleza intelectual el poder de tal inclinación; pues, como la inclinación natural no procede sino de Dios, que da la naturaleza, así la inclinación voluntaria no viene más que de Dios, que es causa de la voluntad»[17].
Esta acción de Dios no es una imposición o coacción, porque: «Se entiende que es coaccionado lo que es movido por otro cuando es movido contra su propia inclinación; pero si es movido por otro que le da la propia inclinación no se dice que haya coacción; como no es violentado el cuerpo grave al ser movido hacia abajo por el que le impele. Entiéndase, pues, que Dios al mover la voluntad, no ejerce sobre ella coacción alguna, ya que es Él quien le da su propia inclinación»[18].
Añade Santo Tomás que: «El otro modo de inmutarse la voluntad es por algo que esta fuera de ella». En cuanto a este medio, que le queda al ángel para cambiar la voluntad humana, observa que: «no puede hacerse por el ángel más que de un modo, a saber, mediante la aprehensión del bien por el entendimiento; de donde se sigue que, en cuanto es posible ser causa de que algo se conciba por el entendimiento como bueno para ser apetecido por la voluntad, en tanto se puede mover la voluntad de este modo».
Nota Santo Tomás que de este modo externo «sólo Dios es capaz de mover eficazmente la voluntad». Sin embargo, el ángel le queda otra manera de este segundo modo, porque: «el ángel y el hombre pueden moverla por persuasión» o por convencimiento.
Todavía puede hacerlo también una segunda manera del modo externo a la voluntad, porque: «queda otro modo exterior por el que puede la voluntad del hombre ser movida, que es por la pasión del apetito sensitivo; así se inclina la voluntad, por ejemplo, cuando quiere algo a impulsos de la concupiscencia o de la ira». De esta manera: «también de este modo puede el ángel mover la voluntad, en cuanto puede excitar tales pasiones; sin que pueda llegar nunca, sin embargo, a rendirla así por fuerza, puesto que la voluntad permanece siempre libre para consentir o para resistir a la pasión»[19]. Ni las propias, pasiones o los ángeles pueden impedir la libertad humana. Sólo Dios puede cambiar la decisiones de la voluntad libre, interiormente y ello sin quitar su condición libre, tal como la ha creado.
531. ––Según el Aquinate: «No se puede negar que, respecto al obrar, el conocimiento y afecto del hombre pueden variar mucho y apartarse del bien. Por tanto, fue necesario que se destinasen ángeles para la guarda de los hombres, por los cuales fuesen éstos dirigidos y movidos hacia el bien». ¿No es la gracia de Dios la que guarda al hombre, porque le tiene que dirigir y mover el ángel hacía el bien?
––Se necesita la gracia de Dios y también la guarda y custodia de los ángeles, ministros de Dios, que se encargan de transmitir y ejecutar la Providencia divina a cada hombre para protegerle. La razón que da Santo Tomás es la siguiente: «para obrar bien se necesitan dos cosas. Primeramente, que el afecto esté inclinado al bien: lo cual hace en nosotros el hábito de la virtud moral. En segundo lugar, que la razón dé con los medios más convenientes para obrar el bien de la virtud; lo cual atribuye Aristóteles a la prudencia».
Respecto a la primera: «Dios guarda inmediatamente al hombre, infundiéndole la gracia y las virtudes». En cuanto a la segunda: «Dios guarda al hombre a modo de maestro universal, cuya instrucción llega al hombre por mediación de los ángeles»[20].
Recuerda Santo Tomás que: «El hombre se encuentra en la vida presente como en un camino por el que ha de marchar hacia su patria. En este camino le amenazan muchos peligros, así interiores como exteriores, según lo que se dice en los Salmos: «En la senda por donde voy me han escondido una trampa» (Sal 141, 4). Y por eso así como a los que van por caminos inseguros se les da guardias, así también a cada uno de los hombres, mientras camina por este mundo, se le da un ángel que le guarde. Pero, cuando haya llegado al término de este camino, ya no tendrá ángel custodio, sino que tendrá en el cielo un ángel que con él reine o en el infierno un demonio que le torture»[21].
Todo hombre, aunque no haya recibido el bautismo, tiene un ángel de la guarda. Lo necesita tanto por la situación de la libertad de su voluntad, como por la de su conocimiento racional En cuanto a lo primero, porque: «mediante el libre albedrío puede el hombre evitar el mal hasta cierto punto, pro no indefectiblemente; porque sus múltiples pasiones le debilitan el afecto hacia el bien».
En cuanto a lo segundo, porque: «el conocimiento universal de la ley natural, que posee el hombre naturalmente le encamina de algún modo hacia el bien, pero tampoco indefectiblemente, porque al aplicar los principios universales del derecho a los casos particulares, sucede que comete el hombre muchos errores. Por lo cual, se dice en el libro de la Sabiduría: «los pensamientos de los hombres son inciertos e inseguras nuestras decisiones» (Sab 9, 14)». Por estos dos motivos puede asegurarse que: «es necesaria para el hombre la custodia del ángel»[22].
No obstante, al igual que se pueden poner obstáculos a la gracia de Dios, también se puede hacer ineficaz la protección del propio ángel de la guarda. Además: «Así como por el afecto al pecado se apartan los hombres del instinto natural al bien, así pueden también desoír las inspiraciones que los ángeles buenos les dan invisiblemente. Iluminándolos para obrar bien. De ahí que el perderse de los hombres no se ha de atribuir a negligencia de los ángeles, sino a la malicia de los hombres»[23].
532. ––¿Se puede comprobar la utilidad que tiene para cada uno de los hombres la guarda de los ángeles?
––Sobre los ángeles custodios, se lee en el Catecismo romano, que recoge esta doctrina tomista: «con su protección nos libramos diariamente de muy grandes peligros, a sí espirituales como corporales, aunque no se manifiesten a nuestra vista»[24].
Escribe Santo Tomás que: «La función de custodiar se ordena, efectivamente, a la ilustración doctrinal, como a su último y principal efecto; pero tiene además otros muchos efectos, que no se excluyen de los niños, tales como reprimir a los demonios e impedir otros daños así espirituales como corporales»[25].
Cuando Santo Tomás escribió esta cuestión, seguro que tenía presente por lo menos una aparición de los ángeles, que vivió unos veinte años antes. El suceso ocurrió en el castillo de Montesangiovani, en su habitación. Después de vencer una tentación, provocada por sus hermanos, que le retenían para que desistiera de su vocación dominicana, los ángeles le concedieron, de parte de Dios, el don de permanecer durante toda su vida, inmune a los movimientos de la carne como ellos[26]. No es extraño que Santo Tomás precisara, después del último texto citado: «El que alguna vez se aparezcan los ángeles visiblemente a los hombres, fuera del curso ordinario, es por una gracia especial de Dios; como suceden también los milagros fuera del orden de la naturaleza»[27].
Respecto a la razones que llevan a comprender su gran utilidad, en el Catecismo romano, también según la doctrina de Santo Tomás, se dice: «De cuán gran utilidad sea el cuidado y la providencia singular de Dios sobre los hombres, cuyo cargo y ejecución se encomendó a los Ángeles, de los cuales es propio ser medianeros e interponerse entre Dios y los hombres, se evidencia por los ejemplos en que abundan las Sagradas Letras, los cuales afirman haber hecho muchas veces la divina Clemencia que, a la vista de los hombres, ejecutaran los ángeles cosas admirables, para que por ellas dedujésemos que los Ángeles custodios de nuestra salvación hacen útil y saludablemente muchísimas otras obras, que no son físicamente visibles».
Uno de los ejemplos, que se encuentra en el Antiguo Testamento, que se explica, es el siguiente: «El ángel San Rafael, designado por Dios a Tobías por compañero y guía de su viaje, le condujo y trajo sano, a quien sirvió también de auxilio para no ser devorado por un pez disforme, y le descubrió cuanta virtud había en el hígado, la hiel y en el corazón de aquel pez. El lanzó al demonio, y, reprimido y aniquilado de su poder, hizo que no dañase a Tobías; él enseñó al joven el verdadero y legítimo derecho y uso del matrimonio; él restituyo la vista a su padre Tobías, que estaba ciego»[28].
Con la cita de otro ejemplo, pero del Nuevo Testamento, presenta: «al Ángel llenando de resplandor la obscuridad de la cárcel; como despierta a San Pedro tocándole de un costado, rompiéndole las cadenas e instándole a que se levantase, y que, poniéndose las sandalias y demás vestidos, le siguiese; pudiendo también referir que, después de haber el mismo ángel sacado sano a San Pedro por entre los guardias y de haber abierto, en fin, la puerta de la ciudad, le puso en salvo»[29].
533. ––¿A todos los hombres se les proporciona un ángel de la guarda? ¿En qué momento de su vida?
––Todo hombre, sea cristiano o no, afirma Santo Tomás que un ángel propio. De manera que: «ángeles diversos están destinados a la custodia de los diversos hombres custodiados. La razón de esto es porque la guarda angélica es una ejecución de la divina Providencia sobre los hombres. Más la providencia que Dios tiene sobre los hombres es distinta de la que tiene sobre las otras criaturas corruptibles, por tener el hombre y las demás criaturas distinta relación a la incorruptibilidad; pues los hombres no sólo son incorruptibles en cuanto a su especie común, sino también en cuanto a sus propias formas singulares, que son las almas racionales; lo cual no puede decirse de las otras cosas corruptibles»[30].
Insiste Santo Tomás en que absolutamente todos los hombres tienen un ángel de la guarda, porque: «Así como los réprobos y los infieles incluso el anticristo no están privados del auxilio exterior de la razón natural, así tampoco están privados del auxilio exterior, concedido por Dios a toda la naturaleza humana, es decir, la guarda angélica. Y aunque este auxilio, de hecho, no les sirva para conseguir mediante sus buenas obras la vida eterna, les sirve, no obstante, para apartarse de ciertos males con que podrían perjudicar a sí mismos y a otros; porque incluso los mismos demonios son reprimidos por los ángeles buenos para que no hagan todo el daño que quisieren, e igualmente no será permitido al anticristo hacer tanto daño como pretenderá»[31].
En cuanto al tiempo de su custodia, frente a algunos que afirmaban que comienza con el bautismo, argumenta Santo Tomás: «Ciertamente que los beneficios conferidos por Dios al hombre en cuanto que es cristiano, comienzan desde el momento del bautismo, como el poder recibir la Eucaristía y otros semejantes; más los que Dios le otorga en atención a su naturaleza racional, se le confieren desde el momento en que al nacer recibe la naturaleza. Según lo dicho, el beneficio del ángel custodio pertenece a la segunda clase. Luego desde el momento mismo de nacer tiene el hombre asignado su ángel custodio»[32].
Incluso en una de sus primeras obras había sostenido Santo Tomás que: «Los niños en el seno materno no reciben los sacramentos de la Iglesia, porque no están sometidos a las acciones de los ministros, pero sí están sometidos a las obras de Dios y de los ángeles, y por eso se les asigna un ángel custodio desde la infusión del alma racional, por medio del cual se impide el poder del demonio para dañarlos, y por causa de los muchos impedimentos, por los cuales su complexión se pueda deteriorar, como es inclinarlos más al pecado, o acabárseles la vida. Y en esto también sirven a los niños nacidos, aunque no los iluminen»[33].
Después, en la Suma teológica, parece que cambió de parecer, por la siguiente razón: «Mientras el niño está en el útero materno, no es totalmente algo separado de la madre, sino que por virtud de cierto ligamen continúa siendo en algún modo algo de ella, como es algo del árbol el fruto que de él pende. No es, pues, improbable que el mismo ángel custodio de la madre guarde también a la prole que ésta lleva en su seno. Más, cuando al nacer se separa de la madre, se le asigna su propio ángel custodio»[34].
534. ––¿Cuándo termina la custodia del ángel de la guarda a su custodiado?
––La custodia del ángel de la guarda permanece durante toda la vida temporal del hombre y finaliza cuando el hombre llega a su vida eterna. Por ello, puede pensarse que su función principal de ilustrar sobre los misterios de Dios y de la salvación se da también en el purgatorio, y asistiendo además a su custodiado con el consuelo, como se cree piadosamente que también hace la Virgen María, su reina.
Cuando termina el ángel su misión con el hombre que se le ha asignado, no parece que Santo Tomás crea que Dios les encomiende la custodia de otro, porque escribe: «Aunque después del juicio los hombres no hayan de ser conducidos a la salvación mediante el ministerio de los ángeles, no obstante, aquellos que la hayan alcanzado continuarán recibiendo de los ángeles ciertas ilustraciones»[35].
Igualmente firma Santo Tomás que: «A un mismo hombre se le destina guardián por muchos conceptos. Ya sea en cuanto hombre particular, y, bajo este aspecto, para cada hombre se necesita un guardián, y a veces a la custodia de uno sólo se destinan varios. O ya sea en cuanto forma parte de una colectividad, y, en este concepto, la guarda de toda la colectividad se encomienda a un solo hombre, al cual pertenece proveer aquellas cosas que se refieren a cada hombre particular en relación con todo el grupo, como son las cosas que hace cada uno exteriormente, de las cuales otros pueden edificarse o escandalizarse. Pero la custodia angélica se destina, además, a los hombres con miras a las cosas invisibles y ocultas que se refieren a la salvación de cada uno en particular en cuanto tales. De ahí que a los diversos hombres se destinan diversos ángeles que les guarden»[36].
535. ––Por la debilidad del entendimiento humano, el hombre necesita la ayuda de los ángeles, que en la escala de todos los entes ocupan el lugar inmediato superior. ¿Cuál es la relación que mantiene el hombre con las criaturas situadas en el lugar inferior a él en la escala de los entes?
––Con los entes inferiores a él, la relación del hombre es la de dominio de gobierno o de sometimiento racional, porque: «como el hombre tiene una participación de la luz intelectual, le están sometidos, conforme al orden de la divina providencia, los animales que carecen en absoluto del entendimiento. Por eso se dice en la Escritura: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza», –es decir, dotado de entendimiento– y presida a los peces del mar, a los volátiles del cielo y a las bestias de la tierra» (Gen 1, 26)».
En el grado siguiente: «los animales, aunque carezcan de entendimiento, como tienen cierto conocimiento, están colocados, según el orden de la providencia divina sobre las plantas y los otros seres que carecen en absoluto de él. Por esos, se dice en el Génesis: «Ahí os doy cuantas hierbas de semilla hay sobre la haz de la tierra toda y cuantos árboles producen fruto de simiente, para que os sirven de alimento y a todos los animales de la tierra (Gen 1, 29,30)». Las plantas y las cosas inanimadas son utilizadas por el hombre, pero también por los animales, y a su vea la vida vegetal utiliza de lo inerte.
536. ––Sobre esta escala de los entes según el dominio de los superiores sobre los inferiores el Aquinate descubre la siguiente ley: «entre los seres que carecen en absoluto de conocimiento, uno está sujeto al otro según que uno es más poderoso que el otro en el obrar, ya que no participan en absoluto de la organización de la providencia, sino sólo de su ejecución». ¿También la ley de la fuerza se cumple en el hombre?
––No debe seguir esta ley, porque: «como el hombre tiene entendimiento y sentido y fuerza corporal, todas estas cosas están organizadas entre sí en él, según el orden de la divina providencia, imitando el orden que hay en el universo. Porque la fuerza corporal se somete a la sensitiva y a la intelectiva como ejecutora de sus órdenes, y la potencia sensitiva a la intelectiva, bajo cuyo impero está».
Este orden que debe darse en la vida del hombre individual se encuentra también en su vida social, tal como ya había notado de algún modo Platón, porque afirma Santo Tomás que: «En esta misma razón se funda el orden que se da entre los hombres. Pues los que destacan por su entendimiento dominan naturalmente, mientras que los menguados de entendimiento, pero robustos de cuerpo, parecen naturalmente destinados n servir, como dice Aristóteles en su Política (I, 5)».
También queda confirmado por la Escritura, porque una: «sentencia de Salomón, que dice: «El que es necio, servirá al sabio» (Pr 11, 29); y en el Éxodo se dice: «Toma de entre el pueblo hombres sabios y temerosos de Dios (…) que juzguen al pueblo en todo tiempo» (Ex 18, 21-22)».
El desorden social es, por ello, equiparable al desorden del hombre, porque: «así como en las obras de un solo hombre proviene el desorden de que el entendimiento cede a la potencia sensitiva –y ésta, por indisposición somática, es arrastrada por el movimiento corporal, como se ve en quienes cojean– del mismo modo, en el gobierno humano proviene el desorden de que alguien preside no por la superioridad de su inteligencia, sino porque usurpa el dominio por la fuerza física, o también porque alguien es puesto a mandar por motivos pasionales».
Igualmente está ratificado por la Escritura, porque sobre «este desorden no se calla Salomón, quien dice: «y vi, que hay un mal bajo el sol, como si brotara por error de la mente del soberano: el necio puesto en el cargo más elevado» (Eccle 10, 5-6).
Este mal, es permitido por Dios, porque, por una parte, como advierte Santo Tomás: «tal desorden no está al margen de la divina providencia, pues proviene, por permisión de Dios, del defecto de los agentes inferiores, al igual que otros males de los que ya se ha hablado (III, c. 71)».
Por otra, porque: «por este desorden no se trastorna totalmente el orden natural, puesto que el dominio de los necios es débil si no se robustece con el consejo de los sabios. Por eso se dice en los Proverbios: «Las ocurrencias se fortalecen con los consejos y las guerras se han de tratar con los consejeros de gobierno» (Pr 20, 18); y «El varón sabio es fuerte, y el varón docto es capaz y poderoso, porque inicia la guerra con buen orden. Y donde abunde el consejo habrá éxito» (Pr 24. 5-6). Y, como quien aconseja rige al aconsejado y en cierto modo le domina, se dice también en Proverbios: «el siervo sabio dominará a los hijos necios» (Pr 17. 2)».
Todo ello evidencia que: «La divina providencia impone orden a todas las cosas, para que así se verifique lo que dice al Apóstol: «las cosas que proceden de Dios están ordenadas» (Rm 13, 1)»[37]. Al comentar esa afirmación, explica Santo Tomás que: «Dios hizo todas las cosas por su sabiduría, según se dice en la Escritura: «Todo lo has hecho sabiamente» (Sal 103, 24). Y es propio de la sabiduría el disponer todas las cosas ordenadamente. También se lee sobre la sabiduría: « Abarca ella fuertemente de un cabo a otro todas las cosas y las ordena todas con suavidad» (Sab 8, 1). Por lo cual es necesario que los resultados divinos sean ordenados».
Añade Santo Tomás la siguiente cita bíblica y comentario: «» ¿Entiendes tú el orden de los cielo, y aplicas sus leyes a la tierra?» (Jb 38, 33). Pues Dios instituyó un doble orden en sus efectos. El uno por el cual todas las cosas se ordenan a lo mismo, pues «Todas las cosas las ha hecho el Señor para Sí mismo» (Prov 16, 4). Y el otro por el cual los efectos divinos se ordenan entre sí, como se dice en la Escritura acerca del sol, la luna y las estrellas, que Dios «los hizo para el servicio de todas las gentes» (Deut 4, 19)»[38].
Eudaldo Forment

 [1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 81.
[2] Ibíd., III, c. 80.
[3] San Gregorio Magno, Cuarenta homilías sobre los Evangelios, II, Hom., XIV, 10.
[4] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c.80.
[5] San Gregorio Magno, Cuarenta homilías sobre los Evangelios, Hom. XIV, 8.
[6] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 108, a. 2, ad 3.
[7] Mt 22, 30.
[8] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 108, a. 8, in c.
[9] Ibíd., I, q. 108, a. 8, ad 1.
[10] Ibíd., I, q. 111, a. 1, in c.
[11] Pseudo Dionisio, La jerarquía celeste, c. 1, n. 2
[12] Ibíd.. c. 1, n. 3.
[13] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 111, a. 1, in c.
[14] Ibíd., I, q. 111, a. 1, ad 3.
[15] Gn 22, 11.
[16] Mt 2, 14.
[17] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 111, a. 2, in c.
[18] Ibíd, I, q. 105, a. 4, ad 1.
[19] Ibíd., I, q. 111, a. 2, in c.
[20] Ibíd., I, 113, a. 1, ad 2.
[21] Ibíd., I, q. 113, a. 4.
[22] Ibíd., I, q. 113, a. 1, ad 1.
[23] Ibíd., I, q. 113, a. 1, ad 3
[24] Catecismo del Concilio de Trento, III, c. 2, 7.
[25]Santo Tomás de Aquino, Suma teológica,  I, q. 113, a. 5, ad 2..
[26] Cf. Guillermo de Tocco, Hystoriae beati Thomae de Aquino, en E. Ferrua (ed), S. Thomae Aquinatis fontes praecipuae, Alba, Edicioni Domenicane, 1968, pp. 25-123, p. 41. Véase: E. Forment, Santo Tomás. Su vida, su obra y su época, Madrid, BAC, p. 209, p. 147.
[27] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 113, a. 1, ad 3.
[28] Catecismo del Concilio de Trento, III, c. 9, 5. Véase: Tob 5, 5; Tob, 6, 2-3; Tob 6, 8; 3-6; Tob 8, 8; Tob 6,   16 y ss.;Tob 11 7-8 y 15.
[29] Íbid., III, c. 9, 6. Véase: Act 12, 7 y ss..
[30] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica,  I, q. 113, a. 2, in c.
[31] Ibíd., I, q. 113, a. 4, ad 3.
[32] Ibíd., I, q. 113, a. 5, in c.
[33] ÍDEM, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, II Sent., d. 11, q. 1, a. 3, ad 3.
[34] ÍDEM, Suma teológica, I, q. 113, a. 5, ad 3.
[35] Íbid. I, q. 108, a. 7, ad 3.
[36] Ibíd., I, q. 113, a. 2, ad 1.
[37] ÍDEM, Suma contra los gentiles, III, c. 81.
[38] ÍDEM, Comentario a la Epístola a los romanos, c. XIII, lec. 1.

No hay comentarios: