Es
increíble la ignorancia y estulticia que impera hoy en día entre la juventud.
No culpo a los jóvenes por ello, porque en el fondo son víctimas de la
Revolución, que les ha lavado el cerebro con miles de horas de programas de
televisión, llenos de mensajes subversivos; con películas y música que exaltan
el mal y ridiculizan el bien; y con un sistema educativo que enseña que lo que
antes se llamaba blanco ahora se llama negro.
No soy
psicólogo y no me considero experto en casi nada, pero escribo esto porque soy
profesor y soy padre. Día a día veo a mis alumnos echarse a perder. Veo como se
van preparando para la infelicidad en este mundo y la eterna desdicha en el
otro. Naturalmente, mientras hay vida hay esperanza, pero el camino que uno
elige cuando se es joven marca en gran medida su destino, y el que la gran
mayoría escoge es el camino equivocado. Como padre procuro proteger a mis hijos
de las influencias nocivas de la sociedad, y en el caso de que sea imposible
aislarles totalmente, mi táctica es inocularles a una edad temprana contra el
veneno que se les suministrará. A mis HIJAS, (los peligros para el varón son
otros) desde que eran muy pequeñas, les decía estas cuatro cosas, que creo que
toda joven debería escuchar. Dicen que la experiencia es un peine que te da la
vida cuando te quedas calvo. Yo ya no soy joven. En mi juventud cometí errores
de los que me arrepiento, pero no se puede dar marcha atrás con el tiempo. Si
el peine que me ha dado la vida, en forma de estos cuatro consejos, puede ser
útil a otros, pienso que es mi obligación compartirlo.
1. Tu virginidad es un tesoro que debes
custodiar.
Solamente
en nuestra sociedad occidental atea poscristiana se considera la virginidad una
molestia de la que hay que deshacerse cuanto antes. Todas las culturas de todas
las épocas, excepto la nuestra, han otorgado un gran valor a la virginidad,
especialmente la femenina. Desde que son pequeñas yo les digo a mis hijas que
se tienen que mantener puras, porque Dios las quiere así. No entro en detalles,
porque no es necesario y quiero preservar su inocencia. Procuro hablarles en
términos que pueden entender. Les digo que si fueran vestidas con un traje
blanco de primera comunión, no se les ocurriría meterse por caminos donde hay
barro, porque se ensuciarían. Irían por caminos asfaltados, teniendo mucho
cuidado donde pisan. Les hago entender que esto es lo que hay que hacer para
mantenerse puras y no ofender a Dios. Si se meten en malos ambientes, forman malas
amistades y frecuentan sitios donde abunda el vicio, es casi imposible que su
pureza no quede manchada por el barro del pecado.
Les digo que tienen un tesoro de valor incalculable. Si encuentran a un
hombre bueno, podrán casarse con él y darle su tesoro. Les digo que también hay
mujeres que son llamadas a la vida religiosa, y en ese caso no entregan su
tesoro a ningún hombre, sino solamente a Dios. Una vez que el tesoro se da ya
no se puede recuperar. Se da una vez en la vida, nada más. Les digo: hay chicas que regalan su tesoro a cualquiera, a un chico que no
significa nada en su vida. Esto es como tener un enorme diamante e
intercambiarlo por un paquete de chicles. ¡Qué tontas son!
Los medios de comunicación, lejos de transmitir el valor de la virginidad,
venden la idea de que las chicas tienen que acostarse con muchos chicos cuando
son jóvenes, porque es el momento idóneo para “disfrutar
de la vida”. Además, afirman que sin mantener relaciones íntimas con un
chico es imposible averiguar si hay “compatibilidad
sexual”; para poder encontrar al hombre definitivo, la “media naranja”, hay tener una amplia experiencia
en el campo afectivo-sexual. Es una idea tan estúpida como decir que hay que
comprar muchas casas para saber donde te gustaría vivir, o que hay que estudiar
muchas carreras antes de saber a lo que te quieres dedicar profesionalmente. En
realidad es justo lo contrario. Las investigaciones sociológicas demuestran que
cuantas más parejas tengas de joven, menos posibilidades tendrás de formar y
mantener una relación satisfactoria y duradera. Para los católicos no debe ser
una gran sorpresa leer, en todos los estudios que se han realizado sobre la
materia, que las mujeres con menos probabilidades de divorciarse son las que se
casan siendo vírgenes.
Dios nos
dio la inteligencia, entre otras cosas, para pensar ANTES
de actuar; para entender las consecuencias de nuestros actos. Sin
embargo, hoy en día entre las jóvenes predomina una actitud irreflexiva e
irresponsable en el terreno amoroso, y esto acarrea un precio altísimo. El sexo
tiene una función biológica muy clara: la reproducción. Aunque se intente huir
de esta realidad, con métodos anticonceptivos y abortos, la naturaleza humana
está diseñada para esta función. Cuando una joven desvincula el sexo de la
procreación y lo convierte en una mera herramienta de placer, sin saberlo se
autodestruye y se incapacita para futuras relaciones, porque el sexo, para
potenciar su función reproductora, tiene un fuerte componente emocional. Dios
ha querido que la unión sexual sea una especie de pegamento emocional entre un
hombre y una mujer, con el fin de que guarden mutua fidelidad y compartan la
difícil tarea de criar y educar a los hijos que surjan de su relación. Es como
pegar a la pared un perchero con materia adhesiva; si el pegamento es de buena calidad,
lo normal es que quede allí toda la vida, pero cada vez que despegas el
perchero para cambiarlo de sitio, el adhesivo será menos fuerte, hasta que ya
no se queda pegado. Pasa lo mismo con la unión emocional asociada al sexo; con
cada nueva pareja sexual el vínculo emocional creado será menos fuerte, hasta
llegar al punto en que una chica es totalmente incapaz de tener una relación
duradera con un hombre.
2. No despiertes el amor antes de tiempo.
Esta frase me la dijo un buen amigo cuando yo tenía 19 años, y me
pareció un consejo maravilloso. No es de extrañar, porque es una cita
aproximada del Cantar de los Cantares, que dice literalmente: Juradme, hijas de Jerusalén, que no despertaréis, ni desvelaréis a
mi amor, hasta que ella quiera. (Salomón
8:4)
Este
libro bíblico es esencialmente un discurso sobre el matrimonio místico entre
Cristo y Su Iglesia, representada por “la amada”. Sin
embargo, como casi toda la Escritura, tiene una doble lectura: en este caso, el amor entre un hombre y su prometida. De
la misma manera en que Jesucristo tiene que esperar hasta el fin de los tiempos
para desposarse con Su Iglesia, el novio espera pacientemente la hora de su
boda. En este segundo sentido se puede entender esta frase como una advertencia
contra la precipitación juvenil respecto al noviazgo.
Yo les he
dicho a mis hijas que jugar a los novios es jugar con fuego. Les he prohibido
terminantemente dar o recibir besos; les he aleccionado contra los roces y
tocamientos (saben en qué partes tienen que darles a los chicos que se atrevan
a meterles mano); y saben que tienen prohibido tener novio antes de acabar el
instituto. ¿Cómo se puede prohibir eso? De
la misma manera que se les puede prohibir tener un móvil o salir a discotecas.
Mis hijas están tan resignadas a no tener novio hasta que no terminen el
bachiller como a no tener móvil antes de que cumplan los 16 años o a no salir
nunca a discotecas mientras vivan en mi casa, porque desde que son muy pequeñas
se lo vengo advirtiendo. Ahora saben que son reglas de la casa y las asumen sin
más.
Les he
explicado que el noviazgo tiene sólo dos propósitos: discernir
si un hombre sería un buen esposo y, en caso afirmativo, prepararse para el
matrimonio. ¿Qué sentido tiene estar
ennoviada, si una chica no se va a poder casar hasta dentro de varios años,
aunque quisiera? Incluso entre jóvenes católicos, un noviazgo que no
conduce pronto al matrimonio es una tontería por dos razones: primero, porque da lugar a ocasiones de pecado como la
impureza y la fornicación; y segundo, porque es un desgaste emocional y una
pérdida de tiempo completamente inútil. Yo les digo a mis hijas: “cuando penséis que estáis preparadas para casaros,
buscad un buen chico, no antes”.
Hoy en día se ve “normal” que las
chicas tengan novio incluso antes de acabar la escuela primaria. Francamente no
le veo sentido salir con un chico antes de poder casarse legalmente (en España
la edad mínima para casarse son 16 años). Hace poco vi en Youtube un vídeo de una comentarista americana católica
(modernista, naturalmente), que daba consejos sobre el noviazgo en middle school, que corresponde a edades comprendidas ENTRE 11 Y 14 AÑOS.
¿Qué bien puede surgir de una
relación amorosa entre dos chicos de 11 años? ¿Realmente piensa esta señorita
que las relaciones de ese tipo benefician de algún modo a las personas o dan
gloria a Dios?
Tristemente,
las chicas empiezan a jugar a los novios a una edad cada vez más temprana,
porque nadie les ha enseñado que el amor es una cosa muy seria. Piensan que
tener novio es para pasar el rato; que el sexo es un pasatiempo, como jugar a
los videojuegos o chatear por el móvil. Hoy en día la idea de que el noviazgo
es lo que precede al matrimonio ha desaparecido de nuestra cultura. En todos
los programas de televisión y películas que van dirigidas a adolescentes, las relaciones
de pareja y el noviazgo se banalizan, y el único mensaje que lanzan las
autoridades sobre la materia es que tengan “sexo
seguro”. Incentivar a las chicas a fornicar, siempre que usen métodos
anticonceptivos, es como decir a un grupo de niños de cuatro años: ”hoy vamos a jugar con cuchillos, pero no pasa nada
porque vamos a tener mucho cuidado”. El único “sexo
seguro” es la abstinencia, seguida de la fidelidad matrimonial.
3. Las mujeres nacen ricas y se hacen
pobres; los hombres nacen pobres y se hacen ricos.
Una
chica, en cuanto llega a la pubertad y se desarrolla físicamente, se convierte
en un objeto de deseo de los chicos. A los 18 años una chica está en su máximo
esplendor. Sin haber hecho nada para merecerlo, sólo por el hecho de ser joven,
tiene el mundo a sus pies. Si tiene dos dedos de frente, se dará cuenta de que
su belleza y la atracción sexual que sienten los chicos por ella, le da poder
sobre ellos. Si no ha recibido una educación religiosa, si no le han inculcado
la virtud de la castidad, abusará de este poder. En vez de utilizar sus
encantos para atraer a un buen hombre con quien casarse, la típica chica
moderna pasa sus mejores años gozando de las atención que le prestan los
hombres, que le hace sentirse como una princesa, sin comprometerse con ninguno.
Su juventud también le ayuda a subir peldaños en la jerarquía social y
profesional, y como veinteañera se lo pasa demasiado bien como para pensar en
casarse o tener hijos.
En
contraposición, un chico no es nadie hasta que no encuentre su sitio en el
mundo. A los 18 años un chico no tiene “oficio ni
beneficio”; aún tiene que pelear mucho por llegar a una posición en la
que resultará atractivo a una mujer que piense en el matrimonio. Pero cuando
llega a una cierta edad, si ha trabajado duro y tiene cierto talento, el chico
de pronto se da cuenta de que las chicas le miran con interés. No hay más que
ver las encuestas sobre los hombres y mujeres más deseados del mundo; apenas
figuran mujeres con más de 30 años y a partir de los 40 desaparecen de las
listas por completo, mientras que hay hombres canosos con 60 años que siguen
siendo objeto de deseo de millones de mujeres. Decir esto suscita en las
feminista todo tipo de protestas contra supuestas injusticias culturales
creadas por el patriarcado para oprimir a las mujeres. Pero las feministas se
olvidan de que hay una realidad biológica que distingue a los sexos: LA FERTILIDAD. Mientras que los hombres
normalmente pueden concebir hijos hasta la vejez, las mujeres tienen una edad
fértil bastante más limitada. A pesar de todos los avances en la medicina y
todas las aberraciones que se cometen para conseguir que mujeres cuarentonas se
queden embarazadas, las leyes de la naturaleza son tozudas: una mujer con más
de 35 años lo tiene difícil para encontrar a un hombre con quien casarse,
porque los hombres están diseñados para desear a mujeres jóvenes y fértiles. No
tiene nada que ver con el patriarcado y demás bobadas, sino con la
supervivencia de la especie.
Si mis hijas se casan, quiero que se casen jóvenes. Si encuentran a la
persona adecuada, estaría encantado de que se casen antes de los veinte años.
De hecho, yo me casé a los 22 años recién cumplidos (algo casi inaudito hoy en
día) y no me arrepiento un ápice, porque si bien es un grave error despertar el
amor antes de tiempo, también es un error esperarse demasiado. En relación, hay
un concepto que ahora está muy de moda: el
muro. Consiste en una barrera
invisible en la vida de una mujer soltera, que al llegar a los treinta y pico
años se da cuenta de que su poder de atracción sexual sobre los hombres cae en
picado. El muro causa frustración, rabia y hasta pánico. La soltera, que está
desesperada por encontrar al hombre “definitivo”, tras
unos quince años de “relaciones esporádicas” con
machos alfa, con los que no tenía ninguna intención de casarse, se
pregunta: ¿dónde están todos los hombres
buenos? La respuesta es fácil: los hombres “buenos” (es decir, con dinero y estatus social,
deseosos de casarse) no están interesados en las mujeres que se han topado con
el muro, porque son menos atractivas y les quedan pocos años de fertilidad.
Al darse
cuenta de que jamás se casará ni tendrán hijos, la mujer sustituye una familia
por media docena de gatos, se vuelve cada vez más resentida contra el mundo y
acaba su vida de la forma más solitaria y triste. Si, en lugar de pasar su
juventud fornicando, “disfrutando de la vida”, se
hubiera casado con veinte y pocos años con un hombre que la quería, su vida
hubiera sido muy diferente, más plena y más satisfactoria. Las mujeres, con
poquísimas excepciones, tienen un instinto muy poderoso, que si se ve frustrado
puede amargar toda su existencia: el instinto
maternal. El problema hoy en día es que las jóvenes reciben tanta
presión de aplazar la maternidad, que cuando finalmente deciden que “ya es hora” de tener hijos, descubren que su
época fértil ya pasó. Es curioso como hoy en día las chicas empiezan a ser
sexualmente activas a una edad cada vez más temprana, mientras que las mujeres
se casan cada vez más mayores. Todo ello contribuye al descenso estrepitoso de
la natalidad en Occidente, como resultado de desvincular el sexo de la
procreación.
A mis hijas les digo que lo más grande que pueden hacer cuando crezcan
es tener hijos, porque ser madre es la esencia de la mujer. Hoy en día si le
preguntan a una chica lo que quiere hacer de mayor, y en vez de responder que
quiere ser médico, científica, abogada, mujer de negocios o cualquier otra profesión
de prestigio, dice que quiere casarse y tener muchos hijos, piensan que se ha
vuelto loca, cuando en realidad es la fórmula que hace más felices a las
mujeres. Los estudios demuestran que en Occidente, donde ha arraigado el
feminismo, coincidiendo con la conquista de “derechos”
de la mujer y su incorporación masiva al mercado laboral, las mujeres
son cada vez menos felices. Esto es algo que reconocen hasta las fuentes más rabiosamente izquierdistas, a la
vez que buscan explicaciones peregrinas para una realidad que contradice todo
lo que previeron. A diferencia de nuestra sociedad individualista, en que las
mujeres jóvenes están demasiado atareadas persiguiendo carreras y saliendo de
fiesta como para tener hijos, en las Sagradas Escrituras el deseo de la mujer
de ser madre es un tema recurrente. Uno de mis ejemplos favoritos es el
de Ana, la madre del profeta Samuel, quien le pidió a Dios un
hijo a cambio de entregárselo a su servicio en el templo en cuanto fuera
detestado. Ana en este sentido prefigura a la Virgen María, quien entregó a su
Hijo en la Cruz para la salvación de la humanidad. Ella nos enseña que ser
madre es una vocación que implica una donación incondicional.
4. Para elegir a un buen hombre con
quien casarse hay que tener la cabeza fría.
Incontables
veces les he dicho a mis hijas que no tienen que casarse con el primero que les
dice “ojos verdes tienes”. Para elegir a un
buen novio hay que basar esta decisión fundamental sobre buenos principios, que
nada tienen que ver con los sentimientos que una chica pueda sentir hacía un
chico. Es necesario conocer muy bien los criterios que ayudan a distinguir
entre un hombre que sería un buen marido y uno que te arruinaría la vida. Por
último, hace falta tener la sensatez de examinar todos los pretendientes a la
luz de estos criterios. Estos son los criterios que quiero que mis hijas tengan
en cuenta a la hora de elegir un novio.
·
Tiene que ser católico.
Dice San Pablo a los corintios: No
os unáis en yunta desigual con los infieles. ¿Qué consorcio hay entre la
justicia y la iniquidad? ¿Qué comunidad entre la luz y las tinieblas? ¿Qué
concordia entre Cristo y Belial? ¿Qué parte del creyente con el infiel? (2 Corintios 6:14-15) Una “yunta desigual” es cuando se junta un par de
bueyes con fuerzas o tamaños desiguales y en lugar de arar la tierra en surcos
rectos, el arado va dando vueltas. Este pasaje siempre se ha interpretado como
una advertencia contra el matrimonio de creyentes con no creyentes. La Iglesia
siempre la ha desaconsejado la unión conyugal de católicos con infieles, por
las dificultades que inevitablemente surgen en todo tipo de cuestiones, especialmente
la educación de los hijos.
Además,
hoy en día, con la epidemia del divorcio, es especialmente importante no
casarse con gente no católica. A mis hijas les digo que hoy un hombre sin una
verdadera fe católica, en cuanto se acabe el enamoramiento y el matrimonio se
vuelva cuesta arriba, hará lo que hacen la mayoría de hombres: se buscará una
más joven y se largará con ella. Cuando digo que tiene que ser católico, no
vale el catolicismo modernista que abandera el Papa Francisco, quien
abiertamente admite el divorcio, el adulterio y relativiza todos los pecados.
Un buen novio tiene que ser un hombre que cree lo que la Iglesia siempre ha
enseñado, sin añadidos ni excepciones. Luego siempre puede salir rana, porque
en este mundo hay pocas cosas seguras, pero si desde el principio uno hace todo
lo posible para sentar una buena base en el matrimonio, hay menos posibilidades
de que falle.
·
Tiene que ser de buena
familia.
Tradicionalmente las familias han querido casar sus hijos con personas
de la misma clase social o similar. Esto no es solamente por preservar el
patrimonio y mantener el nivel social, sino también por una cuestión que hoy en
día se pasa a menudo por alto: la compatibilidad conyugal entre un hombre y una
mujer es mucho más fácil si provienen de una clase socio-económica similar. A
pesar de que la sabiduría de los siglos avale esta verdad, en nuestra sociedad
occidental igualitarista se insiste en que no debe existir ninguna
discriminación entre clases sociales. Por esta razón los medios de comunicación
de masas (también conocidos como aparatos de propaganda revolucionario)
aplauden los matrimonios entre plebeyas y príncipes, como por ejemplo la actual
reina de España, Leticia Ortiz con Felipe VI. Antiguamente se
entendía que un príncipe heredero debía casarse con una mujer proveniente de la
aristocracia o de otra familia real, no sólo por forjar alianzas, sino también
porque una mujer así estaría mejor preparada para afrontar una vida como
monarca. Una plebeya no ha sido educada para saber comportarse como una reina.
No sólo una es cuestión de conocimientos, sino sobre todo de carácter. Esto ya
lo hemos visto varias veces con las meteduras de pata de la reina de España.
Todos los tertulianos del cotilleo la critican cuando comete una torpeza
protocolaria, pero ninguno es capaz de reconocer que se porta así porque Felipe
VI eligió mal al casarse con una plebeya. En este sentido, lo que vale para la
realeza y la aristocracia, vale para todas las clases sociales; cuanta más
disparidad, mayor incompatibilidad matrimonial.
Aparte de buscar a un novio de una clase social similar a la suya, una
joven debe conocer a la familia del pretendiente. Si su familia le resulta
absolutamente repulsivo no debe contemplar el matrimonio con ese hombre. San Alfonso de Ligorio escribe
que los hijos, al ser frutos de un matrimonio, reflejan lo bueno y lo malo en
sus padres. Él cita a Nuestro Señor, quien dice: “ningún
árbol bueno puede dar malos frutos, y ningún árbol malo puede dar buenos
frutos”. Por lo tanto, si los padres son gente indeseable, una joven
debe alejarse de su hijo, porque en el fondo él también será indeseable. Los
hombres pueden interpretar todo tipo de papeles, pueden fingir ser alguien que
no son, con tal de ganar los afectos de una chica. Pero en la familia es donde
se ve como la gente es de verdad. En el ambiente familiar los aires de falsa
virtud no engañan.
·
Tiene que tener una
visión del matrimonio compatible con la tuya.
De nada
sirve buscarse un novio católico de buena familia, si tiene una visión del
matrimonio que no encaja con la suya. Por ejemplo, muchas chicas modernas tienen
la idea de perseguir una carrera profesional, mientras un hombre tradicional
probablemente querrá que su mujer esté en casa cuidando a los hijos. Una chica
que quiere vivir en una gran ciudad se sentirá frustrada si su marido insiste
en vivir en el campo. Una chica que quiere vivir a toda costa cerca de sus
padres no debería casarse con un militar, que tendrá que vivir en un lugar
diferente cada x años. Es mejor discernir estas cosas ANTES
de comprometerse con un hombre, porque una vez que la chica se case, es
su marido quien manda; al menos, ésta es la doctrina católica de siempre. Si un
hombre no es alguien a quien quisieras someterte, mi consejo es muy claro: ¡no te cases con él!
·
Tiene que tener un
pasado prometedor.
Esta frase, que a simple vista parece paradójica, en realidad esconde
una gran verdad: para
conocer el futuro de una persona, el mejor indicador es su pasado. Si, por ejemplo, un hombre lleva 7 años en
la universidad y aún no ha obtenido su diploma, para una carrera que
normalmente dura 4, una chica puede fácilmente vaticinar que no va a triunfar
en el mundo académico. Si un joven tiene un expediente laboral lleno de
despidos por negligencia, una chica no debería apostar mucho por su futuro
laboral. Si hasta los 25 años un joven ha vivido en la casa de sus padres como
un ni-ni (ni
estudia, ni trabaja), una chica no debería creerle si le promete que “a partir de ahora trabajaré muy duro”.
En el
terreno sentimental también es importante conocer el pasado de un pretendiente.
Si un hombre ha pasado toda su juventud en fiestas, fornicando y drogándose,
pero ahora resulta que quiere “sentar la cabeza”,
una chica tendría mucha razón en desconfiar de él. Prepararse bien para el
matrimonio implica mantenerse casto y luchar por adquirir las virtudes
cristianas, y el que nunca ha sabido dominar sus pasiones no lo va a hacer por
el mero hecho de pasar por el altar. Lo más sensato para una joven es buscar a
un hombre con un pasado que promete que será el tipo de marido que ella desea;
no pensar ingenuamente (como hacen muchas jóvenes) que ella será capaz de
cambiarlo, una vez estén unidos en matrimonio.
¡CRASO ERROR! Una chica nunca debe imaginar cómo PODRÍA ser su novio, sino buscar a un novio que YA es el hombre que quiere como marido.
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