LA VISITA DE MARÍA A
SU PRIMA SANTA ISABEL
CONTEMPLAR
En medio de la
caravana donde hay muchos hombres rudos, varios mercaderes ventajistas, algunas
mujeres de cierta edad y de inciertos valores, jóvenes bulliciosos, niños
inquietos, en medio de ellos, camina María.
Lleva en su seno la Esperanza
del género humano, pero nadie lo sabe. El Niño Dios de apenas tres o cuatro
días de vida, completamente inerme, minúsculo, descansa en sus entrañas, y
crece, crece, y crece.
María camina serena y
exultante, atenta a todos y absorta en su interior. Aún presa del vértigo
infinito de la Anunciación, sin dejar de estar en cada detalle de sus
compañeros de viaje y sus necesidades.
La mayoría de los viajeros
tiene Jerusalén como destino, pero ella va un poco más allá, a la casa de
Isabel.
El encuentro de las dos primas
fue una explosión de gozo exterior e interior. El encuentro de los dos primitos
no fue menos intenso.
El niño Juan, un niño por
nacer de 6 meses, completamente formado, bailó de regocijo para saludar a
Jesús, como David en la misma montaña de Judá un milenio atrás. Imagina a Juan
sonreír, y casi reír a carcajadas, y saltar, y aplaudir, ante la llegada del
Arca de la Alianza, portando en su Interior la definitiva Palabra y el
verdadero Maná bajado del Cielo.
Las madres se funden en un
abrazo largo y potente, con lágrimas de alegría y abundantes caricias. El
rostro arrugado y marcado por los años de esterilidad y sufrimiento de Isabel
parece rejuvenecer al besar con cariño casi de abuela el de la niña de Nazaret.
E Isabel comienza –casi
cantando- a felicitar a María, pronunciando las palabras que ya no dejaron de
resonar jamás en el mundo: “bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Cada palabra de Isabel
aumentaba el gozo interior de María, que veía nuevamente confirmado lo que
Gabriel le había dicho. “¡Madre de mi Señor!” la
llama, llena del Espíritu Santo que le revela lo que aún no es perceptible a
sus ojos.
Y entonces, el gozo contenido
durante los días de caminata, y el gozo de todos los siglos, se hicieron canto
en labios de la Virgen. Su canto y su alabanza resonaron con una fuerza y una
luminosidad desbordante, su voz pura hizo detener de estupor hasta la danza del
niño Juan… Sólo habían pasado unos días, pero María parecía ya comprenderlo
todo, y preanuncia en pocos versos las notas fundamentales del Evangelio del
Hijo. Detente, escucha, imagina el tono de su voz y la expresión de sus ojos, y
comprenderás qué es agradecer.
El canto se prolongó, con
variaciones, los tres meses duró su visita. Cantaba su voz, pero también sus
manos delicadas y laboriosas, cantaban sus pies prestos a servir, su rostro y
sus pupilas virginales. Toda la humanidad de María era y es un solo canto para
Dios…
Y en su interior –no dejes de
imaginarlo- el niño crecía, y crecía, y crecía. Y comenzó a latir su Sagrado Corazón;
y se formaron los ojos que cautivaron a Pedro, y a Juan, y convirtieron a la
mujer pecadora; y aparecieron sus extremidades y sus manitos, las mismas que
bendecirían, y curarían, y serían clavadas en la cruz. La oblación pura que
sería ofrecida en el altar del Calvario se estaba preparando –sin que ellos lo
supieran del todo- en la casa de Isabel.
Detente a contemplarlo sin
prisa, no tengas miedo. El Niño por nacer estaba ya allí salvando el mundo.
—
REFLEXIONAR
REFLEXIONAR
María partió sin demora… su
amor es diligente, no remolón. Sabe ir directo al grano, sin rodeos, sin dar
vueltas, sin perder tiempo en cavilaciones. ¿Sé
amar sin demoras?
Isabel es una privilegiada de
la Providencia, pero se inclina sin vergüenzas y alaba y felicita a su prima
por la Misericordia que Ella experimentó. ¿Sé yo
reconocer lo bueno en los demás, sé felicitar, se alabar justamente a los
otros?
María deja fluir la voz del
Espíritu Santo a través de la suya. Su canto es memoria y gratitud, y anuncio
de las futuras proezas de Dios. ¿Sé yo cantar con
memoria agradecida todo lo que Él todopoderoso ha hecho en mí y por mí?
—
PEDIR
PEDIR
Querido Niño Jesús por nacer,
protege a todos los pequeños que ya han sido o serán concebidos de las manos
homicidas de aquellos que no conocen ni comprenden la grandeza de la dignidad
humana.
Madre Santísima, te pedimos
por todas las embarazadas, para que sean conscientes del milagro de la Vida que
se gesta en su interior, y vivan en continua alabanza.
Santa Isabel, intercede por
todas las mujeres que desean tener hijos y aún no pueden concebir, para que se
aferren a la esperanza y aprendan a reconocer y aceptar los planes misteriosos
de Dios en sus vidas.
Leandro Bonnin
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