SAN IGNACIO DE LOYOLA NOS ENSEÑA EN LAS
ANOTACIONES A SUS EJERCICIOS Espirituales a discernir correctamente: a
saber distinguir las inspiraciones del Espíritu Santo y las del Demonio.
En la Contemplación
de las Dos Banderas, los Ejercicios nos presentan dos ejércitos: el de
Cristo y el de Satanás. Y cada uno, ofrece a sus soldados un discurso:
Considerar el sermón que les
hace (el Deminio), y cómo los amonesta para echar redes y cadenas; que primero hayan de tentar de codicia de riquezas, como
suele, ut in pluribus, para que más fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crecida soberbia; de manera que el primer escalón sea de riquezas, el segundo de honor, el tercero de
soberbia, y de estos tres escalones induce a todos los otros vicios.
Considerar el sermón que Cristo nuestro Señor hace a todos sus
siervos y amigos, que a tal jornada envía, encomendándoles que a todos quieran
ayudar en traerlos, primero a suma pobreza
espiritual, y si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir,
no menos a la pobreza actual; 2o, a deseo de oprobrios y menosprecios,
porque de estas dos cosas se sigue la
humildad; de manera que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el
segundo, oprobrio o menosprecio contra el honor mundano; el tercero, humildad
contra la soberbia; y de estos tres escalones induzcan a todas las otras
virtudes.
Cada uno de nosotros tiene que elegir a qué capitán seguir: a Satanás o a Cristo.
Atribuyen a San Vicente de Paul
esta frase: Nuestro
negocio es ganar el cielo. Todo
lo demás es una gran pérdida de tiempo. Todo es bueno en tanto en cuanto
contribuya a nuestra salvación; y todo es malo, si contribuye a nuestra
condenación. Porque nosotros vivimos con la mirada puesta en la vida eterna: en el Cielo; y no en la búsqueda del bienestar, el placer
o los honores de este mundo, que es pasajero.
Las reglas de discernimiento
de espíritus de San Ignacio distinguen entre las tentaciones del Maligno de la
primera semana de Ejercicios de las de la segunda semana. En la primera semana,
las almas que son poco devotas y principiantes en la vida espiritual son
tentadas de manera burda y grosera. El Mal Espíritu
tienta a las almas con la tristeza y el desánimo, metiéndoles temor, vergüenza
o deseos groseros. De esa manera, el Demonio pretende desanimar al principiante
para que no siga adelante, para que no se convierta, para que tire la toalla
antes de empezar.
En cambio, las tentaciones del
Mal Espíritu de la segunda semana son más sibilinas: razones aparentes,
sutilezas y asiduas falacias. El Maligno se
disfraza como Ángel de Luz (Lucifer).
Propio es del ángel malo, que toma la apariencia de ángel de luz, entrar
con la ánima devota, y salir consigo; es a saber, traer pensamientos buenos y
santos conforme a la tal ánima justa, y después, poco a poco, procura de
salirse, trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones
(EE 332).
La persona que purificó su
corazón en la primera semana pide insistentemente conocer, amar y seguir a
Nuestro Señor Jesucristo. Sería inútil para el Diablo tentar a esa persona de
manera tosca y grosera. Los engaños de esta segunda semana se disfrazan bajo la
apariencia de virtud, de bien, para luego conducir a su alma a la perversión y
al pecado. Es la “cola serpentina” que no
ataca de frente, sino que te envuelve con sus anillos como una boa y te va
asfixiando poco a poco para terminar devorándote. Es el mal con apariencia de bien, que es el más peligroso.
Pongamos un ejemplo: la
película Silencio de Scorsese.
En esa película, el protagonista sufre esas tentaciones sibilinas: “Si pisas el crucifijo, salvarás tu vida y la vida de
muchos cristianos perseguidos que morirán si no lo haces”. Salvar vidas
es un bien. Evitar el sufrimiento del prójimo es un bien. Preservar tu propia
vida es un bien. El problema es que la apostasía es un pecado mortal que te
condena al infierno. Y el protagonista cae en la apostasía. El peligro de esa
película es que se justifica la apostasía. ¿Por qué
fue recibido Scorsese en el Vaticano por el Papa? ¿Por qué los jesuitas asesoraron
a Scorsese en esa película?
RECOJO DE ROME
REPORTS, EN LA PÁGINA DE PRIMEROS CRISTIANOS:
Antes de su preestreno en
Roma, Martin Scorsese tuvo la oportunidad de hablar de su película con el
jesuita más famoso del mundo en la actualidad: el
Papa Francisco.
James Martin, uno de los
jesuitas más prestigiosos de Estados Unidos, autor de varios best sellers, asesoró a los actores de la
película para ayudarles a entender el carisma de la Compañía de Jesús.
P. JAMES MARTIN,
America Magazine
“Me pidieron que
revisara el guión para decirles cómo se comportaría un jesuita ante
determinadas situaciones. Ayudé a los actores, especialmente a Andrew Garfield,
que interpretó el papel principal. Le expliqué los Ejercicios Espirituales de
San Ignacio. Nos tomó seis meses y cuando acabamos estaba muy bien preparado”.
James Martin estuvo presente
en el estreno que se hizo de la película en el Vaticano y reconoció estar
satisfecho con el resultado.
P. JAMES MARTIN,
America Magazine
“Es una obra
maestra. No me avergüenza decir que he llorado cada vez que la he visto.
Muestra a la perfección las complejidades de la fe y el viaje espiritual de los
hombres. Creo que conectará con la gente, creyentes y no creyentes”.
¿Saben ustedes
quién es James Martin, sí? Pues es el máximo exponente y portavoz del lobby gay de la Iglesia. Se
ha convertido en el abanderado de la “normalización”
de la homosexualidad dentro de la Iglesia Católica, uno de los
promotores de que se bendigan las uniones homosexuales dentro de la Iglesia: es
el portavoz de la mafia lavanda. Alguien que ha llegado a predicar que los
homosexuales no tienen por qué guardar castidad.
Pero esta película no solo
tuvo el asesoramiento de James Martin. Otro destacado jesuita, Antonio Spadaro, director de la Civittà Cattolica y
asesor del Vaticano, también realizó una magnífica entrevista a Scorsese en la
revista que dirige. Sobran comentarios. Si quieren más información, les
recomiendo leer la información que al respecto ofrece Religión Confidencial.
Pues bien, el supuesto “silencio” de Dios ante el martirio de los
cristianos japoneses se rompe al final de la película con lo que San Ignacio
llamaría una “moción” que recibe el P.
Rodrigues, justo en el momento álgido de tener que optar entre el martirio y la
apostasía. En esa “moción”, el jesuita siente que
el Señor le dice lo siguiente (y se oye una voz en off que supuestamente es la
de Nuestro Señor):
“Adelante. ¡Vamos! No pasa nada. Písame. Entiendo
tu dolor. Yo nací en este mundo para compartir el dolor de los hombres. Cargué
con esta cruz por tu dolor. Tu vida ya está conmigo. ¡Pisa!”
Y el P. Rodrigues pisa y
apostata. ¿Es el Buen Espíritu quien le habla al
jesuita o el Mal Espíritu? ¿Puede Cristo pedir a un jesuita que apostate, que
pise su cruz? El fin es bueno: salvar la
vida y salvar la vida de otros muchos cristianos perseguidos. El precio
es la apostasía: renunciar a Cristo, dejar de predicar la verdad. ¿El fin justifica los medios? ¿Puede Dios justificar el
pecado tremendo de la apostasía? ¡Por supuesto que no! Justificar ese pecado
sería despreciar la sangre de tantos mártires como han derramado su sangre con
tal de no traicionar a Cristo? ¡El cielo es lo primero! ¿De qué nos sirve
salvar el cuerpo, si nos condenamos al fuego eterno? El Ángel de Luz
propone algo virtuosos (salvar vidas) y se sale con la suya: la condenación eterna de sus almas. Sin embargo,
ese engaño del Demonio parece venir aplaudido, jaleado y avalado por los
asesores de la película. Magnífico mensaje: “se
puede traicionar a Dios con tal de congraciarse con el mundo. De ese modo el
mundo te deja vivir en paz, te tolera e incluso te aplaude y te
recompensa". Aunque, obviamente, te condenas, porque, como señala
el P. Iraburu, la apostasía es el
más grave de todos los pecados.
DICE SANTO TOMÁS DE AQUINO:
«La infidelidad
como pecado nace de la soberbia, por la que el hombre no somete su
entendimiento a las reglas de la fe y a las enseñanzas de los Padres» (STh II-II,10, 1 ad3m). «Todo pecado consiste en la aversión a Dios. Y tanto
mayor será un pecado cuanto más separa al hombre de Dios. Ahora bien, la
infidelidad es lo que más aleja de Dios… Por tanto, consta claramente que el
pecado de infidelidad es el mayor de cuantos pervierten la vida moral»
(ib. 10,3). Y la apostasía es la forma
extrema y absoluta de la infidelidad (ib. 12, 1 ad3m).
Este mismo procedimiento se
puede aplicar a muchas otras realidades de hoy en día. ¿Qué le gusta al mundo: que los divorciados vueltos
a casar por lo civil puedan comulgar o que la Iglesia mantenga su doctrina – la
Doctrina de Cristo – que deja claro que quien repudia a su mujer y se casa con
otra comete adulterio? El Ángel de
Luz nos consuela haciéndonos ver lo bueno que es que seamos misericordiosos y
compasivos con quienes viven en pecado. “Si
comulgar es un consuelo para los moribundos que reciben el viático, ¿cómo no va
a ser bueno que comulguen los divorciados vueltos a casar, que han sufrido y
sufren tanto? Se puede vivir en pecado mortal y permanecer en estado de gracia.
La conciencia deber prevalecer sobre los mandamientos y las normas. La
misericordia y el amor deben primar sobre cualquier norma. Y si un pobre
pecador quiere comulgar, ¿por qué negarle ese consuelo?”. Así razona
el Ángel de Luz, la Cola Serpentina.
Pero nosotros sabemos que comulgar en pecado mortal no solo no ayuda en
nada al pecador, sino que esa comunión sacrílega contribuye a la condenación
del quien comulga. Lo deja claro San Pablo:
«De modo que
quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y
de la sangre del Señor. Así, pues que cada cual se examine, y que entonces coma
así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo,
come y bebe su condenación» (1 Cor. 11,27-29).
Y EL CATECISMO DE LA IGLESIA:
«Quien tiene
conciencia de estar en pecado grave, debe recibir el sacramento de la
Reconciliación antes de acercarse a comulgar» (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1385).
Y aclaremos que para
confesarse válidamente hace falta propósito de la enmienda: cambiar de vida. No
se puede uno confesar con la idea de seguir pecando en cuanto salga de la
Iglesia… No caben trampas ni atajos. A Dios nadie lo puede engañar.
Pero quienes defienden la
verdadera doctrina de la Iglesia somos tachados de hipócritas rigoristas, sin
misericordia ni caridad: ¿Qué
mayor caridad hay que defender la Verdad y procurar que las almas se salven y
no vayan al Infierno? Otra cosa es
que la Verdad resulte incómoda al mundo, que prefiere la mentira del Ángel de
Luz.
¿Qué resulta más simpático para el mundo: que se
mantenga la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad o que se
“normalicen” las relaciones homosexuales dentro de la Iglesia y se bendigan sus
uniones en la Iglesia? El mundo quiere que la Iglesia cambie su doctrina sobre la
homosexualidad, que se acepten los matrimonios homosexuales y que puedan
casarse por la Iglesia. El mundo
quiere que la Iglesia deje de considerar las prácticas homosexuales como pecados
que claman al cielo. Y dice la Cola Serpentina: “Lo importante es el amor. Si se quieren y no hacen daño
a nadie, ¿por qué va a estar mal?” Pero
Dios es el mismo ayer, hoy y siempre: Dios condenó
los pecados de Sodoma y Gomorra. Dios prohíbe las relaciones sexuales
fuera del matrimonio. Y considera que un matrimonio solo puede darse entre un
hombre y una mujer, abiertos a la vida. Esa es la Doctrina de la Iglesia. ¿Es el P. James Martin más misericordioso que Dios
mismo? ¿Le van a enmendar la plana a nuestro Creador y Señor?
VOLVEMOS AL CATECISMO:
1857 Para que un pecado sea mortal
se requieren tres condiciones: “Es pecado mortal lo
que tiene como objeto una materia grave
y que, además, es cometido con pleno
conocimiento y deliberado consentimiento” (RP 17).
1858 La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús
al joven rico: “No mates,
no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto,
honra a tu padre y a tu madre” (Mc
10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un
asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas
cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más grave que la
ejercida contra un extraño.
1859. El pecado mortal requiere plena conciencia y entero
consentimiento. Presupone el
conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de
Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para
ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del
corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter
voluntario del pecado.
1867 La tradición catequética
recuerda también que existen “pecados que claman al cielo”.
Claman al cielo: la
sangre de Abel (cf Gn 4, 10); el pecado de los sodomitas (cf Gn 18, 20; 19, 13);
el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf
Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda
y el huérfano (cf Ex 22, 20-22); la
injusticia para con el asalariado (cf Dt 24, 14-15; Jc 5, 4).
“¿Qué tiene
de malo el aborto? ¿Por qué va a ser pecado que una mujer decida abortar a su
hijo, si no lo desea o si viene con una malformación o si es fruto de una
violación? ¿Acaso si fuera tu hija la violada no le aconsejarías abortar? ¿No
es un derecho de la mujer? ¿No puede hacer una mujer lo que quiera con su
cuerpo?” Así razona Lucifer.
PERO DIOS NOS DICE: “NO MATARÁS”.
“¿Qué tiene de malo que los luteranos comulguen (o los
budistas o los ateos o los hinduistas)? ¿No son todas las religiones igual de buenas?
¿A quién le hace daño que comulguen? La Iglesia tiene que adaptarse a los
nuevos tiempos. La liturgia de la misa hay que modernizarla para que los
jóvenes no se aburran… Dejémonos de transubstanciaciones antiguas… Dejemos de
creer que para salvarse hay que creer en Jesucristo y bautizarse y que no hay
salvación fuera de la Iglesia. Eso es muy antiguo. El sexo es bueno y vale todo
con tal de que te lo pases bien y seas feliz.” Así razona el Ángel de Luz. “Si te haces aceptar por
el mundo, podrás evangelizar mejor. Si no renunciáis a la Doctrina de siempre,
el mundo os odiará y os perseguirá. Hay que renunciar a la Verdad y
congraciarse con el mundo. Lo único que tenéis que hacer es traicionar a
Cristo: pisa un poco el crucifijo. No cumplas los Mandamientos. Los
Mandamientos son cosa de antes y hoy ya no valen.”
Pero el Señor nos dice: “El que tiene mis mandamientos,
y los guarda, aquél es el que me ama” (Jn. 14). Cristo no vino a derogar
los Mandamientos, sino a llevarlos a su máxima expresión. Cuando se el joven
rico le pregunta qué tiene que hacer para salvarse, el Señor le responde con
claridad: cumple los Mandamientos.
Cuando Jesús salía para irse,
vino un hombre corriendo, y arrodillándose delante de Él, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna?” Jesús le respondió: “¿Por qué Me llamas bueno? Nadie es
bueno, sino sólo uno, Dios. Tú
sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no hurtes, no des falso
testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre.” Marcos
10
El Señor no solo predica los
Mandamientos, sino que incluso los hace más exigentes; no ha bajado el listón,
sino que lo ha elevado:
“Habéis oído que se dijo: “NO COMETERAS ADULTERIO.”
Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió
adulterio con ella en su corazón.” Marcos 5, 27.
No nos dejemos engañar por la
Cola Serpentina. No todo lo que parece bueno lo es. A veces, lo que aparentemente es bueno puede resultar mortal. El Diablo envuelve su veneno y su mierda en papel de celofán
y, bajo apariencia de virtud, nos lleva a pecar y al Infierno. Lo
repito: no hay mejor negocio que el
Cielo. Todo será bueno si nos
conduce a la salvación. Todo es malo si contribuye a nuestra condenación.
Y el camino del cielo no es el del aplauso, el de los honores y el de la
comodidad; sino el de la pobreza, los oprobios y la humilde aceptación de la
voluntad de Dios. El camino del Cielo
es el del Calvario y la Cruz. El camino del Señor es la senda estrecha. El
camino de la perdición es la puerta ancha. Ese es el discurso del
Señor en la meditación de las Dos Banderas. Si el mundo te aplaude, malo. Si
pretendes seguir al Señor y no sufres persecución, insultos, ataques personales
e incomprensión por parte del mundo, mal vamos. No busquemos que el mundo nos
ame como si fuéramos suyos. No busquemos el aplauso, el quedar bien, la
comodidad…; no seamos soberbios, creyéndonos más compasivos y misericordiosos
que el propio Dios. Ese es el camino de Satanás.
“Si el mundo os
odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo,
el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de
entre el mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de la palabra que yo os
dije: Un siervo no es mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también os
perseguirán a vosotros”. Juan 15, 18-20.
Si el discurso aparentemente
virtuoso y bueno acaba llevándonos a incumplir los Mandamientos y a pecar
mortalmente, no se dejen engañar: no es cosa de
Dios, sino del Ángel de Luz, de la Cola Serpentina, de Satanás. Es el Mal
Espíritu: no el Espíritu Santo.
Dios no nos pide nada que sea imposible de cumplir. Nosotros contamos
con la ayuda del Espíritu Santo, con el auxilio de su Gracia. Nada podemos por
nuestras propias fuerzas, pero todo lo podemos en Aquel que nos conforta. El
Espíritu Santo nos da la fuerza que necesitamos para cumplir los Mandamientos y
no pecar. El Maligno nada puede contra Dios. El Ángel
de Luz se disipa ante la Luz verdadera, que es Cristo. Que la Virgen María nos
defienda del Enemigo y nos ampare ahora y en la hora de nuestra muerte.
Pedro L. Llera
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